La técnica se impone al humor

Una escena de la coreografía ‘Chopeniana’.

Una escena de la coreografía ‘Chopeniana’.

El primer recuerdo que se me viene a la mente de Les Ballets Trockadero es una actuación sorpresa que ofrecieron en el Teatro del Generalife en Granada en 1989 dentro de un festival de música y danza que se celebraba en toda la ciudad. En aquel momento su fama en nuestro país no había aún alcanzado un ámbito tan popular como el de ahora y la mayor parte del público se enfrentaba por primera vez a estos velludos varones vestidos de tutú. 

Tras las primeras coreografías, el patio de butacas se dividió en dos partes. Una mitad se reía de lo original de la propuesta. Y un segundo sector lo consideraba una ofensa «para un arte tan serio». Aquella polémica, como todas las polémicas, los convirtió inmediatamente en un fenómeno social.

Desde entonces un amplio grupo de espectadores, a los que la danza no les interesa especialmente, acuden a sus exhibiciones atrapados por la siempre desternillante sorpresa de ver a una serie de hombres ejecutar unos delicados movimientos femeninos con continuos guiños al humor. Todo se resume en que cada extracto de ballet sea fiel a la tradición, pero en cada uno de ellos los bailarines se las ingenian para darle a cada escena un toque humorístico. Mantener el equilibrio de bailar travestidos pero sin desviarse hacia lo drag.

Lo que muchos quizás desconozcan es que esa gestualidad es la esencia misma del arte de la danza ya que sus orígenes están, precisamente, en la mímica. Sin embargo, tras lo visto este fin de semana en el teatro Cuyás, parece que, una vez asentada su fama y conseguido un grupo de acérrimos espectadores, la compañía se ha centrado prioritariamente en elevar su técnica hasta el plano máximo y dejar el trabajo gestual consistente en provocar risas en un segundo plano. La tercera visita de la compañía a las Islas este fin de semana fue, por tanto, una exhibición de danza en su sentido más puro. Dicho de otro modo, los momentos de humor se redujeron a algunos instantes en los que los bailarines se picaban entre ellos para ver quien era el más virtuoso, caían en topes descoordinaciones y aglomeraciones o mostraban alguna que otra gestualidad que simplemente rozaba lo histriónico. De resto, el espectáculo se podría resumir como una exhibición de técnica clásica perfecta que hizo las delicias de los aficionados más exigentes. Empezó con Chopeniana, que siendo una versión de Las Sílfides, incluye los cinco momentos más deliciosos de Chopin en los cuales, a través de la polonesa, el nocturno, la mazurka, el vals o la tarantella, observamos a estos espíritus del aire bailando en un bosque al claro de luna en una perfecta primera parte armónica que fue milimétricamente coreografiada para que transcurriera in cescendo en la que pudieron mostrar una sincronización perfecta. Seguidamente, fue impresionante ver cómo la compañía neoyorquina puede convertir el Gran Paso a Cuatro más solemne en una pura farsa sin interrumpir de ninguna manera el flujo de la narración ni ridiculizar el concepto original de la pieza misma donde cada bailarín tiene un amplio margen para mostrar su talento particular destacando la siempre emocionante muerte del cisne. Pero el momento culminante llegaría con La noche de Walpurgis, o la noche de brujas como es más conocido popularmente, un ballet sacado de la famosa fascinante ópera Fausto de Gounod, y basada en el texto original de Goethe, donde una celebración ancestral sirve de marco a la evocación más salvaje del mundo antiguo y sus mitos dionisiacos en el que no faltan Baco, los sátiros y las bacantes. 

Una verdadera orgía de sensaciones en la que, esta vez sí, los personajes masculinos y femeninos se equilibraban en una apoteosis final. Todo acabó con una pequeña sorpresa en una noche en la que la dura técnica clásica se impuso al suave humor blanco.

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