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OBSERVATORIO

Las elecciones no desatascan el 'brexit'

Cómo afecta el resultado de las elecciones generales del 8 de junio último, en el Reino Unido, al brexit? Aunque ésta sea una cuestión clave, en el momento presente es muy difícil prever las probabilidades de las muy diversas alternativas que se plantean.

Theresa May, que disfrutaba de una corta mayoría absoluta, obtenida por su predecesor, David Cameron, eligió una estrategia muy ambiciosa al convocar elecciones anticipadas, con la finalidad de aprovecharse de la entonces supuesta debilidad del Partido Laborista, y de su líder, Jeremy Corbyn. Aunque sus motivaciones pudieron ser de muy distinta naturaleza, -algunas de ellas para el consumo interno en su partido- lo cierto es que la primera ministra justificó su decisión con argumentos relacionados, en gran medida, con la negociación para la salida británica de la UE: transmitió la idea de que si obtenía una victoria rotunda mejoraría su posición frente a sus socios europeos.

Pretendía obtener un mandato democrático fuerte que le permitiera llevar adelante una modalidad particular para el brexit, aquella que consiste, además, en abandonar el mercado único y la unión aduanera, reservándose para su liderazgo reforzado una discrecionalidad absoluta para decidir la forma en la que pensaba alcanzar esas metas, con la finalidad de conseguir el -por otra parte, absurdo e inviable- objetivo de hacer del brexit un "éxito" para Gran Bretaña.

El desastroso resultado obtenido en las elecciones que convocó sin necesidad alguna, ha situado a la señora May en una posición débil, tanto ante la UE, como en el seno de su gabinete y frente al grupo parlamentario conservador en la Cámara de los Comunes, con consecuencias muy inciertas.

Hay quienes piensan que ahora han aumentado las probabilidades de que, finalmente, el Reino Unido elija una fórmula de salida que lo sitúe en una posición muy próxima a lo que sería la plena participación en el mercado único y en la unión aduanera. Eso implicaría que no tiene más remedio que aceptar, como mínimo, algunas obligaciones tales como la legislación de la UE, la jurisdicción del Tribunal de Justicia Europeo, saldar las deudas con la Unión o continuar contribuyendo al presupuesto comunitario.

Es indudable que muchos tories pensarán que para ese viaje no se necesitaban las alforjas del referéndum de junio de 2016 e inicien un movimiento que conduzca al Partido Conservador a un estado de guerra civil interna. La campaña a favor del brexit supo explotar, de una forma muy efectiva, el sentimiento de amplias capas de la opinión pública británica contra su contribución neta al presupuesto de la UE -ridícula, por otra parte-. ¿Podemos concebir que la señora May, o cualquier otro conservador que pudiera sustituirla, sea capaz de hacer que una mayoría de los Comunes acepte un acuerdo financiero con la Unión que les obligue a pagar varias decenas de miles de millones de euros? Desde luego, yo no.

Por ello no creo que las elecciones hayan desterrado totalmente la posibilidad de un brexit duro, que implique no solamente abandonar también el mercado único y la unión aduanera, sino hacerlo sin ningún tipo de pacto, intentando hacer buena la idea de que "ningún acuerdo es mejor que un mal acuerdo". Hasta el momento, la señora May ha mantenido una estrategia negociadora más digna de quien está preparándose para una guerra que de quien busca un acuerdo mutuamente beneficioso. Los conservadores más radicales quieren abandonar también el mercado único y la unión aduanera, porque ello implica desregular, poniendo fin a la normativa europea en materia de protección ambiental, protección de los derechos de los trabajadores y de los consumidores; justo lo que desean los neoliberales, que, no obstante, no se atreven a reconocerlo explícitamente, porque es muy impopular.

No es menos cierto que existe una minoría de diputados conservadores que temen los peligros económicos que para el Reino Unido supondría una salida desordenada de la Unión. Seguramente, el ministro del Tesoro británico sea su representante más conocido. El señor Hammond, aunque no pueda manifestarlo abiertamente, sabe que el gobierno británico ya está infligiendo suficiente daño al Reino Unido, con su deseo de salir de la UE. Por ello es de esperar que intente mantener, junto con los conservadores no euroescépticos, un cierto control para que, de producirse finalmente la salida, no lo sea de una forma no negociada.

También están aquellos que defienden que el resultado de las elecciones generales nada tiene que ver con el brexit. Estiman que, después del referéndum, ese es un hecho aceptado por los dos partidos mayoritarios y que no hay más que discutir al respecto. De hecho, la activa campaña de Jeremy Corbyn se ha centrado exclusivamente en criticar de forma contundente la política económica desarrollada por los conservadores desde que alcanzaron el gobierno, después de la crisis financiera mundial. Siete años en los que han aplicado las nefastas políticas de austeridad -sin conseguir, además, controlar el déficit- lo que ha dado lugar a un notable deterioro del sistema nacional de salud, de la asistencia social, de la educación o de la política de vivienda.

El déficit puede reducirse mucho más fácilmente cuando crece la economía, mientras que los recortes de gastos solamente dificultan el crecimiento, con la obsesión ridícula del equilibrio presupuestario en cualquier circunstancia.

Desde esa perspectiva no son pocos los que consideran que las recientes elecciones han supuesto un castigo para el gobierno por no haber conseguido sacar a la economía del estado inerte en el que se encuentra desde hace una década.

Y las perspectivas actuales de la evolución económica en el Reino Unido no son muy positivas. Algunos señalan que la realidad ya está poniendo al día a aquellos británicos que se creyeron las promesas de que el brexit no reduciría su nivel de vida. Durante un cierto tiempo, desde el referéndum, ha sido el aumento en el endeudamiento de las familias lo que ha impulsado el consumo manteniendo el tono de la economía, pero haciendo que los precios suban por encima de lo que lo están haciendo los salarios. Más pronto que tarde, los hogares se darán cuenta de que su nivel de vida está disminuyendo, de que están sobreendeudados y de que su desapalancamiento hará que su consumo disminuya necesariamente. Si, además, el Banco de Inglaterra sube los tipos de interés para controlar la inflación, encarecerá el servicio de la elevada deuda de las familias.

Este es el difícil escenario al que se enfrenta una Theresa May, al inicio de las negociaciones del brexit, sin saber cuánto tiempo será capaz de aguantar su debilitado liderazgo de los conservadores. Parece que a día de hoy nadie tiene interés en intentar sustituirla a corto plazo, pero tampoco hay muchos que crean que será capaz de aguantar en el cargo toda la legislatura; ni que no sea necesario volver a convocar unas elecciones anticipadas. La confianza que le garantizan los diputados norirlandeses del DUP es necesariamente inestable; son partidarios del brexit, pero en absoluto de que, como consecuencia del mismo, se les imponga una aduana con la República de Irlanda, y ambas cosas serán incompatibles si se opta por una salida "dura".

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