La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Honores y distinciones del Cabildo | Roque Nublo de Solidaridad Internacional (XI)

Manuel Roales: "Conocer a Vicente Ferrer y ver su trabajo en la India me cambió la vida"

"Los grancanarios son solidarios pero están hartos de estafadores y temen que la ayuda no llegue al destino", afirma el impulsor de la Fundación Vicente Ferrer en Canarias

Manuel Roales muestra la foto de uno de sus viajes a la India para inaugurar un colegio financiado con la ayuda de los colaboradores canarios. Juan Carlos Guerra

Le habrá ilusión este premio a la solidaridad.

Es un orgullo extraordinario, pero por otro lado me da un poco de vergüenza y pudor porque lo que mi esposa y yo hemos hecho en estos años no creo que sea merecedor de tanto reconocimiento. Creo que es inmerecido. Durante 15 años hemos trabajado con mucha ilusión por la fundación, y por otras cosas también, pero lo hemos hecho básicamente por la ideología y la filosofía de Vicente Ferrer, que era un hombre maravilloso. Cuando le conocí me enamoró porque era aconfesional y se preocupaba de que la gente pudiera comer, de que tuviera pozos de agua, escuelas y hospitales. Y después de todo eso, como decía Vicente, que cada uno adore al dios o a la imagen que quiera. Y eso a mí me gusta.

¿Cómo llegó a la fundación y luego a la India?

Mi esposa, Pepa Roque Silva, sin la que todo esto no hubiese sido posible, era profesora y le comentaron que había una ONG que proponía apadrinar niños y viajar a la India para conocer el trabajo que estaba realizando allí. Empezamos apadrinando a un grupito de niñas y luego viajamos a conocerlas. Fuimos y ese es un camino de no retorno, porque una vez allí te cambia la vida.

¿En qué sentido?

En replanteartelo todo. En el año 2006 me sugirieron que fuera representante de la fundación en Canarias y les dije que yo no tenía idea de todo esto, solo entiendo de aviones y tampoco demasiado. No tenían a nadie para coordinar las acciones en el Archipiélago y acepté. En 2008 viajé a la India y conocí a Vicente. Era un hombre bajito y muy flaco, simpático, socarrón, una persona maravillosa. Le pregunté: "Vicente, ¿qué le digo yo a los canarios para que colaboren con la fundación?" Él me puso la mano en el hombro y me respondió: "¡Manolito!, no le pidas dinero, nosotros no somos pedigüeños, que vengan y vean lo que estamos haciendo, y después que cada uno haga lo que quiera". Y esa es una oferta envenenada porque el que va a la India y ve el trabajo que se realiza allí queda atrapado. Hemos viajado ocho veces a la India y con nosotros han venido más de 150 personas de Gran Canaria, desde una vecina a compañeros de trabajo.

Y supongo que los ha convencido para la causa.

Antes de salir, siempre les he prometido dos cosas. Primero, que no se iban a arrepentir de haber ido. Y segundo, que ese viaje les iba a cambiar muchos parámetros en su vida. Llegar a Anantapur y ver a gente cien veces más pobre que yo, pero cien veces más felices, me hace llegar a la conclusión de que yo soy imbécil, porque mis problemas son que me han puesto una multa o que me han rozado el coche. Allí hay gente que abre los ojos y no sabe si ese día encontrará algo que comer. Pero si tiene un cuenco de arroz, te pregunta se quieres la mitad. Y eso te rompe el alma y te planteas quién es el pobre y quién el rico.

¿En qué ha consistido la ayuda de los canarios a la India?

En los viajes hemos ido a ver el nivel de ejecución de los proyectos que hemos financiado desde las Islas. Yo nunca he tocado un euro de la Fundación, si alguien quiere colaborar le damos una cuenta corriente de la fundación en Barcelona y pone que es para alguno de los tantos proyectos canarios. Hemos hecho una potabilizadora, un ambulatorio rural y decenas de casas. Una vez fuimos a inaugurar una de las escuelas y la gente nos dio un agradecimiento infinito, con gestos de su cultura que casi nos hizo sentirnos avergonzados porque nosotros no somos santos. Después, como más de la mitad de la plantilla de los controladores aéreos de Gando está implicada, recaudamos 30.000 euros para construir una potabilizadora en un pueblo de 850 familias. Las mujeres no decían llorando que antes de tener esa depuradora tenían que ir a buscar el agua potable a ocho kilómetros de distancias. Las mujeres y las niñas tenían que ir dos veces al día a buscar agua. No hacían otra cosa en la vida. Y ahora, con la potabilizadora, las chicas tienen ocho o nueve horas libres para trabajar en el campo, estudiar, educar a sus hijos e incluso para jugar. A ellas se les cayeron las lágrimas y a nosotros también.

¿Son solidarios los granca-narios?

Mucho. Lo digo con rotundidad. La experiencia que yo tengo es que hay muchísima gente buena en esta Isla. Lo que pasa es que todos, y yo el primero, estamos hartos de vendedores de humo y estafadores. Y la gente se pregunta si esa ayuda llegará o no a su destino. Y entonces son reacios. Por eso, la misión principal de los que nos dedicamos a mover a la gente es demostrarles que efectivamente los proyectos se hacen. Los niveles de ejecución en la Fundación Vicente Ferrer son fantásticos, con rigurosas auditorías, y por eso tanta gente se implica. Cuando Pepa y yo inauguramos la escuela y pusimos una foto con los niños en el centro de control de Gando, los compañeros de trabajo me preguraron que si estábamos locos, pero les demostramos que era verdad y al año siguiente muchos se apuntaron.

Ya no es el representante de la Fundación. ¿Quién la lleva en la actualidad?

Hace cuatro años me jubilé tras un infarto. Muy a mi pesar, pensé en dejarlo para vivir más sereno. Todo esto es maravilloso, pero requiere un gran esfuerzo y organización, y yo tengo el corazón mantenido con horcones. La Fundación en Canarias está ahora representada por Ana Cárdenes y está haciendo un magnífico trabajo. Estoy en un segundo plano, pero hay otras personas que siguen con los proyectos con la misma ilusión. Para mí fue un honor estar al frente durante siete u ocho años. Ahora la Fundación tiene un enorme prestigio y en todos lados nos abren las puertas. Es una ONG ejemplar.

Usted tuvo la suerte de conocer y tratar a Vicente Ferrer, ¿cómo era en persona?

Él, como su esposa Anna, era una persona maravillosa, con la sencillez que caracteriza a los grandes hombres. Era muy bromista. Pero cuando Vicente hablaba se paraba el aire. Hasta sus 89 años emanaba una energía y una ilusión que jamás he visto.

Compartir el artículo

stats