Música

La batalla final del Apocalipsis

Todo aquello que simboliza el fin del siglo XIX está reflejado en la colosal ‘Segunda sinfonía’ de Mahler que interpretó la Filarmónica y el Coro Estatal de Kaunas

La Fillarmónica de Gran Canaria y el Coro de Kaunas en el concierto de Tenerife

La Fillarmónica de Gran Canaria y el Coro de Kaunas en el concierto de Tenerife / Fiorella Licandro Díaz

Asistir a la interpretación de la Segunda Sinfonía de Mahler por parte de una de las mejores formaciones de este país, como es la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria, supone, sin duda, vivir una de las experiencias más intensas y motivadoras que pueda experimentar un oyente.

Todo aquello que intelectualmente, filosóficamente, religiosamente o artísticamente, simboliza el final del siglo XIX aparece de alguna u otra manera reflejado en esta colosal sinfonía coral. Pero lo más impresionante es como va evolucionando de forma sutil y equilibrada durante los cuatro primeros movimientos en los que va asomando todo lo maravilloso y siniestro del comportamiento humano a modo de un equilibrio entre el bien y el mal, para estallar en un quinto sublime en el que se produce una guerra final de ambos conceptos en un Apocalipsis entre muerte y resurrección a modo de apoteosis.

Este quinto movimiento quizás contenga los treinta minutos más complejos de la historia de la música moderna. Por eso mismo, la manera en la que la formación grancanaria, acompañada por el Coro Estatal de Kaunas, y dirigida como siempre con una eficacia milimétrica por el maestro Karel Mark Chichon, logró ejecutarla sin perder un solo ápice de su sofisticación, muestra nuevamente las inmensas posibilidades de la formación grancanaria con su actual director musical al frente. 

Evolución

Previamente, el experto Ricardo Ducatenzeiler ofrecía una charla en la que explicaba de forma muy didáctica la evolución de tamaña obra maestra. Se trataba, según Ducatenzeiler del «proceso más largo y dificultoso que experimentó» Mahler a lo largo de su vida, que en un principio iba a ser un poema sinfónico titulado Totenfeir (Ritos fúnebres) y al final se convertiría en una sinfonía coral de cinco movimientos en la que la figura del legendario director de orquesta Hans von Bülow iba a ser trascendental para su comienzo y final. Primero porque el rechazo del experto fue lo que llevó a Mahler a transformarla en una obra más compleja. Y segundo porque el posterior entierro y funeral del músico le inspiraría casualmente para componer la prodigiosa parte final. 

Así, el primer movimiento, una marcha fúnebre de 20 minutos, contiene tres motivos principales formados por lo oscuro, lo simple y la luz y la esperanza y donde también aparece, entre otros motivos secundarios, los sonidos de una fanfarria triunfal. Como reflexión religiosa, el maestro Chichon respetó los cinco minutos de silencio que pedía Mahler después de su interpretación. El segundo movimiento, que recuerda con felicidad la vida que tuvo el difunto «es también una muestra nostálgica hacia la música que se había dejado atrás en el siglo XIX», con dos motivos principales, formado por la gracia y la oscuridad. El tercer movimiento, que es una crítica a la hipocresía del ser humano, Mahler lo escribió inspirado en una canción que compuso basada en uno de los textos de El cuerno mágico de la juventud y denuncia cómo la religión ya no era tan importante en la época. 

El cuarto movimiento, inspirado por otra de sus canciones, nos muestra «cómo regresar a los valores más simples para volver a la plenitud espiritual».

Y llegamos finalmente al quinto y fundamental último movimiento, donde participan el coro y el órgano, y donde las aportaciones de ambas cantantes solitas, tanto de la soprano grancanaria Tania Lorenzo, como de la mezzo Adèle Charvet, son breves, pero fundamentales. Un quinto movimiento que es el que convierte a la obra en una maestra absoluta. Inspirado por el poema del alemán del siglo XVIII Frederick Klopstock, todo se inicia como una invocación para que los muertos despierten. De este modo, una llamada de la trompa desde el hall del teatro parece como una convocatoria del más allá. 

El primer tema principal, que simboliza la muerte, está derivado del Dies Irae. El segundo, el de la propia resurrección, lo presenta el trombón y la trompeta.Le sigue los suspiros del tercer tema angustioso en el corno inglés. Y llegamos al momento cumbre con la marcha de los muertos y la encarnizada lucha del apocalipsis hasta que el coro que habla de la resurrección, en una respuesta continua a la melodía de la orquesta.  Noventa minutos de una experiencia mucho más que musical.

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