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Imagen de archivo. Manolo Vieira dentro del mítico Chiste en 2019 con motivo de una entrevista para el periódico LA PROVINCIA.ANDRES CRUZ

El humor canario pierde a su maestro

Chistera, la casa de Manolo Vieira y la cuna del humor canario

La mítica sala de Manolo Vieira nació en la década de los 80 y se mantuvo en activo gracias a las ganas de su creador | Cantera de nuevos artistas, allí el maestro probaba sus chistes con el público de siempre

En Las Palmas de Gran Canaria no ha habido local igual a Chistera. Las tablas dispuestas por el maestro canario del humor sirvieron durante décadas para afianzar y proyectar su carrera, probar nuevos chistes e historias y, también, dar pie a que otras voces cómicas se hicieran hueco dentro del panorama cultural. Afortunados los que llenaron sus butacas, porque ahora el foco se apaga como despedida a Manolo Vieira.

La independencia tiene varios mimbres: dejar atrás el nido familiar para hacerse hueco en un colchón a estrenar, andar por ahí hasta tarde sin reclamos, aprovechar el silencio para pensar un poco más y, sobre todo, tener un espacio en el que ir creciendo poquito a poco, acompañado de un sello insustituible que irá quedando en los demás; por eso, inaugurar Chistera era más que un sueño, era un atrevimiento en la escena cultural de Canarias que hacía hueco al humor más entrañable y cariñoso que, con sorna y dobleces, hacía un retrato de la sociedad isleña más allá de los tópicos que dejaba a la vista ese arretranco por lo identitario, tanto en las palabras, en los cuidados, en la pobreza y la migración, en los viajes a Cancún que cogen el moreno de la azotea, y en saberse único.

Chistera fue una de las tantas aventuras que insufló a Manolo Vieira las ganas de seguir adelante, ya fuera con crisis, pandemia o enfermedad mediante antes de su fallecimiento este miércoles. Ahora, el bombín tiene el ala caída, pero dentro guarda todas las risas y todos los aplausos de su amado público.

Corría el año 1984 y las páginas centrales de los periódicos LA PROVINCIA y DIARIO DE LAS PALMAS -que entonces eran dos, diarios hermanos de la misma empresa pero uno matutino y otro vespertino- anunciaban a bombo y platillo la inauguración el jueves 9 de febrero del Pub Chistera (antes Pub Tahití) en el número 108 de la calle Bernardo de la Torre. Allí estarían Juan Luis Calero, el Trío Estelar, el ilusionista Aquilina y el propio Manolo Vieira, en tándem con Daniel Toribio, esperando a que la sala se llenara por primera vez. Esa osadía, tan suya como nuestra, logró atraer a un buen puñado de gente que se deleitaba con las historias que contaba el humorista.

Escenario de risas contagiosas

Su gesticulación y expresividad, el tono llano y directo que empleaba, y, sobre todo, su estilo lo hicieron inconfundibles. La manera que tenía de contar historias que no acababan nunca porque iba hilando una sobre otra recordaba a las madres, a las abuelas, a esas vecinas que se asoman al patio o a los amigos que apoyan el codo en la barra del bar hasta las tantas, "¿de dónde vienes a estas horas?", preguntaba como esposa, "¡De saludar a Cuco! ¿Ya no puedo saludar a un amigo?", contestaba. Porque cuando un canario saluda, le pueden dar las tantas.

Si ya en la actualidad es una odisea montar un local de espectáculos, en la época no iba a ser menos. La cuestión es que Manolo Vieira tuvo que cerrar y al grito de "¡chacho, oíte, sigue palante!", que reflejaba José Manuel Balbuena en una crónica, cerraron el chiringuito, pero, pronto, a los 18 meses, como si hubiera estado de vacaciones, abrieron "el mismo Chistera" en diciembre de 1987 en el número 1 de la calle Juan Manuel Durán González. Cerca del puerto y de La Isleta, el que sería finalmente su hogar. Durante aquellos años en los que iba probando chistes frente a sus iguales, volvía del Florida Park madrileño durante los fines de semana y, así, encadenando show tras show, aquellos años fue de ida y vuelta a Madrid iban aumentando su éxito a escala nacional, aunque nunca olvidaba la tierra que le había dado la materia prima de sus relatos.

Él, que le admitía a la periodista Marisol Ayala en noviembre de 1995, que había vivido junto a sus padres y hermanos en un almacén de Taliarte y, más tarde, en una chabola de El Confital hasta tener una casa, recordaba aquella infancia con felicidad, casi inconsciente de que las marejadas de la ciudad, con sus alemanes rojos y sus bazares indios, le habían dado la pista de qué significaba pertenecer a una tierra donde el sol y la playa no ocultaron la pobreza de la posguerra con las ancianas embutidas de negro y los cambios frenéticos tras la caída de la dictadura en donde normalizaba la diversidad sexual en sus cuentos.

Hay recortes para anécdotas. Por ejemplo, el cómico presentó una demanda contra Tele 5 porque había aparecido en su parrilla un programa denominado La Chistera, cuyo formato presentaba el humorista Eugenio -quien había actuado en el original-; coincidencia que utilizó rápidamente en sus monólogos, porque de la vida siempre hay que sacar tajada para reírse. De esa risa, tan blanquecina como amarillenta, daba igual el origen de las encías, fueron contagiándose miles de seguidores a lo largo de los años.

Despedida de generaciones de canarios

Generaciones enteras que se iban colocando en las sillas mullidas y hasta dejaban sus comentarios en la página web del maestro dándole las gracias por hacerles olvidar sus penurias durante un rato, tanto grandes y pequeños, de Gran Canaria, Tenerife o Asturias. Bajo el foco alumbró a viejos y nuevos amigos, tantos que los dedos de las manos, los pies, los ajenos y los propios, no dan cabida a tanto talento, como Rosy Barón, las canciones de José Vélez, y tantos hijos que le salieron como Arístides Moreno, Kike Pérez, Aarón Gómez, Maestro Florido, Delia Santana, Omayra Cazorla o Víctor Lemes.

El cantautor grancanario le dedicó unas palabras en sus redes sociales recordando el momento en que lo llamó por primera vez: "¿Víctor Lemes? Soy Manolo, el que sale en la tele", y se rió. "No me creía esa llamada telefónica. Me estaba llamando mi maestro, el hombre que más me había hecho reír a carcajadas en mi vida cuando le oía en cintas o en tele desde adolescente", y le dijo, "he oído canciones tuyas y eres un picarón con una sorna que me encanta, y me gustaría que vinieras a Chistera a actuar, si tú quieres".

Como escribe Lemes, aquello era un sueño. “Chistera para mí era la meca, nunca había ido pero sabía que tendría que ir a verle alguna vez en mi vida. Así fue. La primera vez que pisé Chistera fue para actuar, en suelo sagrado”. Llegaron a un acuerdo rápido: “Mañana hazte 15 minutos antes de salir yo y así te conoce mi público”; y el invitado se preguntó, “¿quién coño hace eso, colega? Saliendo de él. Díganme ustedes qué artista ya consolidado te llama y te ofrece eso sin que se lo pidas, solo porque apuesta por ti. Pues sí, solo los grandes hacen eso”. Las enseñanzas a él y a otros tantos se quedan guardadas entre las bambalinas.

Con él y con la tropa de juventud que lo envolvió en su última época, Manolo Vieira volvió a coger fuelle después del cierre que tuvo Chistera durante tres años a causa de la pandemia del coronavirus. La tristeza que lo envolvió en aquellos momentos se diluiría gracias a los homenajes que se fueron celebrando al maestro. Como algún otro anuncio del Chistera de la época, las grafías recomendaban una dosis comedida de espectáculos. Al lado del rostro de su maestro de ceremonias, rezaba así: "Píldoras de humor Manolo Vieira: sin receta; sin contraindicaciones; pregunte en el ambulatorio". La prescripción ahora tendría que ser obligatoria. ¿Qué pasa cuando el maestro se va? La luz se apaga. El telón se baja. Pero afuera, entre abrazos, comentando lo ocurrido, la vida sigue impregnada de Manolo Vieira.

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