Chochos de Casa Ricardo, nísperos del día, verdura del huerto de al lado, laterío a discreción, una pesa y 103 años de historia embutida entre paredes de piedra, cal y barro. El despacho de Fabiola Ramírez en La Gavia, Telde, es la última de las cinco tiendas de aceite y vinagre del lugar, un negocio de dinero al contado y fiado que heredó de su madre, que a la vez la heredó de su abuela, que a su vez...

Oír a Fabiola remontando el traspaso de generaciones dentro del tinglado familiar es un pasaje a los tiempos en los que la peculiar estructura de La Gavia, allá arriba montada a horcajadas sobre una afilada loma, ni siquiera formaba parte de los mapas, de cuando era un caserío pegado a los animales, riscado en la vertical que sube de una banda del barranco de Valle Casares, "un andurrial de los grandes", como resume Laly Martel, madre de diez hijos "criados sin luz, sin agua y sin coche".

Laly Moreno, es una de las hijas de Laly Martel, y también ella, a pesar de su juventud, fue criada a luz de vela y garrafitas de agua que tenían que subir en la cabeza desde el fondo del barranco, y entre unas vacas y gallinas que ya no están como fuente de proteínas, para dar paso a un antes y un después en La Gavia que tuvo lugar en plena Transición. Un día de 1977.

"Mi madre me dijo que iba a venir una chica a la escuela y que me portara bien", recuerda Olga Moreno, cómo no, otra hija de Laly Martel que sale de repente con las tijeras de pelar los pelos de su padre en la mano. La escuela en aquél entonces eran dos cuartos separados plantados en un terregal miserable, un emblema de la autarquía que se vivía en la Gran Canaria rural hace apenas treinta años.

Intentar encontrar otro acontecimiento en La Gavia que no pase por Adelina Flores Medina, aquella "chica" que llegó en el 77, es como buscar trebolinas entre dunas. A Olga le dio un día cinco duros, y aún los recuerda. Y también le adelantó el importe de los libros para seguir a estudiando, y así suma y siguen los casos allá arriba al punto que hoy, hasta el flamante colegio en el que se convirtieron aquellos dos cuartos chuchurríos, lleva su nombre: "Deje bien escrito que Adelina Flores Medina es lo más lindo de esta loma".

Llora dos lágrimas la madre de Olga: "Tenía siete hijos estudiando sin poder y se lo agradeceré de por vida hasta que llegue a sus oídos".

La escuela hoy colegio tiene a unos 80 enanos jugando a esa hora en la cancha. Se ve desde arriba, desde La Montañeta, el jaleo de la pollería jugando a la pelota sin miedo a que el balón se pierda en los infiernos. Parece una bobería pero no: El primer partido de fútbol de La Gavia tuvo lugar un 16 de enero de 1984, día que estrenaron unas vallas porque desde la Conquista no se podía "dar un chute" sin que la pelota cayera a lo último del barranco.

Otra bien gorda fue cinco años antes, ya con Adelina a la pizarra, cuando los alumnos le escribían una carta al Ayuntamiento de Telde. Era enero de 1979 y la clase llevaba dos semanas sin recreo -estaba "todo embarrado"-, y pedían a la Corporación en letra redondilla un patio y unos muros, "porque los riscos pegados a la escuela" se les iban a venir abajo.

Sería el marzo siguiente cuando llegaron los obreros, que tuvieron que hacer "una cadena humana" para poder trajinar las herramientas y los materiales hasta el solar, una suerte de bancal colgado del aire. El 3 de abril, según pone en la historia escrita por la propia Adelina ya directora, era día de elecciones, y el interventor, harto del ruido del tractor, "que les tenía locos de la cabeza", insinuó parar la maquinaria. "Les dije que ese ruido deseado era una sinfonía de Beethoven".

La Gavia atracó así en el siglo XX. Llegaron el torreón, los cables de la luz, el abasto, la carretera y la asociación vecinal, que tiene un fuelle inaudito con su página web y sus fiestas .

Incluso su espectacular belén viviente, de más de 200 personas, que ha hecho al sitio famoso, y de mañana se oyen ruidos de lugar habitado, la música de Bob Marley saliendo de una cueva con gallinas, los gritos de jugar a la cogida, la conversa de los vecinos y el motor de un camión que reparte agua.

"No hay 'marihuanos", especifica Laly madre, para subrayarle al pago lo tranquilo.

"De aquí no me marcho ni yo, ni mis niñas", sentencia Laly hija.

"Ojalá siga vivito", remata Olga.

Se acaban abajo las clases. Vienen tres guagüillas a recoger los chiquillos y sí, es tal la parranda que habrá Gavia para rato.