La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Al azar

Paesa, el abismo de un solo piso

Francisco Paesa coqueteó con la fama mucho antes de ETA y de Luis Roldán, cuando navegaba por aguas mallorquinas como cortesano de la viuda presidencial indonesia Ratna Dewi Sukarno. Ambos salían retratados en el Vanity Fair auténtico, mostrando una de las mil caras que la película de Alberto Rodríguez atribuye al pícaro. Mil y una, en atención a la mueca inmutable que muestra Eduard Fernández en el primer trabajo deficiente de su carrera.

Una película necesaria no es necesariamente una buena película. Pese a que los actores respectivos parecen ignorar quiénes eran Paesa y Roldán, El hombre de las mil caras efectúa una aportación imprescindible para la aceptación si no comprensión de la España contemporánea. En escena, la continuidad viene salvada por otro trabajo excepcional de José Coronado, la infalibilidad de la intuición desde un papel central sin conexión aparente con la trama. Y por supuesto, la película resucita con la infusión de Alba Galocha en su segmento final.

La España negra de Roldán no se ilumina ni con la fuga del delincuente a París. Si Alberto Rodríguez vuelve a desentenderse de la dirección de actores, muestra una notable coherencia al empaparse de las tendencias norteamericanas de moda. La isla mínima era la versión andaluza de True detective menos las conversaciones entre Woody Harrelson y Matthew McConaughey, y en El hombre de las mil caras se advierte la impregnación del ritmo incansable de El lobo de Wall Street o La gran apuesta. O de Juegos de armas, por citar el último ejemplo meritorio en cartelera.

Cine histórico antes que estrictamente político, este retrato de Paesa muestra una notable animadversión contra el biministro Belloch. Es una película de visión obligatoria para dirigentes alicaídos del PSOE, porque comprobarán que su partido ha atravesado vicisitudes más aciagas que las actuales. Para los recolectores de film flubs o errores, Roldán se arrepiente de su cobardía por no haberse lanzado al vacío desde su mansarda parisina. Al ampliar el plano, se observa que hubiera caído sobre la terraza de la planta inmediata inferior.

Este abismo de un solo piso define los manejos grandilocuentes de Paesa, que moldeó a Roldán hasta arrebatarle sus mil quinientos millones de pesetas. El intermediario y cómplice, tan fértil como el cuñado en el puente de mando de la corrupción, demuestra que la política siempre brinda motivos para avergonzarse. El hombre de las mil caras es tan útil como votar.

Compartir el artículo

stats