La Provincia - Diario de Las Palmas

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Javier Durán

El primer minuto

No sé cuántas personas se despiertan diariamente con la voluntad completa de acometer con energía un acto tan vital como untar un trozo de pan con mantequilla, y de pronto caen en una desesperanza que les lleva a dejar inmaculado el cuchillo al lado del fregadero, como una señal de desmotivación pandémica, flotante entre ansiedades, incertidumbres y gajos sentimentales en descomposición.

El primer asidero, como siempre, están en el frutero, donde hay una manilla de plátanos amarillos, un color pop que apaga de momento una oscura madrugada que amenaza con un diluvio que puede ser o no. Miles de millones de personas de este mundo planchado por la Covid-19 hacen un esfuerzo descomunal desde el minuto uno para despegar: hay un despliegue o bacanal de fórmulas, desde un ejercicio físico moderado con pesas a unos estiramientos frente al mar, pasando por una diálogo con el perro, la lectura de una poesía de Walt WiWhitman, vetar el informativo con Trump, hasta una corta meditación, una sesión de yoga, un cierre de grifo a lo tóxico, unas palabras íntimas de ánimo subrayadas en la escritura de una libreta pronunciadas por un tipo al que le salía todo bien, pero que ahora anda inmerso en una crisis de campeonato por la angustia con la que vive su obsesión hipocondríaca. Pero ahí siguen sus recomendaciones.

El minuto uno es igual al chequeo que hace el piloto del avión que tiene pista libre. Una incidencia -atasco de cafetera, rotura de microondas, pérdida de llaves o llamada inoportuna del banco- acaba por sentenciar el día. E impedir que puedas consolar a la amiga que acaba de dejar a su pequeño en el colegio, y que no ha podido soportar ese adiós en la puerta cubiertos ambos por mascarillas. “Lo siento, no puedo atar las palabras, estoy hundido, me manché el pantalón nada más ponérmelo”. Y sigues el camino huidizo, a través de calles poco transitadas, con la cabeza ocupada aún por el estúpido pretexto que acabas de ofrecerle a la madre perjudicada y con el empeño de no tropezarte con nadie: gente que suele dar malas noticias desde el minuto uno, incapaces de guardárselas para sí mismos, de amontonarlas en un rincón de su cuerpo. El minuto uno es de una relevancia desorbitada. Uno trata de organizar todo a la perfección, engrasar los mecanismos, evitar intromisiones, mirar la paz de la planta que está en la ventana, olvidar el balance de la pandemia, obviar los temores... Pero no siempre puede ser.

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