Entrevista | Domingo Oliva Tacoronte Autor del libro ‘Amagro: historia y naturaleza’

Domingo Oliva: «El Macizo de Amagro está llamado a convertirse en un aula de la naturaleza»

«Un aula en Amagro permitiría revertir los destrozos cometidos allí en los últimos cinco siglos», afirma el profesor y licenciado en Filología Semítica por la Universidad de Granada

Domingo Oliva Tacoronte, en la presentación de su libro, en Gáldar.

Domingo Oliva Tacoronte, en la presentación de su libro, en Gáldar. / Juanjo Jiménez

Juanjo Jiménez

Juanjo Jiménez

Domingo Oliva Tacoronte (Gáldar, 1957) es profesor y licenciado en Filología Semítica por la Universidad de Granada, con publicaciones dedicadas al drago y la palmera, o a la onomástica aborigen, entre otras. Este miércoles presentaba su último libro ‘Amagro: Historia y Naturaleza’, en el que desvela las sorpresas que guarda el emblemático macizo, al que considera llamado a convertirse en un aula de la naturaleza. 

Promete usted con su libro ‘Amagro: Historia y Naturaleza’ revelar recuerdos históricos y legendarios del emblemático macizo. Cuente, cuente.

Bueno, son detalles como la edificación en Sardina levantada por los portugueses a finales del siglo XV, es decir, previa a la Conquista, o la localización y ubicación que logro por documentos del siglo XVIII de Abreu y Galindo de la llamada Casa del Caballero Facaracas, que sitúo en las actuales Cuevas de las Cruces. O el apresamiento en ese mismo poblado de Cuevas de las Cruces de Tenesor Semidán por parte de los castellanos asentados en la Torre de Agaete, antes de la dominación de la isla de Gran Canaria.

Resulta pues, un lugar de gran jaleo.

Sí, hombre. A eso se suma la presencia del puerto de El Juncal, que era una de las vías por las que se introducían las tropas castellanas, así como por el de Las Nieves y por Sardina. A eso se añaden los distintos yacimientos arqueológicos que se encuentran en la zona, unos más importantes que otros, pero relevantes como el ya citado de Las Cruces, que constituye uno de los barrios precoloniales de Gáldar, a los que hay que añadir el de Botija, el de Corralete y el de los Mugaretes.

¿Y qué características presentan?

El de Las Cruces es un poblado en gruta, mientras que los Mugaretes y Botija son muy similares al Agujero y La Guancha, que son más conocidos y extensos. Todos ellos están levantados con piedra seca característica de la cultura grancanaria, y muy cerca de ellos cuentan también con enterramientos en túmulos, que al contrario del Maipés de Agaete, aquí son también de piedra viva.

Es decir, que esa suerte desierto que hoy parece Amagro, antes lucía lleno de vida.

Así es. De hecho la diferencia del Amagro de hoy con el de hace apenas 50 años es bastante grande, entre otros aspectos, porque ya no tiene fuentes. Las informaciones que nos dan los últimos pastores de la zona, y que hoy rondan los 80 años de edad, nos hablan de manantiales en la Barranquera de Los Conejos, en Cueva Negra, de la llamada fuente de La Sabina, la fuente de Los Mojones, y sobre todo de la Piedra del Agua, en un lugar que aún hoy mantiene el nombre, y que es conocida así desde los primeros tiempos de la Conquista. Es una piedra cuadrangular, de la que salía un agua muy fría que se vertían en el barranco de Los Charcos del Soldado.

¿Nos podríamos imaginar luego, un Amagro en verde?

Laurisilva no era, pero sí podríamos imaginarlo con una abundante vegetación. De hecho así lo atestiguan algunos árboles y arbustos que han nacido de forma natural, como el almácigo, el acebuche, los guaydiles, así como plantas como el jazmín amarillo y el poleo. Otras, como la leñabuena, están totalmente desaparecidas. Sí. Amagro debió ser más verde en la antigüedad.

Habla usted en su libro que los vecinos de la zona iban allí a buscar tabaibas y cardones para guisar...

Sí. Después de la Conquista la gente pudiente obtenía la leña y el carbón de Tamadaba y las medianías, que eran vendidas por los carboneros de Agaete, tal y como ha quedado registrado, pero la gente pobre subía a coger los pocos arbustos de Amagro, como las tabaibas y los cardones en una práctica que se mantuvo hasta los años 60 del siglo pasado. Subían, cortaban los arbustos, los dejaban medio secar y luego ellos al hombro y ellas en la cabeza, o en carretas tiradas por bestias, los transportaban hasta su casas. Solo después de abandonarse esa práctica se han recuperado esas especies de forma espontánea, y algunos ejemplares tienen ahora un porte considerable.

También explica que barrios hoy populosos como San Isidro, Barrial o Sardina crecen a la sombra e influencia del macizo.

Los lindes del macizo son muy claros geográficamente, que son los que siguen los diferentes repartos, y que abarcan desde la playa y barranco de El Juncal hasta la ermita de San Isidro el Viejo. Luego de los pies de esa emita hacia el norte, discurriendo por Los Charcos del Soldado, que vierte al barranco de Taya, y éste en el barranco de Gáldar hasta la playa de Bocabarranco. Y dentro de todo este conjunto han surgido núcleos de población a partir de las ventas del Ayuntamiento a principios del siglo XX, que son hoy San Isidro, Barrial y posteriormente Sardina.

Otro millo que se arraya usted en este trabajo es el de la recuperación de la toponimia perdida.

Que es producto del estudio de los documentos relativos a los distintos repartos de Amagro en los siglos XVIII y XIX. Eso me ha permitido recuperar casi por completo una toponimia perdida en la actualidad, y ubicarla gracias a datos adyacentes, porque esos nombres van asociados a otros que sí se mantienen vivos. Es una toponimia muy rica y el libro ofrece un desplegable con esos nombres y su lugar, así como otro corpus toponímico de los nombres usados a mediados del siglo XX, recogidos por la memoria de los pastores que aún viven.

¿Cómo cuales?

Casillas de Domínguez, El Montecillo, cerca de San Isidro, El Caiderillo del Roque, El Espaldar del Roque. Luego hay muchos que incluyen mojones, como El Piso de Los Mojones, El Toscón de los Mojones, la Degollada de Los Mojones, y tal es así, que hay épocas en la que no se habla de Amagro, sino de Los Mojones, algo que estoy estudiando su por qué, y creo que estoy a medio descubrir. Quizá el más llamativo es el topónimo de Montaña Alta, que curiosamente pierde su uso común, pero aún sobrevive en documentos notariales incluso en el siglo XXI, como también es el caso del Barranco de Montaña Alta. Lo mismo ocurre con el Lomo de la Villarda, que me costó mucho localizar y sigue presente en algunos títulos de propiedades. De toda esa toponimia hago una clasificación por su origen, ya sea de plantas, animales o antropónimos.

Amagro es entonces toda una caja de sorpresas, ¿no es así?

Si, la verdad. Porque luego hay otros muchos aspectos relevantes como sus insectos, las aves, los reptiles, así como sus usos perdidos, como los hornos de cal, que los había muy importantes, y de los que hago una relación de los que quedan. También se extrajo de allí piedra para las pilas de destilar, o la de pedernal. Amagro es una caja de sorpresas, y se me permite la expresión muy sorpresiva en el uso combinado de aguas y tierra, que queda constatada por la existencia de gavias como las de Fuerteventura, así como de nateros, de los cuales no conozco otra existencia en Gran Canaria donde hayan quedado registrados toponímicamente.

¿Qué futuro le dibujaría a ese arcano de la historia de Gáldar?

Yo creo que debido a todos estos valores, Amagro está llamado a ser un aula viva de la naturaleza, de la historia y de la etnografía, así como por pago por todos esos servicios prestados a la comarca, con la que se pueda revertir los destrozos sufridos a lo largo de estos cinco siglos y con la premisa de actuar con la menor antropización del medio, la menor presencia del hombre en su interior, emprendiendo repoblaciones y habilitando rutas para su conocimiento pero sin dejar huella alguna en su territorio.

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