Cabezonerías y justicia histórica

Nunca habrá modo justo de agradecer a Antonio Henríquez Jiménez las horas y la salud dejadas en tan tremendo esfuerzo para saldar lo que hasta ahora ha sido una injusticia histórica

Bartolomé Cairasco

Bartolomé Cairasco / La Provincia.

José Miguel Perera

Hace un cuarto de siglo, cuando era estudiante y hacíamos la revista Calibán en la ULPGC (institución que ahora edita la gran obra de Cairasco), reclamé que la literatura del grancanario, especialmente su Templo militante, debía ser reeditada de forma completa. Lo que sería interpretado como una cabezonería de un joven sin experiencia, hoy se torna luz elemental de militancia cultural: aquella idea, en mí, no ha hecho más que radicalizarse. Volví sobre ello el Día de las Letras Canarias de 2007, con dureza en 2010 en los 400 años de su muerte, en 2017 (introducción a mi Comedia del recibimiento) y en numerosas ocasiones…

Mis más de dos décadas de queja forman parte de un triste clamor que ha recorrido entre sorderas la historia de Canarias y que tuvo en el soslayado siglo XIX un punto álgido en varias voces como, entre otras, la de Elías Zerolo, que en 1879 inscribió: «Triste es confesarlo, no ha sido posible concluir la impresión [de Templo militante] por la falta de apoyo: que aún no lo presta nuestro país a empresas de aquel género».

Muchos se han dedicado a sopesar esta literatura cual verborrea irracional y nos han retratado a Cairasco a cachos, sesgado… Esto no solo ha contribuido a emborronar la imagen de su escritura, sino que además ha sumado negatividad por «el mal estado de la publicación de sus obras, nunca completas y menos fidedignas, en especial del Templo militante (…)» (Novelerías…, Henríquez Jiménez, 2019).

Solo desde un Bartolomé Cairasco entero, y en esto el Templo es imprescindible, traduciremos más precisamente su valor, tanto en el contexto cercano como lejano. A estas alturas, no esperábamos que desde las laderas peninsulares ni americanas se preocuparan por su obra completa, y menos cuando las señales de alerta de su desafecto han llegado exclusivamente de algunos testimonios de la coordenada sociocultural canaria. Aún así, nuestra mayoritaria indiferencia histórica trasluce que el Archipiélago, de raíz (este es un ejemplo literario), anda irremediablemente enfermo, pues ni siquiera por quedar bien, política y/o filológicamente, ha sido capaz de editar la obra principal de su poeta fundador. Se han dedicado, eso sí, a sacar antologías de textos donde Cairasco nombra Canarias, por ejemplo cuando habla de sus antiguos habitantes. Sin embargo, si no tenemos la posibilidad de leer qué características aplica a santas y mártires en su hasta hoy clandestino Templo militante, nunca podremos entender, por analogía, las connotaciones elocuentes que aplica a canarias y canarios.

La obra de Cairasco es clave para la literatura en español, pero se torna irremediablemente trascendente para la sociedad y la cultura del Archipiélago. A día de hoy no hay literatura canaria sin Cairasco, y no hay Bartolomé Cairasco sin su visión del mundo desde la canariedad. Solo la escueta pieza de teatro donde Doramas es imaginativamente resucitado ya se eleva canto ético a la tolerancia y al respeto desde Canarias… Cuánto de importante no va a ser, entonces, la sabiduría humana y espiritual inserta en el vasto Templo militante. Creyentes o no, la lectura mesurada de un canto al día en esta amable edición daría, rítmica y anímicamente, muchas vitaminas y conocimientos a lectoras y lectores desinquietos.

Por estos y otros asuntos, sin retóricas, la concienzuda edición que ahora se presenta es y será uno de los más valiosos acontecimientos de la literatura canaria de todos los tiempos. Por muchos trabajos, pero especialmente por este, nunca habrá modo justo de agradecer a Antonio Henríquez Jiménez la cabezonería, las horas y la salud dejadas en tan tremendo esfuerzo por saldar esta injusticia histórica.