Canarismos

Dios se lo pague y que nunca falta le haga

Dios se lo pague y que nunca falta le haga

Dios se lo pague y que nunca falta le haga

Luis Rivero

Luis Rivero

La expresión se sitúa entre los numerosos refranes, dichos y modismos que tienen como referente o protagonista al Dios de la tradición judeocristiana. La mayor parte de estas expresiones tienen un origen remoto y gozan de gran arraigo entre el vulgo, cual es el caso de la frase que comentamos, que formaría parte del corpus fraseológico de las islas y se emplea como un modo para agradecer la dádiva que recibe un necesitado. De entre las cualidades sobrenaturales que la teología atribuye a Dios estaría el don de mostrarse «compasivo y misericordioso». Lo que parece dar pie a que pueda recurrirse a él o ser invocado su nombre ante cualquier situación en la que «sus criaturas» lo necesiten. La expresión «que Dios se lo pague» convierte al «Padre Eterno» (no sabemos si por mor de esta suerte de progenitura espiritual) en «deudor» al ser subrogado directamente en la posición de quien quedó en deuda por la acción piadosa recibida. El bienhechor que ayuda desinteresadamente al menesteroso se convierte en «acreedor», por así decirlo, frente a quien se beneficia de la gracia («hoy por ti, mañana por mí»). Este singular modo de agradecimiento que invoca a Dios y le convierte en deudor del benefactor viene a significar que las buenas obras son siempre premiadas —según creencia común— por la divina Providencia. No se dice de qué forma ni cuándo será compensado o remunerado el «acreedor» por su acción piadosa. Lo que sí podemos constatar es que no es infrecuente el recurso a la expresión con cierta ligereza y gracejo. Pero la frase, en cierto modo, parece instrumentalizar el acto de liberalidad porque, en el fondo, se intuye que lo que subyace es una transacción monetaria. Con el recurso al verbo «pagar», de manera subliminal, se nos revela la concesión graciosa (de gracia) como algo que tiene un valor monetario. Lo que guarda más un sentido jurídico (retributivo/crediticio) que teológico, aunque en la literalidad de la frase se revista con este manto. Y efectivamente, se tiene la impresión que cuando se habla de «pagar» se nos sugiere una retribución económica o una prestación evaluable en dinero. «Pagar», del latín pacare, es en origen ‘apaciguar, calmar, satisfacer’, lo que nos precipita a un concepto arcaico que tiene que ver con la teología y las obligaciones con las que originariamente se retribuía (se «rendía tributo») a la divinidad; primero, a través de holocaustos o sacrificios (de animales) que tenían un particular sentido y propósito de ofrecer «una oblación de suavísimo aroma que aplaca al Señor» (como dice en Levítico 3,5, entre otros varios versículos y libros del A.T.); donde «aplacar» es ‘apaciguar, calmar, satisfacer’. Lo que sitúa las ofrendas al divino en los orígenes del pago como instrumento para satisfacer algo que se da a cambio de algo. Así, con el tiempo, algunas de estas obligaciones, como las oblaciones de corderos vienen mitigadas y fueron sustituidas por el «pago» o donación de una suma pecuniaria [no acaso, «pecuniaria» viene de pécora, ‘oveja’]. Lo mismo sucede con la oferta de las «primicias de la tierra» (los frutos de la tierra) que se rendían al templo, lo que con el tiempo se convertiría en el «diezmo» (o décimo), tributo que los fieles debían pagar a la iglesia; gravamen cifrado en la décima parte de los frutos recogidos de la tierra, y de ahí su nombre.

Como coletilla a la expresión se suele añadir: «y que nunca falta le haga» que actúa como una suerte de «bendición» laica y terrenal en la que se desea al benefactor que nunca tenga necesidad de recibir la retribución satisfecha. Es decir que no conozca una situación de precariedad o necesidad tal de llegar a depender del auxilio piadoso de alguien. En definitiva, la frase «Dios se lo pague y que nunca falta le haga» no difiere en su empleo de otras afines como «cuando coja las papas, le pago» o «cuando te cases, te tiro flores» que se pronuncian con cierta socarronería y que lo mismo podemos escuchar del hombre común o de un palanquín que tiene la certeza de que tales presupuestos —ya se trate que el mismo Dios se haga cargo de la deuda, que se vayan a recoger papas o que se produzca un casamiento— no se van a adverar nunca.