El secreto de la basílica descomunal

La fisonomía del centro histórico de Teror luciría hoy muy distinta de haber prosperado la idea de crear un gigantesco santuario formulada a mitad del siglo XX

Vista cenital de la basílica de Teror. Detrás la alameda y el Palacio Episcopal que quedarían modificados por la ampliación. | | LP/DLP

Vista cenital de la basílica de Teror. Detrás la alameda y el Palacio Episcopal que quedarían modificados por la ampliación. | | LP/DLP / J. J. J.

Juanjo Jiménez

Juanjo Jiménez

A mitad del siglo pasado la iglesia de Teror presentaba un enorme deterioro que hacía urgente una intervención en la estructura del edificio para evitar su derrumbe, lo que originó un debate para decidir entre su arreglo o levantar un santuario mariano de enormes proporciones que se llevaría por delante la alameda que se encuentra en su fachada posterior e incluso una parte del Palacio Episcopal. 

Los vecinos y visitantes de Teror podrían encontrarse hoy con un centro histórico muy distinto al actual si llega a prosperar la idea que tuvo el entonces cura párroco de la villa, monseñor Socorro Lantigua, a mitad del siglo pasado, la de sustituir el actual edificio de la basílica por un gigantesco santuario que rivalizara en porte y dimensiones con templos como el de La Candelaria, en Tenerife, capaz de acoger a miles de peregrinos. En definitiva, una basílica con algo de pueblo alrededor.

El proceso lo relata en el programa de las últimas fiestas de El Pino el arquitecto y profesor de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria José Miguel Rodríguez, que también firmó el proyecto de la formidable restauración de la iglesia llevada a cabo en 2020 junto a la jefa de obra, Toñi Fernández, el arquitecto Francisco José Herrera y el aparejador Juan Miguel Alonso.

La elefantiasis del asunto, según detalla Rodríguez, comienza cuando el Arquitecto Jefe de la Sección de Arquitectura, del Ministerio de la Vivienda, Andrés Boyer Ruiz, certifica el 14 de noviembre de 1964 el ruinoso estado del que hoy es el tercer templo que se dedica a la advocación de la Virgen.

Testigos

El experto había colocado una serie de testigos en la estructura y unos meses después la distancia entre ellos ya no era la misma, y así informa que en los arcos de la nave central que conforman parte del crucero, las claves estaban abiertas y amenazaban con desplomarse.

La primera decisión es la de tratar que el edificio cayera en peso, y se decide sostener provisionalmente con apeos las estructuras para evitar el tal monumental cochafisco.

De hecho Rodríguez aporta una imagen captada en 1965 en la que se observa el interior de la basílica ‘decorado’ por unos grandes cortinajes rojos que en realidad no son para dar lustre y esplendor, sino que se utilizaron para esconder esos refuerzos colocados en los arcos del crucero. También se aprecian en la misma foto sus columnas forradas de un mármol de baratillo, que unos párrafos más abajo, también tendrán su aquello.

El crujir de la iglesia hizo temblar a la sociedad isleña, «que rápidamente y a través de las muchas opiniones en los medios de comunicación, comenzó a tomar partido en las posibles soluciones».

Punto final

Hasta que el cura quiso dar carpetazo al asunto con un artículo en prensa titulado Monseñor Socorro Lantigua pone el punto final, con el que pretende «dar por concluido el intenso debate que ha existido en la sociedad canaria desde el inicio de esta década».

En el muy ornamentado lenguaje de la época, el párroco informaba que «tras una magna reunión en el Ayuntamiento de la Villa, donde estaban presentes entre otros, el Director General de Arquitectura, D. Miguel Ángel García-Lomas, el director de la Oficina Técnica de Patrimonio, D. Santiago Climent, en representación del Ministerio de la Vivienda, Técnicos de la Delegación de Gobierno y del Ministerio en Canarias, presididos por el Gobernador Civil D. Antonio Avendaño Porrúa, Presidente del Cabildo Insular D. Federico Díaz Bertrana y autoridades locales representadas por el Sr. Alcalde D. Manuel Ortega Suárez, se obtiene tras un largo debate sobre las factibles soluciones, siendo la primera la necesidad urgente de restaurar y consolidar la actual basílica para evitar cualquier catástrofe y poder continuar tranquilamente realizando los cultos a nuestra Celestial Patrona hasta que, construida una nueva basilica-santuario pueda trasladarse a su nuevo templo».

Punto seguido

Ese punto final se convertía en punto seguido, porque la reacción fue inversamente proporcional a la intención del religioso.

Así, y mientras se realizan las obras de consolidación del edificio, que comienzan en 1968, se va consolidando también la opinión de ‘mejor la que tenemos’ que la estar por venir.

Entre éstas destaca la del cronista oficial de aquellos años Vicente Hernández Jiménez, o también las del escritor Juan del Río Ayala, de la que José Miguel Rodríguez extrae varios fragmentos de artículos de ese 1968 en los que se cuadra en firme ante el derribo o el agrandamiento del existente.

Curioso también es que lo publica el 1 de septiembre de 1968 en el Eco de Canarias, titulado Sorpresas en Teror, sobre unos trabajos de rehabilitación -tal cual ocurrió con los recientemente realizados por el equipo de Rodríguez- van sacando a la luz el preciosismo del inmueble. Así, escribe Del Río Ayala tras la eliminación de los recubrimientos con falsa imitación de mármol «y el dorado barato de la purpurina. Gracias a Dios, el buen criterio se ha impuesto y tras pacientes raspados, lavados y repicados de la piedra, las bellas trazas de nuestra antigua arquitectura están saliendo a la luz del día y a la complacida admiración de la generalidad».

Ingeniería fina

Esto por un lado, que por el otro, las obras emprendidas para que todo volviera a su sitio requerían de una ingeniería muy fina, especialmente porque todo el centro histórico de Teror está sustentado sobre unas arcillas expansivas cuyo resultado es visible hoy en día en la mayoría de las casas del entorno de la plaza del Pino, donde la horizontalidad y la verticalidad no responden exactamente a las leyes de la simetría.

Y la iglesia no era ajena a ese problema de escoramiento. José Miguel Rodríguez, en este sentido, subraya «el alto nivel de ingeniería y arquitectura que ya existía en estos años en nuestro país y que permitió que algunas de las primeras figuras nacionales en estos campos del conocimiento pudieran aportar una solución atrevida y puntera».

Y así, «gracias a los mejores especialistas en el campo de la geotecnia, de la construcción y de las estructuras, pudieron explicar a las autoridades religiosas y civiles implicadas que ya era posible ‘mantener el edificio en el aire’, mientras se ejecutaba una nueva cimentación, una nueva cubierta y un sistema estructural complementario, capaz de garantizar la estabilidad y seguridad de este magnífico templo».

Indulto

El resultado de todo ello convenció al más escéptico, monseñor incluido, que incluso envía una carta a Franco solicitando el ‘indulto’ de una ahora reluciente basílica que salvó a la villa, según José Miguel Rodríguez, «de una verdadera aberración», ya que el visitante se encontraría «con una descomunal basílica-santuario, precedida de una gran plaza-atrio, digna eso sí, de las más fervientes y multitudinarias peregrinaciones mariana de la época. Hecho que habría supuesto el derribo y modificación de todo el espacio urbano que hoy ocupa la actual basílica, la plaza-alameda Pio XII y parte del Palacio Episcopal”, es decir una catástrofe urbanística que no fue.

Y es que también cuando llega el caso «la Virgen del Pino es capaz de escribir derecho con renglones torcidos”, sentencia José Miguel Rodríguez.

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