Llegados a este punto, con cuatro clásicos para finalizar la pasada temporada y dos más antes de empezar la presente, una cosa ha quedado clara en medio de goles, faltas, broncas y paradas de Casillas y Valdés: que hay dos jugadores que cada vez que entran en juego siembran el pánico en el rival, Messi y Pepe. Eso sí, por motivos diferentes.

Si a Íker Casillas, probablemente el mejor portero del mundo, le preguntan a qué jugador le gustaría perder de vista para el resto de los días que le quedan como futbolista, no dudaría ni un instante en citar el nombre de Leo Messi, casi el único jugador que ha encontrado la fórmula mágica de batirle prácticamente cada vez que lo mira. La agilidad del guardameta español sólo se ve impotente ante la mirada asesina de la pulga, un jugador que cada vez que pisa el área del Real Madrid dibuja en su mente una forma diferente de batir al portero. Media vaselina, tiro al primer toque, jugada de desmarque por velocidad, etc. Es tan grande el recital del jugador argentino que es completamente normal que Casillas se desquicie tras su simple mirada. Probablemente nadie en el mundo del fútbol pueda presumir de tantos goles y de tantas maneras diferentes a un portero que marcará época.

Pero es curioso, el pánico en los jugadores del Barcelona no lo siembran Ronaldo, Benzema ni Di María; lo siembra Pepe, un jugador siniestro que cada vez que entra en juego en un partido contra el conjunto azulgrana genera en los rivales un verdadero temor, pánico a que por un cortocircuito de un deportista infame alguno tenga que abandonar el fútbol de por vida.