En la antigua fábrica quedan los recuerdos de aquella popular empresa: su maquinaria, sus cajas, sus botellas y sus etiquetas esparcidas por el suelo: "Agua mineral carbónica natural San Roque. Bicarbonatada, sulfatada, sódica, fluorada y acidulada. Declarada de utilidad pública por orden ministerial de 16 de febrero de 1976".

Todos recuerdan aquellos vetustos y destartalados camiones Ebro con cajas de madera que repartían la famosa agua por toda la isla. "Una vez empezó a llover mucho y tuvimos que salir en los camiones de la empresa debido a que la fábrica estaba en la desembocadura del barranco y comenzaba a inundarse", recuerda Pino Hernández.

El primer dueño de la fábrica fue el Ayuntamiento de Valsequillo y después pasó a manos privadas. "Cuando entré a trabajar, en 1973, tenía 15 años y tuve que hacerlo con el permiso paterno. Desde el principio las mujeres cobrábamos igual que los hombres, a pesar de que todavía estábamos en el franquismo".

Al principio había mujeres que llenaban las botellas a mano. Antiguamente se embotellaba con tapones de corcho. Luego iban con los burros por ahí abajo con los tapones de las botellas saltando del gas que tenían. "Los burros iban para Telde porque por aquí no había carretera por aquel entonces", recuerda Domingo, quien apunta que "de la zona del gas cada día aparecía un gato asfixiado cuando abríamos la puerta. Al principio el agua no se le añadía gas, era natural". El agua la traían del pozo de los Brito, que luego lo compró Agua de Firgas.

Juan González, que era de Las Palmas de Gran Canaria, era el dueño del agua de San Roque y de la de Agaete, que nacía en Los Berrazales. "Luego cogió el hijo el mando y quiso cerrar la fábrica". Había días que se embotellaban más de 200.000 litros. El horario de verano era de cinco de la mañana hasta la una de la madrugada, sólo con pausas para comer. "Dormíamos de las dos a las cuatro y media. En invierno la fábrica producía menos y se salía a las cinco de la tarde. Nos extrañaba salir de día", rememora. "Yo recuerdo que aquí trabajaban más de sesenta personas, pero cuando me pararon ya sólo había quince". Tenía depósitos en Melenara, Sardina de Gáldar para el norte y San Cristóbal para la capital.