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Manolo Ojeda

Legalizar el engaño

Querido amigo, era un día de San Juan de los años setenta cuando organizamos una fiesta para Juan Antonio por su santo. Juan era un tipo con buena pinta, pero algo tímido con las mujeres.

Habíamos preparado una paella en una finca de Telde con unos compañeros con los que trabajábamos en el Aeropuerto de Gran Canaria, y, como era habitual, todos nos pusimos hasta arriba de vino y cubatas. También Juan, que cuando ya se encontraba bien cargadito, me hizo unas cuantas confidencias.

No sé si te acordarás de una discoteca que estaba en la Avenida Marítima debajo del Hotel Iberia que en esa época se puso de moda. Juan solía pasar por el hotel porque era donde se hospedaban la mayoría de las tripulaciones, entre las que tenía muchos amigos.

Una de aquellas noches, y según me contaba, se le ocurrió bajar a la discoteca a tomarse una copa. Al poco, se encontró con una preciosa rubita que no le quitaba ojo. Total, que, animado por la hermosa sonrisa de la muchacha, se atrevió a acercarse a saludarla. Ella le dijo que había venido a participar en un desfile de moda y se hospedaba en el hotel.

Así que, entre copas y risas, la cosa se fue animando, hasta el punto que los dos acabaron en la habitación del hotel.

Juan, después de los achuchones correspondientes, se metió en la cama y ella se fue al baño para volver en todo su esplendor mostrando un pene y dos cojones perfectamente depilados…

El pobre Juan no daba crédito a lo que estaba viendo y, con un “Me voy a cagar en la madre que te parió”, salió de la habitación dejando a aquella hermosa criatura sumida en el más triste desconsuelo.

Pasados unos años, solía preguntarle a Juan cómo había sido el “calentamiento previo” a semejante encuentro amoroso que, inevitablemente, tuvo que ocurrir y que él no podía negar para su vergüenza.

Pero eso es nada comparado a lo que vivió Jan, un empresario belga que estuvo casado con un transexual sin saberlo durante casi veinte años…

Y me pregunto, Gregorio, si se puede aceptar este engaño que hoy 29 de junio quiere aprobar el Concejo de Ministros, que permitirá el cambio de sexo y nombre en el Registro Civil sin necesidad de testigos, pruebas ni informe médico alguno.

Si se entiende que los que tienen que ocultar una identidad sentida se hayan visto traumatizados, también es cierto que los heterosexuales, que, además, somos mayoría, nos sintamos traumatizados y ridiculizados por creer que besábamos a una mujer que luego, y por medio de una apariencia permitida y legalizada, resulta ser un hombre, y lo mismo debe pasar en el caso contrario.

La única forma de evitarlo es penalizar ese engaño como agresión de género contra la mujer o el hombre que lo sufre, sobre todo porque nadie debería tener razones para ocultarlo.

Un abrazo, amigo, y hasta el martes que viene.

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