Análisis

Lámpara de madrugada

La poeta y novelista Selena Millares recoge dos poemarios sucesivos donde el olvido, la ausencia y la imaginación insular entre cielo, mar y tierra son protagonistas

Lámpara de madrugada

Lámpara de madrugada / Javier Doreste

Javier Doreste

Javier Doreste

Se suele decir que los poetas son hijos de Apolo más G. Steiner reivindica que por el contrario son los herederos de Marsias, el artista que desafió al dios y solo pudo ser derrotado con trampas. Esta visión de la poesía es la que reivindica al ser humano frente a lo teológico, al hombre frente a dios.

Serían los poetas, los artistas, en términos generales, los encargados de dar voz al ser humano, independizándolo así tanto de los animales que no hablan como de los dioses. La llamada inspiración divina o como quieran llamarla queda relegada al ser mismo del poeta. No le hace falta ser tocado por el dedo pintado por Miguel Ángel, su función es dar voz a toda la humanidad; aunque escriba desde la más estricta intimidad, se crea en su torre de marfil o descienda a mezclarse con los demás.

Selena Millares es una poeta que asume plenamente esa función, darnos voz, reivindicar el lenguaje como forma de expresión y de comunicación, reconociendo sus propias limitaciones e intentando superarlas con las sugerentes ilustraciones que acompañan los textos de este libro notable.

Sus versos están llamados a permanecer entre nosotros, acompañándonos, pues siempre habla de lo más cercano, siempre resuenan hacia la luz común desde la activa oscuridad individual: Qué le importa su destino de ceniza/ a la polilla que ronda enamorada/ la danza sinuosa de la llama altiva? (...) Sin embargo qué hermoso ese sueño:/ ser la salamandra que puede habitar el fuego/ la ola que muere donde nace su canción/ la luz que vuelve siempre con el día.

Son versos cargados de exaltación a la vida, más allá de melancolía que siempre acompaña a la polilla condenada a quemarse por arrimarse al fuego, hay en ellos la fuerza de la vida, la vida que se contempla en una salamandra, el reino animal, en las olas, la imagen del mar de los canarios, o en la certidumbre que después de la oscuridad siempre llega el día. Podremos estar en la noche más oscura que la certeza de que siempre llega el día nos mantiene. Ya lo dijo Pedro García Cabrea: la esperanza me mantiene.

Y con la vida la exaltación del amor. Amor carnal, erótico, cercano, no romántico ni distante. Amor de todos los días, de tocar y ser tocado: Si fueras luz te besara/ si sombra, te amaneciera/ si huella, en ti me perdiera/ y a tu corazón cantara. O estos otros: que podemos también ser noche ser luz ser manzana, sólo/ bébeme amor al fondo de esta copa de vino negro/ o rojo o rubí, en el fondo de esta copa te miro y te espero/ para bañar tu corazón de noche tu corazón de luz. Son los versos de una hacedora de dioses, una creadora de hombres, como decía Steiner que hacían los poetas.

La llamada inspiración divina o como quieran llamarla queda relegada al ser mismo del poeta. No le hace falta ser tocado por el dedo pintado por Miguel Ángel

Cada poema de este libro es un dique contra el olvido, lo rutinario; es una llamada a lo excepcional de vivir: las pequeñas muertes de cada día/ El insecto distraído que quedó para siempre /sepultado entre las páginas de un libro/ y quisiera ser esa flor delicada/que guarda una novia en su recuerdo. Selena Millares es además una hacedora de miradas, nos obliga a mirar las cosas de otra manera y, a veces, logra que las cosas nos miren, tal y como decía Walter Benjamín. Las fotos que acompañan al libro son prueba de ello.

Esas muñecas abandonadas tras los escaparates, ese maniquí en un balcón, Ángel sin alas que se hermana con el poema Ángel del violín: Es un violín que llora sus notas, lagrimas/ que rueda como lluvia vertical contra el cielo/ sigilosas salinas ascienden avanzan… Ese sigilosas salinas, magnífica descripción del llanto, se nos quedará en la memoria, pues el verso al que pertenecen es perfecto. O ese Ángel de las aceras, dos esqueletos formados a partir de unas siamesas rejillas urbanas.

No hay nada más cotidiano que una acera y sus rejillas, cruzamos por ellas constantemente, en cada paseo por la ciudad. El mérito de la poeta es arrancarlas de esa cotidianidad y obligarnos a mirarlas de una manera nueva, mientras los esqueletos siameses nos devuelven la mirada. Cuando paseemos por la ciudad y encontremos una rejilla similar recordáremos, quizás inconscientemente, esa imagen que Millares nos muestra, enseñándonos a ver las cosas de otra manera, cuando es posible.

Más la fuerza poética de Selena Millares continúa página tras página. El poema Ángel de los niños, ilustrado por muñecas rotas, habla de la matanza de niños palestinos por el ejército israelí y el titulado La sagrada familia de los náufragos migrantes en el Mediterráneo. Qué próximos, qué cercanos en el tiempo están estas dos composiciones. Aún mueren niños en Palestina a manos del ejército de ocupación y aún mueren migrantes en las rutas marítimas mientras se discute la responsabilidad del rescate.

Lo hemos vivido recientemente y lo seguiremos viviendo. Los poemas de Millares continuaran vivos entre nosotros como los versos de tantos poetas que la han precedido. Y si alguien los acusa de circunstanciales habrá que recordar que toda poesía es circunstancial, sujeta a un momento dado y concreto, a una experiencia del poeta. Esa es la habilidad, la entrega estética y ética de este el que convierte el poema en algo común, en el que todos nos reconocemos. Tal acontece con los que escribe la poeta Selena Millares.

Incluso poemas tan íntimos como el dedicado a la muerte del padre se nos hacen muy nuestros. Todos hemos perdido a alguien querido, estimado, y todos nos queman en la garganta las silabas que no volveremos a pronunciar a nadie más: Dime con que hilo coser esta herida/ y el agujero invisible que dejas en el aire: / ese agujero oscuro que tiene tu figura (…) y ahora sólo dime qué hago con este hueco, este vacío / y con esas dos sílabas, papá, que tanto queman en la garganta/ porque ya no podré decírselas a nadie jamás.

Cierran el poemario versos más cotidianos, más alegres, pues no todo es tragedia en la vida. Alba evoca de nuevo al amor y de nuevo nos paramos en sus versos: Mientras duermes/ la luz rueda redonda/ por tu costado/ como un estallido/ de jazmines (…) y que dulce esta paz: / el tiempo/ detenido en tus ojos. Esa luz que rueda, cuyo efecto de rotación se ve reforzada por el calificativo redonda, el costado del ser amado, el poder de los ojos del amado que pueden detener el tiempo… todo contribuye a que la poesía de Selena Millares nos sea necesaria como el aire que respiramos, al decir de Celaya.

Poesía viva, con fuerza en cada uno de los versos y que cumple con aquello que exigía Steiner: con la metáfora exhaustiva, el empleo de símiles sucesivamente más audaces y precisos puede hacer el poeta más inteligibles las formas y los significados de su experiencia.

Esta Lámpara de Madrugada es todo eso y mucho más. Poesía a la que retornaremos por el placer de las palabras unas veces, otras por la fuerza de las imágenes y siempre porque también porqué nos reconocemos en ellos como en los versos de tantos otros.