Literatura | Poesía

Tiempo que siempre jamás

Después de su presentación en la antología ‘Poesía Canaria Última’, al poeta Caballero Millares se le conocen ocho libros

El poeta Caballero Millares.

El poeta Caballero Millares. / LP/DLP

Javier Doreste

Javier Doreste

Podemos afirmar que Caballero Millares es uno de los poetas más discretos de nuestras islas. Es decir, huye de las alharacas literarias y se dedica a su obra, dándonos versos perfectos espaciados en el tiempo.

Después de su presentación en la antología Poesía Canaria Última solo le conocemos ocho libros. El que comentamos parece ser el último y es de 2016. Esta contención en la publicación de su obra nos revela un poeta entregado a la construcción del verso más perfecto, de un lenguaje que a veces se ve precisado a distorsionar para alcanzar la voz que quiere. Otros como Rodríguez Padrón, comentando su Ensayo general para una resurrección, ya han descrito este procedimiento distorsionador de nuestro poeta y no creemos que podamos añadir mucho más. Pero este libro, Tiempo que siempre jamás, es de esos libros a los que volvemos con recurrencia, pues siempre encontramos una figura, un poema, un verso o una idea. Libro breve que podríamos decir que trata de tres temas principalmente. La infancia, esa memoria siempre añorada, la madurez y el amor, y por último la muerte. Los tres temas se agrupan, implacables, por el tiempo, el tiempo que avanza y va despojando la misma vida del poeta.

La actitud ante la infancia no es tanto una añoranza o nostalgia castradora de la fuerza del poeta. Es más bien la narración que dice de donde viene el hombre que escribe, que si a veces puede escribir: y la hiedra/ a punto siempre/ de glorieta inmóvil/ guarida encantadora/ sostenida siempre/ de trémulas inquietantes/ sombras/ obra competa/ de la mejor enredadera/ de nuestra vida; antes ha enumerado juegos y lecturas y recordado el peso ridículo y siniestro del mundo de los adultos: Domingos e introitos/ hijos de la parroquia/ fijador y corbata/ kikirikíes todavía al alba/ paramentos de casullas/ ofertorio de kirieleisóns/ genuflexión castrense/ voz de mando/ tintineaba/ trémolo/ tilín/ tartaleta titilante/ tilín/ trepidaba/ tilín/ triplicaba/ trasnochados/ apetitos/ de ejercicios espiritosos. Nótese el juego entre kikirikíes y Kirileisons, la repetición de la te y la burla de los ejercicios espiritosos, aguardientes y alcoholes, en lugar de espirituales.

Tiempo que siempre jamás

Tiempo que siempre jamás / Javier Doreste

Así, si bien la infancia es recordada como la mejor enredadera, también se reconoce el lado oscuro y temible que significaban la iglesia y el ejército franquistas en los días de la infancia del poeta. La ausencia de signos de puntuación, recurso habitual en Caballero Millares, sirve para que no podamos leer el poema con el ritmo y la entonación normales de toda composición, sino con la propia construida por el autor y que nos obliga a hacer las pausas cuando nos quedamos sin aliento, obligándonos así a escapar de la rutina poética para que pensemos los versos más detenidamente. El propósito del autor es compartir tanto su recuerdo como su experiencia de la infancia, con nosotros, y para ello estima necesario, y lo es, romper los hábitos lectores para que nos quedemos no sólo con el continente de palabras sino con el contenido, lo que se quiere decir con personalísima voz.

El amor y el tiempo se reflejan en versos como: Y yo… ¿Dónde entonces?/ - prodigiosa/ palpitó tu/ pregunta/ por los/ poros de tus/ párpados. / -Te quise ayer- suspiré. / Ensayo general de mi memoria/ para resucitar contigo/ ensueños/ y pasiones. Aquí ha usado el autor los signos olvidados de la puntuación.

Tanto los puntos suspensivos como los seguidos tienen una finalidad concreta en la composición. Marcar las pausas, las dudas antes de responder en el diálogo de los dos enamorados ante el peso del tiempo que deja en suspenso el amor presente. Ese ensayo general de la memoria delimita al objeto amado y al tiempo. Otros versos están dedicados al amor carnal, supeditado, por supuesto, al implacable tiempo: Dama duende/ jadea tu piel con la mía/ pliego mis besos/ en el teclado de tus dientes/ y enloquezco alegre/ en el paraíso encontrado/ de tu amor cercano. / Como los relojes futuros que se derriten/ en el perfil del tiempo/ ven y abrázame ayer. / Tiempo que siempre jamás. Y otros versos nos regalan imágenes de hermosa sensualidad: el deseo de embriagador letargo, / la transpiración envolvente, / piel de coral, /idolatría / y un océano que se desborda / por el oro de sus cuerpos.

El poeta nos muestra a los amantes aletargados y vuelve al uso de la coma y el punto para que nuestra lectura alcance el ritmo de la respiración de esos amantes en su descanso. De esta forma el lenguaje logra transmitir más que la simple visión. Solo un poeta de la plenitud de Caballero Millares puede jugar con las palabras y los signos para convertir la experiencia propia en acto poético compartido con todos.

El último bloque de poemas se refiere a la enfermedad y la muerte. La primera es tratada con cierta ironía y distanciamiento, como si estar enfermo fuera una molestia no sólo para el paciente sino también para el cuerpo médico: -¿Quiere usted jugar conmigo? / -pregunté simulando/ mordaza de enmohecida edad. / -Yo haré de infección de pasillos/ y usted prestidigitador/ de hipocrático prestigio.

La aliteración prestidigitador/prestigio es un recurso similar al usado para ridiculizar el mundo adulto en los versos que hemos comentado al principio. La enfermedad nos aparta de los otros, nos saca de nosotros mismos y se convierte en tiempo suspendido en el que para salir el poeta recurre a la ironía, la burla y así no quedar atrapado en ese tiempo suspendido.

Otro asunto son los poemas dedicados a la muerte, nuestra amiga y compañera desde que nacemos. Oponerse a ella es vano y el poeta se atreve a mirarla a la cara, diciendo: Te reconoceré cuando vislumbre/ tus crines, crisantemos de crisálida nieve; / por tu danza de péndulo mudo y navegable, / por tus serpientes de medusa al viento, / por tus uñas de hoces oxidadas, / por tu escorzo de corzo putrefacto, / por tus ojos de líquenes de luna.

Otra vez las aliteraciones, crin, crisantemos, crisálida, hoces oxidadas, escorzo de corzo. Que se encabalgan acelerando nuestra lectura, como si la Parca nos estuviera esperando y urgiendo a que no faltemos a su cita. Más el poeta se rebela: Antes que ilumines navaja corrosiva/ y ejerzas profesión conmigo/ de bienaventurada carnicera, /quiero sentir que vivo/ como aquella otra vez, en la distancia.

De este grupo de poemas destaca especialmente el titulado Nothing More, homenaje a El Cuervo de Poe, cuyo cuervo aparece en los versos: Majestuoso/ espectro visitante/ en mi ventana/ picotazos de ébano/ y nada más/ el temblor de una estrella / (…)/ y en mi mano/ incorpórea/ una pluma/ siguiendo siniestro rastro/ de la noticia de mi muerte/ sólo eso/ y nada más.

Decía Walter Benjamín que la labor del artista era convertir su experiencia personal en experiencia colectiva. Conseguir que todos nos reconozcamos de una forma u otra, gracias al uso del lenguaje, en lo que el poeta nos cuenta. Caballero Millares lo consigue plenamente.

Domina el tiempo y logra transmitirnos tanto la infancia, todos jugamos en los barrancos en el pasado y todos sufrimos los desfiles. Todos hemos amado y todos llevamos la muerte; dialogar con ella, esperarla serenos, conscientes de que solo podremos vencerla a través de la palabra, es lo que nos transmite Caballero Millares, y es lo que lo convierte en un poeta al que siempre volvemos.