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Memorias de un cura casi normal

La enseñanza y la literatura, las grandes pasiones del sacerdote Pedro Fuertes, en sus 90 años

Pedro Fuertes en la calle Alcalde Ramírez Betencourt. JOSE CARLOS GUERRA

Sacerdote, profesor y poeta, Pedro Fuertes ha vivido por y para la enseñanza y la literatura, en lo que ha sido, sigue siendo, la portentosa vida de un «cura casi normal». El jueves cumplió 90 años.

La enseñanza y la literatura han sido las grandes pasiones que han marcado la existencia del sacerdote, profesor y poeta, Pedro Fuertes Combarros (Astorga, 1932). Fue la poesía la que le salvó de los demonios de la depresión y el desánimo cuando se retiró de las aulas después de 44 años dando clases de Lengua y Literatura en el colegio Claret de la capital grancanaria y fue también la que le ayudó a pasar los momentos más duros de la pandemia. «Ha sido una salvación dedicarme a la lengua y a la literatura. Al principio eché mucho de menos las aulas, de tal manera que me sentía desanimado, aburrido, pero hay una cosa importante en mi vida que es leer. La lectura ha sido para mí como un oxígeno trascendente y así me fue salvando de la depresión. Escribir poesía ha sido un desahogo durante la pandemia», subraya.

Transmitió su amor por las letras a más de 10.000 alumnos y alumnas, entre ellos los ministros Juan Fernando López Aguilar y Javier Arenas, a quien le dio clases en su etapa de profesor en Sevilla. Políticos, científicos, deportistas, abogados, médicos, periodistas y muchísimos otros profesionales asistieron a sus clases. Todavía se encuentra por la calle a muchos de ellos, que saludan con cariño y respeto al viejo profesor, aquel maestro severo y exigente que se entusiasmaba con la poesía y con el que sacaban las mejores notas en la Selectividad.

Los ministros Javier Arenas y López Aguilar figuran entre los miles de alumnos y alumnas del profesor

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«Ellos son un poco prolongación de mi vida. He tenido alumnos brillantes y menos brillantes, pero en todos ellos tengo algo de mi vida. Gente sencilla, gente buena. No estoy solo. Por esto doy gracias a Dios, por esto doy gracias a los canarios», sostiene Fuertes, quien recuerda sonriente y lleno de orgullo como un día uno de sus antiguos alumnos que ahora es abogado se le acercó para darle las gracias porque sus enseñanzas y lecturas en clase le ayudaron a pergeñar sus escritos judiciales «al estilo Azorín».

De Juan Fernando López Aguilar subraya que fue su «alumno más inteligente. Aparentemente no estudiaba, pero después sabía todo. Era muy responsable y respetuoso. Le aprecio mucho».

Pedro Fuertes, en la biblioteca. QUIQUE CURBELO

El pasado 3 de febrero cumplió 90 años y sus compañeros de la orden claretiana le organizaron una celebración. Don Pedro dispone ahora de todo el tiempo del mundo para escribir poesía y, sobre todo, para disfrutar con su lectura. «Mi vida es leer, tanto poesía como prosa. Para escribir tengo que estar tranquilo, sin preocupaciones. Si estoy inquieto, me salen poemas desgarrados», explica.

Mucho ha llovido desde entonces, pero no se le olvida ni el día ni la hora en la que arribó a Gran Canaria. «Llegué el 4 de octubre de 1966, a las ocho de la mañana, en el barco Plus Ultra. Yo venía de Sevilla casi obligado. Me costó mucho salir de Sevilla y Las Palmas me pareció una ciudad muy deficiente y muy abandonada. Vine a esta tierra con miedo y fue un verdadero hallazgo humano y espiritual. Me alucinó el paisaje, la gente, el espíritu abierto y cariñoso de la gente». Desde entonces han pasado más de 55 años; más de la mitad de su vida la ha vivido en su tierra de adopción. «Canarias me ha cautivado. Soy grancanario de León», destaca.

«Yo le di mucho a Pedro Hidalgo, pero el barrio me dio mucho más a mí»

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El sacerdote recuerda que fue en Astorga, cursando el segundo curso de bachillerato, cuando nació su vocación por el sacerdocio y la enseñanza. «Tenía trece años y yo iba para maestro. Se presentó un cura claretiano en la clase de religión y nos habló de un misionero claretiano que evangelizaba y educaba. Eso me impresionó y me dije: yo quiero ser uno de esos, y así comencé. Yo quería educar y evangelizar». Pero, sobre todas las cosas, quería ser maestro.

Y así fue como Fuertes abandonó a su familia para ingresar en el seminario. En Sigüenza (Guadalajara) estudió cuatro años de bachillerato y después cursó filosofía y teología en Zafra (Badajoz). Fue en Badajoz donde arrancó su pasión por la poesía, también en una clase, pero esta vez de lengua y literatura. «El profesor nos pidió que pusiéramos un epíteto a diez nombres, entre los que estaba la palabra rosa y yo escribí la frase ‘las inocentes rosas iluminan la vida de los hombres’. El profesor dijo: aquí está la semilla de un poeta. Y ahí comenzó todo y sigo escribiendo poesía hasta ahora».

La alabanza del maestro constituyó el empujón que necesitaba un joven de 18 años lleno de timidez como era él. «Me llenó de confianza y comencé, con emoción, a leer los versos de Juan de la Cruz, Lope de Vega. Góngora, Quevedo, Bécquer, Juan Ramón Jiménez y los poetas modernos. Leía y escribía». Ahora prefiere la poesía desarraigada de Jorge Guillén, Neruda y Alberti y también la de Ridruejo y Panero, de la generación del 36.

«Cela me dijo una vez que los curas inventan a Dios y yo le respondí que intentamos vivir lo que predicamos»

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Recuerda sus primeros tiempos de «maestrillo» en Sevilla, unos años tremendamente difíciles para una persona tremendamente tímida como él. «Era muy, muy, muy tímido. Me pusieron de profesor de cuarto y quinto de bachillerato. Entre mis alumnos de esa etapa estaba Javier Arenas, que fue ministro después». También conoció a Felipe González, pero no le dio clases.

De aquella época de los primeros años sesenta recuerda un viaje que hizo con sus alumnos del Claret sevillano a Santiago de Compostela. «Allí me entero de que Camilo José Cela y Carmen Laforet daban una conferencia y me fui a escucharla. Y Cela me dice, cuando termina la conferencia, que «los curas inventan a Dios». Carmen Laforet le respondió: ‘No Camilo, los curas viven a Dios». Y le di las gracias a doña Carmen y añadí que los curas intentamos vivir lo que predicamos». Y en esa tarea continúa, asegura.

Fue el libro La mujer nueva de Carmen Laforet, el que le inspiró su obra Etapas Interiores del hombre, formado por quince poemas desoladores, quince de amor y quince de ámbito religioso». Es una de las decenas de obras que ha escrito Fuertes, en su inmensa mayoría inéditas. Hasta ahora sólo tiene publicados dos libros de poemas Casi Canto uno y Casi Canto dos. «Yo creo que nunca somos del todo. Siempre nos queda algo, por eso seguimos caminando» y por eso «me viene bien el adverbio casi. Y canto es la plenitud, es el no va más. En esta actitud humana y espiritual me encuentro cuando escribo», sostiene.

Licenciado en Teología Pastoral en Roma, también estudió Periodismo en Madrid y todos los veranos que podía acudía a cursos y encuentros de Literatura. Conoció a Pedro Laín Entralgo, Antonio Tovar, Miguel Fisac, Gerardo Diego, Luis Rosales, Chueca y también a Panero padre y a sus hijos.

Pedro Hidalgo

Una vez afincando en la capital grancanaria, fue su labor pastoral en el barrio de Pedro Hidalgo la que constituyó otro punto de inflexión en su vida. «Había en la congregación una corriente que consideraba que los que no daban clases de religión no estaban en consonancia con el carisma claretiano. Así que pedimos parroquias y a mí me mandaron a Pedro Hidalgo, aunque seguí dando clases de literatura. Por la tarde y por la noche estaba en Pedro Hidalgo», cuenta Fuertes, quien afirma: «El barrio fue para mí una iluminación. Me sentí querido y quise a la gente. Una gente muy sencilla y muy humilde que lo sigue siendo. Yo le di mucho a Pedro Hidalgo, pero Pedro Hidalgo me dio mucho más a mí».

Aterrizó a principios de los años 70 en un barrio extremadamente empobrecido, en el Pedro Hidalgo de los barrancones, donde además de impartir clases hizo de asistente social. «La gran mayoría de los niños pequeños de la Primera Comunión no conocían Las Canteras. Ese es un dato terrible» que refleja las circunstancias sociales de la zona. «Los sábados y los jueves visitábamos las casas para que vieran que los curas éramos personas normales», explica Fuertes, que recuerda con tristeza el caso de una vecina que se sintió desairada, tras rechazar él su invitación a comer. «’¡Claro, como es comida de pobres!’, me respondió la señora y a mí me dolió tanto que me dije que la próxima vez aceptaría aunque me pusieran piedras, o sardinas que no me gustan. Y me pusieron sardinas. Desde entonces las sardinas me encantan», asegura muerto de risa.

«LLegué a Canarias casi obligado desde Sevilla. Vine con miedo y fue un verdadero hallazgo humano»

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Durante esa época intentó dar clases de religión a más de 200 alumnos amontonados en un comedor del barrio, una misión imposible controlar a tanto chiquillo junto. Muy distintas eras las clases de Lengua, que también daba, en las que se movía «como pez en el agua, porque era algo mío».

Pedro Fuertes, recogiendo el título de Hijo Adoptivo. JUAN GREGORIO

Fuertes es de los que piensa que es el profesor el que se tiene que ir adaptando al alumno, no en vano a lo largo de sus 44 años de magisterio lidió con generaciones totalmente diferentes. «Mis primeras clase eran magistrales. Daba las clases de principio a fin, sin parar. Después me di cuenta de que era mejor compartirlas con los alumnos. Hacía tres o cuatro preguntas. Daba los principios y después ellos tenían que hablar de sus teorías. Y eso fue lo que me salvó a mí. El profesor es el que tiene que cambiar para adaptarse a sus alumnos». Parte de esa larga experiencia docente seguro que quedó reflejada en los recuerdos que plasmó a lo largo de los años en quince libretas, quince entregas unidas bajo el título de Memorias desmemoriadas de un cura casi normal, que hace dos años acabaron en la basura, junto con muchísimas obras suyas. Cuando le preguntas si piensa en la muerte responde con un poema de Blas de Otero: «Me haces daño Señor. Quita tu mano de encima. Déjame con mi vacío, déjame. Para abismo, con el mío tengo bastante. ¡Oh Dios!, si eres humano, compadécete ya, quita esa mano de encima. No me sirve. Me da frío y miedo.... Y a soberbio yo te gano».

Hijo Adoptivo

El Ayuntamiento de la capital grancanaria distinguió a Pedro Fuertes Combarros con el título de Hijo Adoptivo en 2005. «En Canarias», dice, «aprendí la virtud de la cercanía como una virtud esencial. En mi vida y en mi vocación». A la izquierda, el sacerdote, en la calle Alcalde Ramírez Bethecourt. En la foto superior, en su biblioteca.

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