T e quedan ajos?" "No. Para la semana que entra", que es cuando brotan. La tienda de Tina, en el recoleto barrio de El Puente, Ingenio, más que comercio es despensa, una gaveta de 70 metros cuadrados con Tina dentro para despachar condimentos frescos a medida que lo requieren los calderos. Algo así como una venta-potaje en tiempo real.

Fundada por su padre, el señor Bartolomé Sánchez, antes de la primera mitad del siglo pasado, el establecimiento es parte del catálogo de bienes de la Fedac, la Fundación para la Etnografía y el Desarrollo de la Artesanía Canaria, y no solo por lo que se cuece dentro casi intacto desde que Bartolomé, primero en una casa cercana, y poco después en el actual número 26 de la calle Antonio Rodríguez Medina, instalara el mostrador y se pusiera él detrás, sino porque es parte de la evolución de la mismísima tecnología.

Y es que fue este isleño, cuando vino de Cuba con una pella de perras, también el precursor del locutorio actual, después de que se le ocurriera instalar allí una centralita telefónica de cuando se hablaba por pasos y a pura clavija, compartiendo espacio con las barricas de sardinas saladas para asar, las cuarterolas de ron, que se servía a bomba de mano como el que llena un depósito de fotingo, o las alpargatas de lino, hechas a mano, y que aún vende su hija por 21 euros, que "por algo valen más que un zapato".

En el clavitorio del moderno aparato de comunicar aparecía la terminal del ayuntamiento, del médico, del párroco y poco más, hasta que con el tiempo fueron aumentando los teléfonos y las clavijas hasta que telefónica se mandó a mudar a una sede de mayor complejidad.

También era allí donde "los viejitos venían a cobrar a La Sindical y a pagar los sellos para plantar los tomateros que plantaban, que era como un seguro" en tiempos duros de dictadura.

Hay que esperar porque ahora Tina atiende a otro proveedor. Precisamente al de los ajos, que los traerá la semana que viene. En sus ceretos guarda fruta que de fresca viene con las gotas de agua, lecheras de cuando se ordeñaba la vaca a puño -y no a chupones neumáticos de las máquinas industriales de mamar-, sombreros de palma, trompos y el hilo del trompo. Todo esto sigue en la tienda de Tina. Y hasta la libreta de apuntar.

"Ahora lo llaman crédito", dice con recochineo palpable para referirse al fiado de toda la vida y que, al contrario de otros establecimientos de la misma especie, ella sigue concediendo tras su propio estudio de mercado hecho a ojo: "Yo los tengo fiados a gente buenísima que compra por meses, y ellos y yo contentitos, pero con esta juventud nueva no se puede".

Ejemplo: "Aquí entró no hace unos días una chiquilla muy joven que se le veía hasta la nalguita, y me dice a ver si usted da fiado", y le expliqué que esa palabra ya no existe en el diccionario: "¿Me habrá visto con cara de boba? Porque a mi esa paga todavía no me la han dado..."

Pero, con todo el apreciable trajín de apenas unos minutos de venga unos tomates por aquí, que si unas golosinas por allá, y la solicitud de más crédito, como el descrito caso de las nalguitas, la cosa, que no marcha. Dice Tina que hace más gasto estando que descansando. Que cuando acabe ella acaba aquello, como las bacinillas, "que pedirlas, las personas las piden pero no hay quien las haga", como tampoco hay relevo que mantenga su tienda.