‘Canarii’ y el malestar de la identidad

Una escena de ‘Canarii. País adentro’.

Una escena de ‘Canarii. País adentro’. / Alejandro Quevedo

Javier Durán

Javier Durán

Nada más temible que la cuestión de la identidad de los pueblos acabe trapicheando con la creatividad para dar lugar a un engendro de difícil catalogación, aunque aplaudido sin descanso entre eso que llaman nacionalismo y su búsqueda insaciable de parapetos autojustificativos. Era el principal reparo que llevaba en la cabeza a la hora de asistir a Canarii. País adentro. Y a la vez, me decía a mí mismo: «Es lícito crear y divagar sobre ese pasado remoto. Cerrar heridas y llagas en libertad, sin tener que acudir a bifurcaciones complejas para encubrir la necesidad de las preguntas sobre el origen».

La primera prueba la superó con creces el espectáculo de Manolo González y Daniel Abreu, bailarín y coreógrafo. No es un panfleto ni un subproducto de la factoría identitaria, sino un bello artefacto de enorme plasticidad gracias a la danza y al logrado vestuario de Yaiza Pinillos. El intérprete de Mestisay y el Premio Nacional de Danza conforman una feliz combinación para llevar a buen puerto la ambición intelectual y la plasmación artística. Una sincronía, que, sin lugar a dudas, quedaría alicorta sin la presencia del veterano Teddy Bautista, compositor mágico para elevar el clímax de la voz de Olga Cerpa y el timplista Hirahi Alonso en ese buceo entre los romances de país adentro, recopilados en pueblos y faldas de montañas perdidas.

Todo el conjunto, también las imágenes que complementan el espectáculo, no consiguen abrir la espita desbocada de un folclore de rancio abolengo, ni tampoco un sentimentalismo untado por la nostalgia del fin de los tiempos, ni una pasión desmedida por hurgar en el árbol genealógico para descifrar lazos y coyundas entre princesas guanartemes y virreyes fosforecentes... No, Canarii no necesita nada del manual al uso para la inmersión en las aguas grises y ralas de la canariedad y sus colgajos. La obra arrastra al espectador a una inquietante sensación: un malestar interior frente a un espejo donde desfila la llamada de los ancestros, un vaho agridulce que invade el patio de butacas y que por momentos forma la coraza de un tenso ritual. 

Canarii interpela, reclama explicaciones incómodas y llamadas de atención que poco tienen que ver con lo colectivo. Se trata de una provocación al viaje íntimo, aunque con algunas concesiones que disgustan e interrumpen esa soledad pensante como es la aparición de la manida foto desde un satélite de las Islas Canarias o la estridencia del grito Canarii. Pormenores que en modo alguno empañan el resultado final, pero que atribuyo al valor del contexto en una iniciativa que podría acompañar a la candidatura de Las Palmas de Gran Canaria como Ciudad Europea de la Cultura.

Tras la tres funciones de Canarii en el teatro Cuyás, todas ellas con aforo estimable, cabe interrogarse si el espectáculo se entendería más allá de la geografía canaria. Una duda que nos asalta, nada ajena o extraña a nuestra tradición cultural, siempre dominada por esos miedos que asaltaron a Alonso Quesada, envuelto en la esquizofrenia de la insularidad. A esta altura de los tiempos, por desgracia, los canarios todavía tenemos que divulgar quiénes somos, más allá del morbo que suscita la erupción de un volcán. El espectáculo Canarii realiza un esfuerzo en ese sentido, condensando preocupaciones etnográficas y antropológicas, sin que ello signifique que sea un sustitutivo del saber científico.

Y ya más en el territorio del disfrute, la pieza que toca Teddy Bautista en Canarii, una especie de interregno con sabor a vals, una composición que llenó la sala de aires cosmopolitas, de la estranjerización de las Islas como tierra de paso, un absorbente de costumbres, leyes y ritmos. El maestro nos trasladó al destartalado hotel donde un pianista solitario flota entre la calima, mientras fuera ruedan ruidosos los carros camino del Puerto de La Luz. 

No hay Historia total. Y mucho menos la del Archipiélago, donde el puzle todavía se recompone y desperdiga. Canarii agita desde el arte, la danza, la escenografía, la música... Desde la estética. Una propuesta que salva los riscos de la demagogia y el ombliguismo.

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