Canarismos

Ver menos que un gato de yeso

Ver menos que un gato de yeso

Ver menos que un gato de yeso

Luis Rivero

Luis Rivero

Las múltiples especies de animales amansados, que van desde el camello a las abejas, pasando por el perro, el gato o las gallinas, se han convertido durante y tras el proceso de domesticación que se remonta a varios milenios en elementos arquetípicos que inspiran la construcción de metáforas. [Si bien es cierto que hay quienes sostienen, en cuanto a la domesticación de estos animales, la excepción de que «el gato es la única especie que ha sido capaz de domesticar al hombre sin llegar a perder su estado salvaje»]. El gato (a la par del perro) es, de entre los habitantes del territorio doméstico, de aquellos que han recibido mayor atención y protagonismo en la elaboración de expresiones al uso y frases proverbiales. Por otro lado, parece ser un rasgo común en las lenguas romances el empleo de expresiones populares de contenido comparativo simbólico. En lo que el español hablado en Canarias no es una excepción, sobre todo cuando se recurre a la comparación hiperbólica, en especial, de contenido animalesco. Son ejemplos, «estar gordo como una tonina», «sudar como un cochino», «calentarse como un macho» o «comer menos que un gato viejo».

Esta suerte de relación «totémica» en la que se identifican comportamientos o estados de las personas con rasgos característicos propiamente animales no persigue otro objetivo que subrayar un determinado aspecto mediante la exageración y casi siempre con guasa (v.gr.: «estar más a gusto que un cochino en un charco»), y a veces con cierto escarnio (valga el ejemplo, «comer como un cochino»). Y este es el sentido de la expresión «ver menos que un gato de yeso» o «de tiza», que es otra variante que se puede escuchar en las Islas; mientras que en otros dominios se recurre a la que es, al parecer, la expresión originaria: «ver menos que un gato de escayola», hipérbole que se emplea para referirse a alguien que está muy mal de la vista o ve muy poco. En ella se toma como elemento de comparación a un sujeto simbólico del reino animal, pero de naturaleza «inanimada» o inerte, cual es la figura de un gato elaborado en material de yeso y que, por tanto, resulta imposible que pueda estar dotado del sentido de la vista. Pero al parecer, la etimología de la expresión no guarda relación ni con el yeso ni con la escayola, sino con un curioso hecho histórico.

Según cuentan, en el año 1614 visitó España Giuseppe Maria Scaiola, a la sazón obispo de Perugia, quien llegó a Madrid con su séquito entre cuyos miembros destacaban sus dos mascotas, dos gatos a los que el destino les tenía reservado un trágico fin. Al parecer el estrés del viaje turbó y desorientó a los felinos, de los cuales, uno moriría aquella misma noche al caer en una chimenea desde el tejado; el otro, unos días después, a la vista de todos los feligreses congregados en la iglesia de los Jerónimos, durante una misa celebrada por el obispo Scaiola; el gato fijó la vista en una supuesta presa, como si hubiera visto al mismo demonio, y tras unos instantes saltó al vacío perdiendo la última de las siete vidas que le restaba.

Pronto circuló entre los fieles, con cierta guasa, el comentario de lo ocurrido: «ves menos que el gato de Scaiola, que quiso cazar demonios y quedóse sin cola». De ser así, la frase se habría extendido con el tiempo entre el vulgo y por desplazamiento metonímico transmutó el apellido italiano Scaiola en escayola (material constructivo), yeso o tiza. Al margen de lo anecdótico del origen que se le atribuye a la frase, lo cierto es que hoy se sigue comentando con gracejo de alguien que ve muy poco o alcanza a ver bastante mal: «ese ve menos que un gato de yeso».