In memoriam

Javier Esquivel es de esas personas que no mueren

No era amante de la fama ni de la notoriedad, aunque estaba en todos los guisos echando su particular sal y al ser de cabeza rápida y despierta tenía la facilidad de obtener siempre acuerdos cuando le podía interesar

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C:\Users\acastellano\Desktop\295144.JPG / RAMON DE LA ROCHA - EFE

Javier Sánchez-Simón

Si digo que le corresponde a Javier ocupar un lugar especial en es Salón de los Grandes de la ciudad, no le hago por la tendencia natural de engrandecer al ausente, sino porque los méritos le aúpan a un espacio que en mi opinión, realmente le corresponde.

Le tocó vivir un momento de grandes cambios, y capitaneó esos cambios pero con un riesgo medido, muy medido. En ese sentido era una persona que como los antiguos y grandes luchadores, tienen la maestría de adaptarse a los movimientos de los demás, sean o no contrincantes, y no para superarles, si no para poder poner sus fuerzas en los momentos más útiles.

Mi relación está colmada de anécdotas, muchas, y algunas especialmente jugosas, la mayoría no deben salir de una charla de sobremesa. Todas me sirvieron para conocer a una persona muy singular.

No era amante de la fama ni de la notoriedad, aunque estaba en todos los guisos echando su particular sal y al ser de cabeza rápida y despierta tenía la facilidad de obtener siempre acuerdos cuando le podía interesar. Tenía siempre las ideas claras, decía lo que interesaba decir y no convivió nunca con lo políticamente correcto. Las relaciones humanas siempre eran cordiales, sus reuniones y viajes eran igualmente interesantes y me asombró en los primeros meses que cuando se dio cuenta que teníamos caracteres compatibles, encontró momentos para crear el lenguaje directo, que era lo que le gustaba.

Siempre me impresionó la ausencia de tapujos en el hablar, no abusaba, como hacían otros de poner verde a sus competidores, ponía de vuelta y media a todo aquel que creía merecerlo, con independencia que de lo que fuera, pero a diferencia de otros que cultivaban la hipocresía como afición, Javier siempre fue leal con quienes creería merecer esa lealtad. Lealtad sincera e integra aunque le costara enfrentamientos fuertes, incluso con quienes tenían mas presencia e influencia en la opinión publica. El, en los momentos de crisis, buscaba su particular manera de evadirse pero se sabia que se podía contar con su consejo en todo momento.

Era de las personas con quienes me gustaba salir a comer de vez en cuando dejé de tener responsabilidades en el Puerto, me gustaba las charlas y los comentarios, casi siempre, certeros. Me gustaba comer con uno de los grandes emprendedores de esta ciudad, aprender de sus vivencias. Fue, quien, con la implantación del trasbordo internacional de contenedores, de la mano de su socio MSC, garantizó la conectividad de las Islas con el resto del mundo, introdujo una competencia inusual en el Puerto, una forma de trabajar fuera de la renta de situación. Frente al conformismo de muchos o la protección publica de otros, él apostó por la competitividad, con todas las armas posibles, eso si, y el beneficio esta ahí.

Javier es de esas personas, de esa madera, que no mueren, dejan de estar vivas en lo cotidiano, pero en cambio, están en el ejemplo que han dado en los aciertos que han tenido. Personas que han tenido errores, pero cuando ascienden al nivel que les corresponde es porque en esa balanza de Osiris o en ese Juicio Final, pesa más su humanidad que sus defectos y por tanto, le corresponde ocupar un lugar especial en esa pequeña parte del Universo que ocupa ese Salón al que merece estar.

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