Teatro

Eduard Fernández alumbra el amor que contiene todos los colores

El actor catalán termina la gira 'Todas las canciones de amor' en el Teatro Cuyás | Deslumbra con su interpretación en este monólogo que homenajea a su madre

El actor Eduard Fernández protagoniza ‘Todas las canciones de amor’.

El actor Eduard Fernández protagoniza ‘Todas las canciones de amor’. / LP/DLP

Un amor tan desmedido, único, transformador, tan acaparador y asfixiante como cuidador, tan irreflexivo, incomprendido, y tan consolador como agasajador. ¿A dónde van todos los afectos que una madre brinda y qué queda en ella cuando no hay donde depositarlos? Eduard Fernández se va desdoblando a medida que pasan las horas de un día en el que da voz a esta mujer sola, a la espera, que esgrime entre el pasado y el presente su vida. Bajo el foco, el actor culminó la gira de Todas las canciones de amor en estado de gracia. Ya lo ha hecho. Su madre, como él sabe, lo está mirando y sonríe con alborozo ante los aplausos del Teatro Cuyás, y le manda un beso, porque ha conseguido transmitir la verdad del milagro escénico.

El intérprete asumió que a estas alturas de su carrera era hora de enfrentar el reto del monólogo con la certidumbre de que las tablas lo han llevado a ese instante en el que comienza la obra y cuelga la chaqueta convertido en Eduardo, el personaje del hijo, y luego, transita y encarna a la madre —una evolución que recuerda que, tarde o temprano y que sin posibilidad de renunciar a ello, se revela en la expresión del rostro o en los comentarios de los que jamás nos creímos repetidores. El relato ficticio, adaptación realizada por el dramaturgo argentino Santiago Loza y dirigido por el multipremiado Andrés Lima, encierra los matices de una madre, una esposa y una ama de casa en un tiempo no tan lejano en el que es servidumbre y nunca protagonista de su existencia. 

Acude al público, único oyente de este cuadro sonoro, para relatarle qué ocurre, qué pensamientos trasiegan hacia sus manos temblorosas y cómo suenan las renuncias que al final solo han encontrado el vacío de la ausencia. A partir de los elementos comunes del día, esos como que el quiebre de un cepillo de dientes que le rememora tantas cosas, va volviendo los dobladillos donde se esconde el significado real de las narraciones que susurra Fernández. Con entereza, sin lágrimas ni compasión, sin caer en la obviedad hueca, solo muestra la verdad de una condición y una edad en la que parece todo perdido porque las manecillas del reloj nunca corren hacia atrás. 

El actor Eduard Fernández protagoniza ‘Todas las canciones de amor’, que terminó la gira en el Teatro Cuyás.

El actor Eduard Fernández protagoniza ‘Todas las canciones de amor’, que terminó la gira en el Teatro Cuyás. / LP/DLP

Eco poético

Alrededor de los fogones y encima de la lavadora se proyectan las imágenes del niño que crió, del hombre adulto con el que desearía bailar o de las mujeres libres que nunca fue, aquellas pintadas por su marido. Esta innovación escénica, apoyada por las canciones de antaño, como Que c'est triste Venise, profundizan en la melancolía que perfuma al actor. Pero, de repente, cuando el ojo mira la escena, pestañea, y se maravilla de que la obra esté sucediendo, cuando hay en la pared resquebrajamientos como dolor enquistado.    

El texto declamado posee un entramado poético que se va sostenido a partir de los picos dramáticos que desencadenan la acción e hieren al espectador. Resuena la frase: estoy sola y es cuando más despierta me siento. La anciana vislumbra entre la niebla lo que ha significado estar y ser para el otro, arrodillarse y masajear otros pies, intentar espantar a los murciélagos de la pesadilla de su hijo, para encontrarse con los gestos de desprecio o el abandono en un lugar que ya no reconoce. Esa pérdida paulatina le va dejando posos de angustia, pues, ¿quién es ella? ¿A dónde ha ido su hijo cuando pone la mesa para recibirlo a él y a su pareja? Con la sonrisa, los guiños, ese humor tierno que va aderezando los actos, Fernández da calor al final de la vida.

La mujer, que va respirando con el tono de luz que concentran los azulejos de la cocina, es la abuela, una hermana, una amiga, una amante, que solo quiere hablar de la cotidianidad que la llena. De cómo caen las hojas, de ese yema de huevo que contuvo un polluelo o de las pantorrillas hinchadas por las mañanas que necesitan del frío del suelo.

Sin embargo, parece ser que el público no lo entiende así. ¿Será solo el Cuyás o sucederá en otras representaciones? Impuesta la espectacularidad, los estímulos constantes y la acudida interacción con el gentío, cuesta captar la atención de las butacas, los comentarios, las risas a destiempo, hay silencio durante unos minutos y ya hay murmullos, ¿qué ocurre? ¿Será un traslado a la función de lo que hacemos cuando tomamos las historias de las personas mayores, de los otros, con desdén? ¿Cuando no paramos a contemplar y apreciar la sencillez cotidiana? ¿Incomoda escuchar? Da que pensar.

Podría haber sido una interpretación pudorosa, vergonzosa, lastimera, un ejercicio de ego, y al contrario, lo único que ocurre es la inmensidad del amor. Este homenaje a su propia madre, fallecida en pandemia y de la cual no se pudo despedir, es un, adiós, mamá, siempre seré en ti. Eduard Fernández declama: "Me amo". Fin.