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Lamberto Wägner

Tropezones

Lamberto Wägner

Breverías 81

A raíz de un par de artículos que tengo publicados sobre las frases llamadas paraprosdokianas, cuyo enunciado final sorprende por lo inesperado, mi buen amigo A.S. me comenta que un grupo de compañeros suyos tienen por costumbre competir en un juego que recuerda bastante dicho enfoque. Se trata en esencia de buscarle a una palabra una acepción original e inesperada, pero siempre dentro de una lógica, por disparatada que parezca a primera vista. Con un par de ejemplos me entenderán.

“Basilica”: iglesia que huele a albahaca

“Cariátide”: columna en forma de mujer con problemas de salud dental

“Analógico”: culo inteligente

“Coreógrafo”: estudioso de la cartografía de Corea

“Encíclica”: bicicleta del pontífice

“Telepatía”: enfermedad que aqueja al que ve demasiada televisión

“Culminar”: utilizar supositorios explosivos

“Transiberiana”: transexual de Vladivostock

Como la iniciativa me parece ocurrente y educativa, aunque a veces pueda rozar lo escatológico, animo a mis lectores a elucubrar innovadoras acepciones de palabras ya demasiado vistas. Para estimularles les sugiero algunos palabros que creo pueden dar bastante juego. ¿Qué me dicen de “oráculo”, “onomástica”, “trapisonda”, o “laboratorio”?

(Las propuestas en una próxima brevería).

Las últimamente tan populares “cuarentenas” de 14 días me suenan tan fuera de lugar como las “semanas fantásticas” de ciertos grandes almacenes, que pueden durar hasta 10 días

¿Se han percatado que es suficiente a muchos vocablos añadirles la terminación “ista” para convertirlos en peyorativos? No es lo mismo oportuno que oportunista, islámico que islamista, fundamental que fundamentalista, popular que populista etc.

Ténganlo en cuenta. Les puede venir bien a la hora de poner en solfa a alguna ideología o a determinados partidos políticos.

La tecnología nos facilita la vida. Pero alguna vez nos la revienta. El otro día al iniciar la marcha atrás con el coche, para salir de mi garaje, procedí a pulsar el mando que abría la puerta automáticamente. Comprobé por el retrovisor que se estaba deslizando la hoja y calculando por experiencia que ya debía llevar un rato abierta, pisé el acelerador...y me cargué la puerta. Que se había detenido a medio abrir porque los gases del escape habían sido interpretados por la célula fotoeléctrica como un obstáculo, interrumpiendo la maniobra de apertura, y de paso fastidiándome el día. Aviso a navegantes...

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