Análisis

Retrato del artista joven

La obra de Norman Mailer atrapa el significado

de la vida y el arte de pintor malagueño

El artista español Pablo Picasso.

El artista español Pablo Picasso. / Javier Doreste

Javier Doreste

Javier Doreste

Muchos son los que han escrito sobre Picasso, algunos de forma exhaustiva otros rozando la hagiografía y, pocos, muy pocos, con la lucidez que el genio de Picasso exige. Esta biografía de Mailer, centrada en la juventud del pintor, los años de formación hasta el encuentro con el cubismo, cubre con creces y hasta supera, si se me permite la hipérbole, cualquier exigencia que nos planteemos sobre el pintor más grande del siglo XX.

No solo hay un retrato pormenorizado de la infancia en y juventud en Málaga, la Coruña y Barcelona, intentando separar el mito y la anécdota inventada de la realidad, aquella famosa de la entrega simbólica de la paleta paterna al hijo, consciente el progenitor de que el adolescente lo supera, sino que se arriesga en interpretaciones, algunas forzadas, hay que reconocerlo, pero todo ello escrito en un estilo ágil, de reportero, que hace que no perdamos ni el interés ni el hilo. Y como todo gran libro se construye con distintos niveles, en un afán totalizador, imprescindible para entender la obra total que es la de Picasso.

Eso sí, late en toda la obra la obsesión sexual, tan americana, ya sea por puritano o por rebeldía. No es solo la divagación, a veces repetitiva, del pintor como semental o su potencia sexual; también se aventuran hipótesis sobre algún temprano encuentro homosexual. Sin dejar de ser interesantes estas reflexiones, da la impresión que dicen más del autor que del biografiado. El machismo, la homofobia y los miedos que levanta, son algunos de los temas con los que Mailer construyó su primera y magnífica novela, Los desnudos y los muertos. Pero la obra de Mailer va más allá.

Nos describe la formación de un Picasso, que desde su Málaga natal ya es un genio de la pintura académica al que se le vaticina en este campo un mundo éxito. Esta misma genialidad le hará renunciar al academicismo, cómoda forma de sobrevivir y triunfar en la pintura. Mailer nos cuenta la lucha de Picasso pobre en París, la inquietud que le hace abandonar sus primeros éxitos de venta y adentrarse en el período azul, que no vende, que reflejan la depresión causada por el suicidio de un amigo, la pobreza consiguiente, el rechazo a exponer en los Salones Antiacadémicos como hacen otros, Matisse y compañía, el empeño en encontrar nuevas formas y colores con los que expresarse. Encuentro vinculado al hallazgo de Apollinaire, su apóstol, y Fernande Olivier, la mujer que junto con el poeta lo saca de la depresión del azul y lo acompaña por el itinerario de la época rosa, una serie más feliz de contemplar, y que empieza a cimentar el éxito crematístico del pintor. Pues además de los detallados análisis e interpretaciones de la obra de Picasso, uno de los méritos de este libro es la reivindicación de la figura de Fernande, tan denostada por tantos biógrafos del pintor, desde que Gertrude Stein la retratase, cargada de prejuicios, en su Autobiografía.

Es cierto que a todos llamaba la atención el cambio operado en Picasso a raíz de su convivencia con Fernande; hace la compra y la casa mientras ella permanece leyendo en un diván. Hecho inconcebible para los creyentes en la figura del genio, a quien las mujeres deben rendir pleitesía y homenaje y procurarle la calma y condiciones necearías para su trabajo. Fernande no es un ama de casa, no es una criada, ni siquiera es una musa, papel reservado en el mundo del arte a las mujeres. Fernande es reconocida por Picasso como una igual, una compañera, una camarada, y eso algunos entendidos en el arte no podrían ni concebirlo ni permitirlo. Leonora Carrington sufriría los mismos prejuicios con los surrealistas de Breton. Así el relato se convierte en una historia de amor, de pasión. Con encuentros y desencuentros, celos de una parte y otra, infidelidades ocasionales, perdonadas.

El poder de la forma

Mailer describe el ambiente, los amigos y compañeros de aventura del pintor. Su alegría de vivir con momentos de tristeza y depresión. Los viajes a la España rural, Horta, Gosol. Y sobre todo, los bohemios, poetas, escultores, pintores, que entran y salen de la vida del malagueño que de todos aprende o desaprende algo. Fue un niño prodigio de la pintura. Su mano y su ojo pictóricos eran similares, según los críticos, a los de Velázquez. Y él renuncia a esa mano y a ese ojo. Encuentra otras manos y otras miradas. Los objetos y las personas cambian y se transforman con su pincel. Mientras Matisse y sus acólitos se basan en el color, siguiendo la estela de los impresionistas y Cezanne, Picasso, encuentra en Cezanne el poder de la forma, sus posibilidades metamórficas, que van más allá de la mirada convencional. Así la ruptura con la pintura tradicional se consolida y, más arriesgado aún, con su propio trabajo. Pasar de la pintura académica a la de la época azul y de esta hacia la rosa es una constante negación de sí mismo, del o hecho anteriormente por él o por otros. Mientras Braque, su compañero en el cubismo, busca, él encuentra. Mientras los otros acuden a los llamados Salones Antiacadémicos, Picasso renuncia a ellos. Esta sólo, pese a estar rodeado de gentes que lo comprenden la mayor parte de las veces, lo animan, lo apoyan y, cuando llegan Las Señoritas de Aviñón, lo abandonan, no lo entienden. Hasta el punto que tuvo el cuadro de cara a la pared durante veinticinco años, enseñándolo sólo ocasionalmente a algunos privilegiados. Un cuadro que ha disgustado a Matisse, el pope rupturista del momento, y con él a la mayor parte del mundo del arte parisino.

E igual que Picasso cambia, se transmuta, la relación con Fernande también cambia. Ella quiere ascender socialmente. Ahora que la obra de Picasso se vende muy bien y el pintor se enriquece ella lo convence para mudarse a un piso mucho mejor que las habitaciones del Bateau Lavoir dónde han vivido hasta entonces. Un piso burgués, podría decirse, en el que la pareja recibe a los amigos y la cena la sirve una doncella con uniforme. Fernande quiere olvidar la pobreza, Picasso no la olvida.

No solo la suya, sino la de los demás. La que pintó en la etapa azul, aquella que nadie quería comprar. Los interese vitales de los dos se van alejando. Y cuando Picasso descubre que Braque está pintando en la misma línea que él, cuando entre los dos construyen el cubismo y encuentran el apoyo del marchante Kanhweiler, Fernande rechaza el nuevo modo de pintar. No es que se venda con dificultad, es que para ella, como para la inmensa mayoría del momento, no hay belleza en el cubismo, ni en su descomposición de las formas ni en su paleta, gris la mayor parte de las veces. Según Mailer, una mujer tan hermosa como ella no podía reconocerse en los retratos cubistas que le hace Picasso. Ha vivido de su cara y su figura posando como modelo. No puede reconocerse en los polígonos que componen su cara cubista. Así, la historia de amor acabará, pero no la relación entre los dos.

En los cincuenta ella publicará un apasionante relato de la época: Picasso y sus amigos, en el que los retrata con cariño y carta nostalgia. También hay un ligero reproche a lo que el dinero hizo según ella con el pintor. Preocupado porque su intimidad fuese expuesta públicamente, Picasso le dio un millón de francos, una gota en su fortuna, con el compromiso de que no publicase nada de su vida en común hasta la muerte de él. Fernande Olivier cumplió su palabra.

Solo a la muerte de ella, después de Picasso, se publicaron sus Recuerdos íntimos, que la retratan según Mailer, como una eficaz escritora. Este libro del escritor norteamericano es una magnifica introducción al mundo del genio malagueño, y una vindicación de una mujer que ha sido menospreciada por tantos pánfilos. Vale la pena leerlo y disfrutar con las mil y una anécdotas, reflexiones e interpretaciones que contiene. Es la visión de un genio de la pintura por un genio de la literatura.

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