Literatura

Desde la línea

La novela de Joseph Ponthus cuenta la historia de un hombre que por amor abandona la seguridad de su puesto de trabajo

El escritor Joseph Ponthus

El escritor Joseph Ponthus

Javier Doreste

Javier Doreste

Esta es una novela de amor. Por amor un hombre abandona la seguridad de su puesto de trabajo, su ciudad y sus conocidos y se desplaza desde las afueras de París a la costa bretona, siguiendo a su mujer que ha encontrado un trabajo estable en la ciudad portuaria de Lorient. Y desde ese momento el hombre entra en la espiral de los trabajos temporales, intermitentes, de horarios infernales. Aunque tiene dos títulos universitarios y ha trabajo en la periferia parisina durante diez años, no encuentra trabajo en lo suyo y tiene que apuntarse a una empresa de trabajo temporal, las famosas ETT, que lo envía de aquí para allá, según las necesidades de las empresas. La pareja no coincide en los horarios. Las más de las veces el trabajo temporal del protagonista es de noche, con extensivos horarios y el de su mujer es diurno. Comparten cama pero rara vez al mismo tiempo. Y sin embargo el amor no desfallece. Él encuentra tiempo, en medio de la línea de producción, para enviar un wasap de amor a su mujer y ella le deja un mensaje en el espejo que rara vez los verá juntos o le envía un mensaje a las once diciendo que lo echa de menos. Le regala un perro para que no esté tan solo por las mañanas, él hace las tareas domésticas: Esposa mía mi amor/Cuando leas estas palabras/ Yo seguramente estaré acostado/ Abandonado/ Soñando con no sé qué aventura/ Volverás / Y encontrarás la casa como / Solo yo sé recogerla. 

Joseph Ponthus, pseudónimo de Batiste Cornet, consigue agarrarnos por el cuello y que leamos su obra de cabo a rabo, casi sin aliento, escrita con el ritmo de alguna de las obras de Hammett. Frases cortas, sin puntuación, escritas unas debajo de la otra como si de versos se tratara, pero no son versos. Son frases que nos llevan de un lado para otro a través de una fábrica de productos precocinados, de otra de pescado y de un matadero. De una a otra pasa el protagonista, siempre en horarios imposibles, extenuantes y alargados en determinadas fechas como cuando se aproximan las navidades y el consumo de marisco sube espectacularmente. Hay un tremendo aliento poético en la narración de Ponthus, sustentada en la tensión dialéctica entre el amor, la vida cotidiana, el perro del hogar, y el salvaje ritmo que la línea de producción impone. Da lo mismo si se rompe una cinta transportadora, la fuerza bruta de los trabajadores sustituirá a la mecánica: La mierda es una tostada de palés de caracolas para/ descargar cuando una pieza de una cinta transportadora se/ avería en una línea de producción (…)/ El abismo de la máquina reclama su ración de incesante/ de caracolas/ Yo suplo la cinta/ Yo soy el nexo/ la producción tiene que continuar… 

Unas veces escurre tofú, otras llena bandejas de pescado empanado, clasifica gambas pre cocidas, separa despojos de pescado para la cadena de comida de gatos, empuja piezas de carne que pesen tres y cinco veces lo que él. El ritmo es discontinuo. O pasa temporadas en paro o sometido a la presión y al ritmo tenaz de las cadenas de producción. La cadena no puede pararse, haya averías o accidentes. Ha visto compañeros sin dos o tres dedos, con prótesis en los pies, ha visto pasar delicias que en su vida había probado, langostas, cangrejo ruso… cortes desconocidos y exquisitos de carne. Y sabe, que no existe ninguna poesía en el trabajo manual, pese a que nos lo quieran vender con aquello de que el trabajo dignifica, la sombra de Lafargue aparece cuando menos se le espera. Sabe que ese trabajo es fundamental para que el sistema funcione pese a que algunos digan que ya no existe, que todo está informatizado o digitalizado. Es como si nadie empujara las carretillas de cemento y una mano invisible, la tan cacareada del mercado, levantara las paredes, condujera los camiones, amasara el pan, pues hay que cargar la harina, abrir los sacos, como Ponthus carga los sacos de caracolas, los abre y los vierte en la cinta. Este es otro de los méritos de esta novela, hacer visible la necesidad del trabajo manual y la crueldad de las cadenas, las líneas, de producción. Pues Ponthus sabe que en realidad está vendiendo su fuerza de trabajo, como dijo en su momento el Viejo Moro, Carlos Marx. Es una novela sobre el precariado, las condiciones laborales, el esfuerzo físico del trabajo manual, la explotación. Sin ninguna poesía lacrimógena, solo con la realidad, con lo cotidiano. Muy cercano, por no decir lo mismo, que viven tantos jóvenes en nuestra tierra. Los contratos temporales, la inestabilidad laboral, los horarios extenuantes… una novela para nosotros, los de aquí abajo. 

Está cargada de referencias a la cultura popular francesa, debidamente aclaradas por la traductora en unas notas al final del texto. Pero también dialoga con la otra cultura, la más refinada. Juega con ella y con el lenguaje como si fuera un moderno Perec y hubiese pertenecido al movimiento Ouvrage de Literature Popular (OULIPO). Hay carga filosófica sobre la memoria, la que nos asalta cuando caemos derrengados en la cama, cansados por el trabajo, y esa memoria, de los amigos, de la familia, de lo vivido anteriormente, nos asalta y no nos deja dormir. Es una vindicación de la vida más allá de la línea, aunque los patrones y los capataces se empeñen en lo contrario. 

Y es también una reflexión sobre el tiempo. El tiempo vivido y el tiempo trabajado, que al fin y al cabo es el tiempo perdido. Perdido para ser, vendido para subsistir. En un momento dado, el autor impreca a Proust: Querido Marcel he encontrado lo que buscabas / Ven a la fábrica/ Yo te enseñaré el tiempo perdido. Ese tiempo es el que no pasa, el tiempo en que estamos suspendidos porque ya no es nuestro, lo hemos vendido. 

A raíz de la publicación de la novela, Ponthus no volvió a ser contratado por ninguna empresa de su zona. Gracias a que su obra tuvo un éxito inmediato no le importó. En cierta medida recobró parte de su libertad y de su tiempo. Por lástima a los dos años murió de un virulento cáncer. Nos ha dejado una obra imprescindible para entender las prácticas laborales de hoy en día, rupturista en la forma y que confirma aquello que decía Sontag, no hace falta argumento para contar una historia y que atrape al lector. Aquí no hay planteamiento, nudo y desenlace. 

Por no haber no hay ni signos de puntuación. Que rompiendo tantas reglas, desde la que impone el silencio sobre la vida laboral hasta las que enseñan en las escuelas académicas de creación literaria, haya conectado con millones de lectores, es un aviso de que la esperanza aún nos puede mantener. Por cierto, Pablo Hasél sigue en la cárcel.