Nuevo ensayo

Tras la pista del humilde albañil de Auschwitz al que Primo Levi debía la vida

Greppi reconstruye en lo posible quién fue Perrone, un civil que trabajaba voluntario como albañil en Monowitz, campo satélite de Auschwitz, donde, en palabras de Primo Levi, "dormían y morían los esclavos de los esclavos", como él mismo

Prisioneros en Auschwitz.

Prisioneros en Auschwitz. / AFP

Anna Abella

Sortearon la muerte en Auschwitz, cada uno a un lado de las alambradas, pero el trauma de su paso por el campo de exterminio nazi les persiguió a ambos hasta el suicidio y la autodestrucciónPrimo Levi (Turín, 1919-1987), que desde ‘Si esto es un hombre’ (1947) se convirtió en referente de la literatura concentracionaria, era un joven químico italiano de origen judío cuando fue detenido como miembro de la resistencia antifascista y deportado en 1944. Lorenzo Perrone (Fossano, 1909-1952), un humilde chatarrero piamontés, sería, como bien apunta el título del nuevo ensayo del historiador Carlo Greppi (1982), ‘El hombre que salvó a Primo Levi’ (Crítica).  

Greppi reconstruye en lo posible quién fue Perrone, un civil que trabajaba voluntario como albañil en Monowitz, campo satélite de Auschwitz, donde, en palabras de Primo Levi, "dormían y morían los esclavos de los esclavos", como él mismo. Cada día, durante seis meses y a escondidas, aquel taciturno y casi analfabeto hijo de hojalateros llevó una escudilla con sopa y restos de comida a aquel enclenque y debilitado preso de 24 años que llevaba tatuado en el brazo el número 174517. "Mira, estás arriesgándote hablando conmigo", le avisó el químico. "No me importa", le respondió un Perrone siempre parco en palabras, a pesar de que corría el peligro de ser detenido por los nazis y acabar él mismo preso en el campo o ejecutado.

Lorenzo Perrone en dos imágenes: durante el servicio militar (1924-1925) y en los años 40 (derecha).

Lorenzo Perrone en dos imágenes: durante el servicio militar (1924-1925) y en los años 40 (derecha). / CORTESÍA DE EMMA BARBERIS / THE WIENER HOLOCAUST LIBRARY

Aquella sopa significó para el desnutrido Levi unas 500 calorías extra que le ayudaban a compensar las insuficientes raciones de comida que los nazis daban a los prisioneros. Levi sabría que Perrone entraba "a escondidas, cuando todos dormían, a las tres de la madrugada", en la cocina del campo y metía en su gamella de aluminio la sopa y las sobras que dejaban otros trabajadores voluntarios. "Creo que si hoy estoy vivo es gracias a Lorenzo", escribió el químico en su testimonial ‘Si esto es un hombre’ -donde le dedicó unas cinco páginas-, un reconocimiento que repitió a menudo en posteriores entrevistas hacia aquel hombre al que recordó también en ‘El regreso de Lorenzo’ (1981) -de ‘Lilit y otros relatos’- y en ‘Los hundidos y los salvados‘ (1986) sin revelar su apellido.  

Primo Levi.

Primo Levi. / MENCARINI MARCELLO / AFP

"Gracias a Lorenzo no me olvidé yo mismo de que era un hombre", dijo Levi de aquel pobre albañil del barrio del Burgué de Fossano, hijo de un padre tiránico, violento y borracho, que vivía de lo que podía, sobre todo en la ruta del contrabando cruzando la frontera, antes de ser uno de los cientos de contratados para construir una fábrica de productos sintéticos en Auschwitz III por la empresa G. Beotti, subcontratada por la IG Farben (que tenía la pantente del Zyklon B, el letal pesticida de las cámaras de gas). 

El primer encuentro tuvo lugar mientras Perrone ponía ladrillos subido a un andamio. Le faltaba argamasa y al ver al joven preso le dijo que le alzara el cubo. Pero el debilitado Levi no pudo levantarlo y se le cayó, derramando parte del contenido. Dos o tres días después, el albañil se le acercó y le tendió su gamella llena de sopa, salpicada "con pellejos de salchichón y huesos de ciruela". "Solo dijo que se la devolviera, vacía, antes del atardecer", evocó. El de Fossano tambien se arriesgó escribiendo postales con noticias de Levi a la familia de este.  

"Su humanidad era pura e incontaminada", escribió el superviviente sobre Lorenzo Perrone, al que honró también con los nombres que puso a sus dos hijos, Lisa Lorenza (1948) y Renzo (1957). Tras la guerra mantuvieron el contacto. De hecho, Greppi localizó inesperadamente, en verano de 2022, las cartas que el albañil envió a Levi (las del químico se perdieron). Siempre rechazó sus agradecimientos y se negó a recibir nada a cambio

El químico intentó ayudarle con dinero y ropa hasta su muerte, en 1952, demacrado, enfermo de tuberculosis y alcoholizado. Logró que lo ingresaran en un hospital, del que se escapó porque no le daban vino. Levi sostuvo en varias ocasiones que su salvador se suicidió. Estaba "traumatizado por lo vivido en Auschwitz", de donde, opinó, Perrone había vuelto "mucho más desesperado" que él. Se sintió "aterrorizado por lo que había visto" y tan "profundamente herido, que ya no quería vivir". Probablemente, como le ocurrió a otros salvadores reconocidos por el Yad Vashem como Justos de las Naciones que salvaron a judíos del Holocausto, como Oskar Schindler, Perrone, que ayudó a otros dos o tres presos, se sintió "culpable por no haber hecho más". 

En 1987, tras una espiral de depresiones, el propio Levi, que siempre se preguntó por qué él había sobrevivido y otros no, se precipitó por el hueco de la escalera de su casa, en Turín, a los 67 años. "Todas las cosas que había visto y sufrido me quemaban dentro -escribió-. Me sentía más cerca de los muertos que de los vivos, y avergonzado de ser hombre, por ser los hombres quienes edificado un lugar como Auschwitz. Auschwitz se había tragado a millones de seres humanos, muchos amigos míos, y a una mujer que yo llevaba en el corazón".

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