57ª Temporada de Ópera de Las Palmas de Gran Canaria

Soy poeta, en mi pobreza despilfarro

Puccini volcó en ‘La Bohème’ mucho de su propia vida; de hecho creó en París un club con ese nombre con unos estatutos desglosados en siete puntos

Una escena de ‘La Bohème’ durante la primera función del pasado martes en el teatro Pérez Galdós.

Una escena de ‘La Bohème’ durante la primera función del pasado martes en el teatro Pérez Galdós. / Nacho González

La idea por parte de Amigos Canarios de la Ópera de incluir dos títulos emblemáticos de Puccini, perteneciente a dos etapas casi contrapuestas de su trayectoria artística, como inicio de esta 57ª temporada de Ópera de Las Palmas de Gran Canaria, ha sido el mejor homenaje que se puede hacer al centenario del fallecimiento del compositor italiano. Por eso mismo hay que recordar que el festival comenzó el pasado mes de febrero con la exhibición de Tosca en el teatro Pérez Galdós, quintaesencia del Puccini más maduro, con una más trama compleja y profunda psicológicamente y repleta de una musicalidad desbordante. 

Y que el pasado martes le tocó el turno al otro Puccini, al más libre y espontáneo, que aún componía alejado de las ataduras más academicistas. Concretamente, se trataba de la primera función de la ópera en cuatro actos La Bohéme, estrenada en 1.896 y desde entonces convertida en una de las más representadas de toda su producción. Carlo Antonio de Lucia, director de escena, plantea la acción en un espacio urbano, una confluencia de calles, escoltada a ambos lados por dos quioscos de estilo oriental más dos volúmenes de arquitectura sencilla. Este espacio se transforma de calle a buhardilla con el sabio aporte de muebles y elementos menores. Y de fondo, el paisaje urbano de París.

Juramento

Puccini volcó en La Bohème mucho de su propia vida. De hecho, creó un club en París con ese nombre, con unos estatutos desglosados en siete puntos, de los cuales sólo apuntaré el primero: «Los miembros del club La Bohéme prometen bajo juramento estar bien y comer mejor». Con estos mimbres no es de extrañar que la obra sea una oda a la intensidad de la vida de los artistas, que en el esfuerzo de abrirse camino con sus talentos a través de penurias y dificultades económicas, son zarandeados y vapuleados por la aparición de algo insospechado, el amor. Transcurre la acción con ritmo, rapidez y divertimento. Es un elogio a la buena vida, al placer de disfrutar los escasos momentos de vinos, comidas compartidas y de las relaciones y conversaciones. En el barrio latino de París, en una fría buhardilla, un 24 de diciembre cuatro artistas intentan aplacar el hambre y el frío. 

Ellos son Rodolfo, poeta, escritor de teatro; Marcello, pintor, con el honroso título de no haber vendido ni un solo cuadro; Colline, filósofo, y Schanuard, músico, que consigue algo de leña, comida y varias botellas de Burdeos: lo suficiente como para celebrar la vida. En este lugar surge por azar la historia de amor, Mimí, una vecina bordadora que llama a la puerta y Rodolfo la hace pasar. Mimí es interpretada magistralmente por la soprano Claudia Pavone. Cantó de forma sensible y profunda, dándole alma a su personaje. Arturo Chacón-Cruz, tenor originario de Sonora, México, da cuerpo a Rodolfo, que cae rendido ante la aparición de Mimì, amor a primera vista. Con una técnica melódica igualmente excelente, tanto vocal como dramáticamente, ya que de ambos artistas emana la química necesaria para que sea creíble toda esta relación amorosa.

 Es común pensar que La Bohéme es una historia de amor, no. Pero, en realidad, es la historia de dos amores. Puccini introduce otro romance. La de Marcello, interpretado por el barítono italiano Alessandro Luongo, y Musetta, por Isabel Rey, en un trabajo impecable por parte de ambos cantantes. Y es aquí donde el autor utiliza de manera magistral el contrapunto. Los momentos más emocionantes son aquellos en los que coinciden Mimí y Musetta en el escenario. Mimí es delicada, tímida, frágil y algo atormentada. Mimí suena dulce. Pero, por otro lado, Musetta es extrovertida, zalamera, exuberante y despreocupada. Musetta suena apasionada. La soprano Isabel Rey llena el espacio con su exquisita voz y presencia consiguiendo una interpretación perfecta. Realmente los dos personajes femeninos son quienes vertebran la obra. Hasta el punto de que es su llegada y partida lo que crea la alegría y el drama. 

Más la diversión da paso a la tragedia, ambas parejas desaparecen a pesar de estar enamoradas, a través de dos maneras muy distintas de acabar una relación. Y de nuevo se reúnen los cuatro bohemios a disfrutar de la vida. Y quizás fuese en esta reunión en la que se echó en falta un poco más de intensidad en los juegos, piruetas y duelos que practican los jóvenes.

Termina con la muerte de Mimí, trágica, emocionante, donde Puccini nos envía su mensaje, que no es otro que a pesar de las adversidades nunca hay que renunciar a vivir y perseguir los sueños de juventud. Interpretan también Vittorio de Campo, que debuta en esta temporada, bajo, Italiano, en la piel de Colline; Fernando Campero, barítono, de Santa Cruz de Tenerife, que debuta como Schaunard; Francisco Navarro, tenor aruquense que da vida a Parpignol; Isaac Galán, barítono de Zaragoza como Alcindoro y Benoît, y el bajo argentino, Max Hochmuth como sargento. Debutan Matías Fernández, Lucas Quintana y los niños cantores y destacar también a Olga Santana como directora del coro del festival de ópera y a Marcela Garrón como directora del coro infantil de la OFGC. Muy buena actuación también de los extras, que fueron muchos, bien coordinados con la música y la trama.

Pero destacar, sobre todo, la dirección musical de José Miguel Pérez -Sierra, al frente de la Filarmónica de Gran Canaria. Fue su visión de la orquesta al servicio de la vocalidad de los cantantes, la que permitió que el público disfrutara de una versión mucho más profunda, poética y sentimental, extrayendo de forma aún más eficaz los recursos dramáticos de cada uno de los intérpretes.

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