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Un país depauperado por débitos y ajustes

Desde el rescate, el PIB cayó el 25%, el paro saltó del 14 al 26% y la deuda, del 143 al 175% del PIB

Los griegos concurren hoy a las urnas con una certeza y un autoengaño. La certeza es que los ajustes y la austeridad aplicados a la economía helena desde mayo de 2010 no han resuelto aún los problemas del país, al cabo de casi cinco años de tales recetas, y que la constatación de la depauperación ciudadana no ha hecho más que agudizarse en este tiempo. La política de recortes sociales y de devaluación salarial intentó contener la embestida de los mercados y reconducir la insolvencia del país tras desvelarse a fines de 2009 los engaños estadísticos del hasta entonces Gobierno conservador. El primer recate, en mayo de 2010, no impidió que la prima de riesgo saltara de los 731 puntos básicos hasta los 3.717. Fue después del segundo rescate y de la nueva quita de deuda en 2012, y tras el compromiso del Banco Central Europeo (BCE) de hacer todo lo que fuese necesario para salvar al euro, cuando se reemprendió la senda descendente. Pero nunca bajó de los 437. Ahora anda por los 800.

En este tiempo de recetas reformistas el paro pasó del 14,1% de la población activa al 25,7% (la mayor tasa de la OCDE) y la deuda pública del país, aunque se redujo en cifras absolutas, ha acrecentado su peso como consecuencia del decrecimiento de la economía (el PIB se contrajo el 25% entre 2010 y 2013), de manera que el endeudamiento del Estado saltó del 143% del PIB nacional al 175%.

Es evidente que Grecia no puede pagar pese a las ayudas otorgadas por el resto de los socios por más de 255.000 millones (30.000 millones de los cuales fueron aportados por todos los españoles) y a pesar del perdón de parte de sus débitos. De modo que el futuro inmediato se dilucida entre dos opciones: la de los partidos tradicionales, que ya estaban negociando con la Unión Monetaria y el FMI un tercer rescate, o la renegociación de la deuda que plantea Syriza, el partido de la nueva izquierda, favorito en las encuestas, y que hasta hace pocos meses había hecho bandera de una retórica de insumisión e impago de la deuda que ahora ha dulcificado.

Desde 2014 la economía de Grecia está creciendo lo mismo que España (el PIB aumentó en ambos países el 1,6% en tasa interanual hasta noviembre, último dato oficial), pero esto, siendo bueno y deseable, no es suficiente por ahora para reparar los graves desequilibrios y mucho menos para aliviar los enormes sufrimientos de la población. De hecho, aunque Grecia está creciendo ya más que España en tasa intertrimestral (0,7% la economía griega y 0,5%, la española), ningún español querría cambiar su economía por la helena, de igual modo que ningún alemán estaría dispuesto a canjear la suya por la española por mucho que España esté creciendo más que su país.

El crecimiento económico, que es condición vital para salir de la crisis, tiene además una parte de ilusión matemática, una vez que ambas economías han sido empequeñecidas por los decrecimientos, el éxodo, los recortes públicos y privados y los descensos salariales.

Si un país A, con un PIB de 200, crece 4 unidades, su avance porcentual es del 2%. Por el contrario, si un país B, más pequeño o que ha sido empequeñecido (cuyo PIB sea de 100), crece menos (sólo 3 unidades, y no 4), su tasa de incremento porcentual será estadísticamente superior (3%), aunque en realidad es una economía inferior en tamaño y en crecimiento absoluto.

Dicho en término marineros, un barco aligerado, recortado y devaluado es capaz de flotar con menos agua que otro de mayor porte.

El autoengaño de los ciudadanos griegos tiene que ver con la percepción de pobreza. Los ajustes y los sacrificios han extremado los síntomas de depauperación -sobremanera por los recortes en los servicios asistenciales, las pensiones, el empleo y la protección del Estado del bienestar-, pero los griegos (sus gobiernos, sus empresas y los ciudadanos, éstos en su triple condición de votantes, de sujetos fiscales y de actores económicos como consumidores y como tomadores de riesgos crediticios) empobrecieron el país mucho antes. Fue cuando entre todos endeudaron su economía mientras creían que vivían en un país boyante y las autoridades, con la colaboración de algún banco internacional de inversión, maquillaban las cuentas para no interrumpir la fiesta. Al final, cualquiera que sea la percepción de prosperidad, un país o una persona son tan pobres como voluminosas sean sus deudas, aunque éstas les haya permitido vivir en una bonanza de prestado durante mucho tiempo. En qué momento llegó la factura es lo de menos. Ahora, una vez pasadas las elecciones, Grecia y la UE tendrán que gestionar un problema que sigue abierto. Y para muchísimos ciudadanos, en carne viva.

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