Entrevista | Ramón del Castillo Filósofo

«Hay ecologistas que ven la Naturaleza como una autoridad»

"La ecología reaccionaria gana adeptos", afirma el filósofo Ramón del Castillo, que apuesta por la secularización del ecologismo

Ramón del Castillo, días atrás en el Jardín Canario. | | LA PROVINCIA / DLP

Ramón del Castillo, días atrás en el Jardín Canario. | | LA PROVINCIA / DLP / MARIANO DE SANTA ANA

Ramón del Castillo, autor de, entre otros libros, ‘El jardín de los delirios. Las ilusiones del naturalismo’, participó en el Foro Ecoislas del Cabildo de Gran Canaria.

¿Cree, como el filósofo Bruno Latour, que la ecología política no podría conservar la naturaleza?

Latour dijo eso en Políticas de la naturaleza para subrayar que algunas formas de concebir la Naturaleza pueden obstaculizar el debate que la ecología social debería plantear ante la crisis climática. Paradójicamente, dijo Latour, el ecologismo que representa a la Naturaleza como un orden no fomenta una política de la naturaleza. La tarea de la ecología política —dijo— no es reformar la política de los humanos en nombre de la unidad superior de la Naturaleza, sino «sacar a escena» la cualidad intrínsecamente política de la naturaleza. O, dicho de otro modo: no hay otra política que la de la naturaleza, y no hay otra naturaleza más que la de la política. En aquel libro Latour también afirmó que el mononaturalismo y el multiculturalismo son problemáticos y discutibles. Por un lado, se afirma la unidad de una naturaleza, y, por otro, la multiplicidad de las culturas; a la unidad se asocian las ciencias naturales y a la multiplicidad, las humanas. Todo parece así estabilizado, sin embargo —dijo él— para poner en marcha la experimentación de un mundo común, hay que «evitar tanto la noción de naturaleza como la de cultura». Latour dijo esto en 1999 y desde entonces, como bien sabe, ha desarrollado y transformado mucho más su posición en otra serie de libros fundamentales, pero eso nos llevaría muy lejos.

¿Y por qué mencionó a Latour en un foro sobre ecología e islas?

Cuando lo comenté a colegas pensaron que citaría aquella frase de Latour en Reensamblar lo social según la cual «el mundo no es un continente solido de hechos con unos pocos lagos de incertidumbre, sino un vasto océano de incertidumbres espolvoreado de unas pocas islas de formas calibradas y estabilizadas». En realidad, yo tenía otra cosa en la cabeza, más literal y menos metafórica. Como usted me recordaba hace un rato, lo dijo muy bien el periodista canario Luis Álvarez Cruz: «Una isla es una porción de tierra rodeada de teorías por todas partes». Me atrevería a añadir que una isla es un trozo de tierra rodeada por todo tipo de especulaciones, incluidas las inmobiliarias y las del capital financiero. Es una obviedad, ya lo sé, pero la industria turística y cultural necesita borrar del territorio las huellas de esa presión, o, por lo menos, disimularla. Una isla está sometida, además, a dos presiones extremas: se supone que en ellas hay más naturaleza de verdad y más cultura de la auténtica. Y ahí está el problema: las políticas regeneracionistas, tanto en el ámbito natural como en el cultural (tanto la renaturalización, como la reculturalización), podrían bloquear la construcción de un espacio común, la experiencia de una composición de la isla que iría más allá del dilema entre conservacionismo o desarrollismo. Como dijo en otro contexto Latour, la cuestión no es la oposición entre naturalización o construcción (menos aún, entre lo natural y lo fabricado), sino entre construcción buena o construcción mala. Construir una isla significa, entonces, hacerse cargo de distintos modos de construcción, tanto de los humanos como de los no humanos.

«Hay ecologistas que ven la Naturaleza como una autoridad»

Ramón del Castillo / MARIANO DE SANTA ANA

Las islas también están rodeadas de ficción…

Totalmente. La isla, para empezar, ha sido la representación por excelencia de la utopía, del no lugar. De hecho, Utopía de Moro comienza con una intervención, cuando el rey manda cortar un istmo de quince millas que une una península a un continente para convertirla, justamente, en una isla. La mentalidad utópica se basa en el corte, en una decisión ingeniera que acelera el diseño y construcción de un mundo a todos sus niveles. Pero la literatura está llena de todo tipo de islas por todas partes, y la imaginación audiovisual también. Hay islas utópicas, pero también islas infernales, hay islas paradisiacas, pero también islas prisión, islas del amor e islas del horror. Cuando hablo de construir islas no me refiero solo a la (re)composición de territorios materiales, sino también a los territorios mentales. No se trata solo de re-hacer un espacio físico sino de repensar también todas las imágenes y representaciones ideológicas asociadas, tanto las locales como las globales. Cuando se hace esto, la historia de las islas también cambia, porque no es posible separarla de un escenario mucho más vasto y complejo.

¿Por qué cayó mal en ciertos sectores del ecologismo español su libro El jardín de los delirios. Las ilusiones del naturalismo?

Porque algunos sectores fomentan la idea de que la Naturaleza es una fuente de autoridad sobrehumana, una instancia normativa externa. O sea, Dios ha muerto, pero la Naturaleza ocupa su lugar, o un papel parecido. De hecho, algunos ecologistas describen la conciencia ecológica como un despertar a una especie de fe. Lo que no gustó es que dijese que eso implica delegar nuestra responsabilidad en una instancia trascendente. Otras tesis que hice circular por el libro (como la de Erik Swyngedouw, «la naturaleza no existe») se podían malinterpretar si se sacaban de contexto, y fue lo que se hizo: no se leyó el libro y se criticó la frase (por cierto, Swyngedouw escribió un libro maravilloso sobre la política hidráulica de Franco que se debería leer más: Liquid Power. Contested Hydro-Modernities in Twentieth-Century Spain). También me interesaba entender afirmaciones como aquella de Badiou según la cual la ecología podía ser el nuevo opio del pueblo, o las diatribas de Žižek contra el moralismo ecologista. No estoy del todo de acuerdo con ellas, pero me parece muy importante explicar por qué tienen un punto de razón. Supongo que eso tampoco agradó. Se supone que dar voz siquiera a ese tipo de ideas perjudica al movimiento ecologista, lo cual es totalmente discutible: algunos pensamos que debatirlas lo fortalece.

¿Entonces qué aporta su libro al debate sobre la emergencia climática?

En realidad, mi libro no trataba sobre la emergencia climática, sino sobre los espejismos del urbanismo verde y los trucos del paisajismo que se quiere hacer pasar por ecologista. Lo que pasa es que en medio del libro hice una apuesta política por la secularización del ecologismo, y por eso se lio todo. Pero lo que vine a decir es que el paisajismo no se podía desentender del problema ecológico y político tan fácilmente, y que la verdificación del diseño espacial era parte del problema. También traté de poner de manifiesto que la obsesión de que el paisajismo sea terapéutico y curativo es otra forma de no hablar radicalmente de temas de bienestar y vida en común. Sugerí, igualmente, que las diatribas contra el intervencionismo ayudan a simplificar el debate.

¿Esto quiere decir tecnocratización del ecologismo?

No, para nada. En cuanto dices ciertas cosas es fácil que te cuelguen el sambenito de constructivista o de defensor de la geoingeniería. Cada vez es más difícil explicar de qué constructivismo hablas. El debate se está planteando de una forma absurda, enfrentando a los partidarios del decrecimiento y a los del desarrollo, pero no se deja espacio para explicar, por ejemplo, que decrecer no requiere intervención constante y cuidadosa. Si observa cómo aparece mencionado Límites, de Giorgos Kallis, dentro de Tras la geoningeniería. Tragedia climática, reparación y restauración, de Holly Jean Buck, verá lo interesante y complejo que es el asunto. Sin embargo, el debate actual polariza todo rápidamente.

Muestra en su libro una especial simpatía por autores como el geógrafo Yi-Fu Tuan.

Tuan murió el verano pasado y me dio mucha tristeza. Mi libro, en parte, lo inspiró, el suyo dedicado a la evasión, Escapismo. Formas de evasión en el mundo actual. Y aprendí muchísimo de sus estudios sobre parques de atracciones (Disneylandia). Creo que su libro Topofilia se ha simplificado hasta límites ridículos y que se ha ignorado su gran libro Dominance and Affection. The Making of Pets. Tuan pasa por un geógrafo inspirador para la verdosofía, pero fue él quien dijo que la historia de los jardines es una expresión de la crueldad humana, y que no se puede separar de la historia de la domesticación de animales y de la dominación de la mujer. Para Tuan un jardín se parece más a una mascota graciosa en un circo que a ninguna otra cosa. Pero la ecosofía siempre obvia esta parte de su obra. En realidad, tampoco se ha querido leer todo lo que dijo sobre el lado peligroso de la topofilia, o sus peculiares ideas sobre el papel de la fantasía en la relación con el espacio. Su autobiografía (¿Quién soy yo?) es una maravilla, y deja clara, entre otras cosas, la relación entre su orientación sexual y su miedo a las junglas, y su amor a los desiertos.

También simpatiza con el anarquista y teórico de la ecología social Murray Bookchin, aunque también con muchos marxistas.

El viejo Murray me interesó porque criticó a la ecología profunda de los setenta, una corriente que ha vuelto circular. Confieso que Murray me gustaba más cuando atacaba ideologías verdes que cuando proponía su propia filosofía de la naturaleza. Su ecología política es más poderosa —creo— cuando no la hace depender de esa filosofía, sino de la historia, pero este es un tema para discutir en otro momento. Murray detectó corrientes ecologistas peligrosas y luego su compañera Janet Biehl y Peter Staudenmaier fueron más allá en Ecofascismos, analizando ideologías que reverdecen hoy entre la ultraderecha. Quien piense que estas ecologías reaccionarias no van a encontrar adeptos está equivocado (de hecho, la derecha moderada se está viendo obligada a gestar las suyas propias y si no lo hace perderá votos). Por lo demás, en el libro me alineo con geógrafos de tradición marxista, con Harvey, claro, pero sobre todo con Neil Smith cuyo enfoque marcó un cambio enorme respecto al enfoque de la Naturaleza que se había heredado del marxismo de posguerra y de la Escuela de Frankfurt. Por añadidura, y por volver al principio de la conversación, creo que las críticas que algunos sectores marxistas han hecho al planteamiento de Latour son muy pertinentes. De hecho, si logro acabar un nuevo libro —y no lo tengo fácil— trataré de explicar por qué Latour no podía componer todo lo que deseaba en su composición.

Finalizo con una cuestión de principio, al hilo de lo que se expuso en la mesa redonda del foro Ecoislas: ¿cómo habría que construir la ecoisla?

La idea de que las islas se construyen la lanzó el urbanista y paisajista Juan Palop-Casado al equipo de trabajo que convocó en Gran Canaria, y podría sonar rara, porque la construcción se asocia con lo artificial y con partir de cero (como cuando se fabrica una isla o una plataforma en medio del mar). Pero no es así. Hay un tipo de construcción que interviene en un territorio teniendo en cuenta tanto la historia natural como la historia cultural, una intervención que, propuse, quizás se podría llamar mejor composición, un término de nuevo usado por Latour. La ventaja de este término, según su Manifiesto composicionista, es que subraya el hecho de que hay que poder juntar cosas, pero teniendo en cuenta al mismo tiempo su heterogeneidad. A diferencia de un enfoque naturalista, el composicionista no da por dada una unidad, un equilibrio, o una continuidad que habría que restaurar, sino que investiga cómo componerlos lenta y progresivamente. Componer también significa que las cosas se pueden des-componer, a veces deliberadamente, otras catastróficamente, así que exige un tipo de proceder experimental cuidadoso y cauteloso. Sea como sea, lo importante es si este tipo de vocabulario podría favorecer un tipo de discusión pública diferente a la que está imperando, un debate en el que participaran visiones discordantes y colectivos dispares que, a su vez, tendrán que aprender a componérselas juntos. Pero este tema nos llevaría muy lejos. Supongo, espero, que tendremos otra ocasión en alguna isla para darle vueltas al asunto.

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