Una pareja de ancianos se encuentra sola en un espacio del que no pueden salir. Destinados a estar ahí, pasan el tiempo como buenamente pueden. Ella trata de leer un texto que no ve. Él trata de oler un pollo que no existe. Ella también cree oler el pollo. Él tampoco puede leer ese texto. Y así pasan el tiempo. Pollo, lectura, pollo. Es su agonizante vida cíclica en la que todo se repite, en la que nunca pasa nada. Nunca. Menos hoy. Hoy sí pasa. Es un día importante. No saben por qué, pero no lo habrían anotado si no fuese importante. Y lo han hecho. Una visita, hoy, día 6, van a recibir una visita. De quién. Qué más da. Ya hay una razón para celebrar. El qué. Qué más da. Una visita. Hoy van a recibir una visita.

En El discurso de las moscas de Guaxara Baldassarre, puesta en escena por la compañía laGodot esCénica, asistimos a un viaje en el espacio y en el tiempo. Escenas presentes se intercalan con escenas pasadas en un intento por comprender el futuro. ¿Qué hacemos cuando no sabemos qué hacer? ¿Quiénes somos cuándo no somos capaces de actuar? ¿Qué pasa cuando no recordamos nada? ¿Qué pasa cuando empezamos a recordarlo todo?

La historia transcurre en dos planos espacio-temporales. Por un lado, en el plano del presente nos encontramos con dos personajes: ELLA y ÉL, personajes que se mueven en el terreno de lo absurdo, lo grotesco, lo poético, lo surreal. Por otro lado, en el plano del pasado, aparece el personaje de HIJO. Abandonamos la atmósfera absurda anterior, adentrándonos en un terreno más cercano al teatro épico, donde aparecen también, más jóvenes, ELLA y ÉL.

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