Empecemos por definiciones. Geográficamente -nos lo enseñaron de pequeñitos- isla es una porción de tierra rodeada de mar por todas partes. Expresado así, muy simple. Pero si resulta que esas islas están muy alejadas de los espacios a que se conectan a todos los efectos, entonces el planteamiento varía radicalmente. Es el caso de Canarias. Enlazamos y formamos parte de la nación a la que pertenecemos. Y, por extensión, a una comunidad más amplia, la europea. Estamos, por tanto, dentro de un marco determinado, que rige al conjunto. Ahora bien, somos ultraperiféricos. En consecuencia, sometidos a condicionantes que demandan imprescindibles atenciones especiales. El Estatuto de nuestra Comunidad autónoma así lo recoge y el Estado y la Comunidad Europea, a su vez, han trascendido a este marco. Tanto, que sin las amplias y generosas ayudas emanadas desde Bruselas a estas alturas las islas hubieran estado deprimidas. Carentes de decisivas subvenciones a infraestructuras y diversos sectores, como pesca y agricultura, que van languideciendo. Además, con la administración central -sucesivos gobiernos- dando a Canarias un tratamiento diferenciado a lo largo de los últimos decenios, cuando era posible en virtud de exuberancias económicas.

Esto, en épocas consideradas esplendorosas, de vacas gordas. En la actual coyuntura, cuando las dificultades afloran por todos los poros, desde Europa entera hasta la periferia que abarca, el panorama es totalmente distinto. Entramos en situaciones duras y lesivas para la ciudadanía que, en definitiva, paga el plato roto de todos los desaguisados. ¿Quiere significar esto que lo que hace en las circunstancias actuales el Gobierno de Rajoy es correcto? ¿También lo fue la triste y calamitosa etapa de Zapatero? En ambos casos, efectos beneficiosos no se aprecian. Seguimos cuesta abajo. Rodríguez Zapatero se desdijo muchas veces. ¿Y Rajoy? Donde ayer decía "digo", hoy dice "Diego". Sus promesas preelectorales caen hechas añicos. Y la oposición, antes callada en el Ejecutivo, ahora clama. Gestos, de una y otra parte, que a la hora de la realidad se descuelgan de líneas marcadas. Es, por lo que se deduce, algo consustancial al mundo político. Tal como argumentaba Mateo Alemán (y han pasado siglos): "Quien quiere mentir engaña y el que quiere engañar, miente".

¿Y cómo andamos por acá, en estas ínsulas? Frangollo ostensible. Hoy los tiempos, las actuaciones (de cara a la galería) se rigen por parámetros políticos. Tenemos a mano actitudes y manifiestos de políticos canarios -tierra adentro- que si los expusiéramos les llevarían al mayor sonrojo. Lo que flamean ahora no tiene mínima relación con lo que enarbolaban con anterioridad. Incluso desde altas esferas de gobierno insinúan y hasta preavisan episodios en cierto modo secesionistas. Tenemos la impresión de que algunos han perdido la cabeza, el buen sentido político. No se pueden construir islas, territorios, sobre la base de virreinos o virreyes. Hemos sufrido los grancanarios, desde hace siglos, las consecuencias de tales comportamientos, y a Luis Morote volvemos a remitirnos.

Tampoco que desde el centralismo radicado en Madrid se nos contemple de soslayo. Cada vez están haciendo más distante a Canarias. Nos convierten en más islas, más aislados. Quienes deseen comprobarlo, que adquieran billete de líneas aéreas. Pueden conseguirlo más barato a Nueva York que a Madrid. Y el inmenso océano por medio. La ultrainsularidad exige singulares y muy específicas consideraciones, que si no se atienden afectan y lesionan gravemente.