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Lamberto Wägner

Tropezones

Lamberto Wägner

30.600

Aun no siendo aficionado a quinielas o loterías, el sorteo de Navidad sí me supone un compromiso insoslayable, puesto que además de la adquisición de alguna participación imposible de rechazar, suelo comprar unos décimos de un mismo número, para obsequiar a aquellos amigos y familiares, que han sido buenos a lo largo del año.

Y cada año he de enfrentarme al recurrente planteamiento de qué criterio aplicar en la selección del número correspondiente, pues ya metido en gastos, que mi opción tenga por lo menos un pequeño plus de probabilidad de ser premiada con el gordo.

Lo más socorrido es por supuesto utilizar un guarismo apoyado en la fecha de un acontecimiento masivamente celebrado, por ejemplo la consecución de un campeonato mundial de fútbol o alguna proeza similar.

Otra tentación muy socorrida es la de adquirir la participación en un establecimiento de los tradicionalmente «afortunados», por ejemplo Dña. Manolita, o la Bruja de Oro, si uno está dispuesto a coger de paso unos cuantos números para la pulmonía consustancial a horas de cola invernal bajo una llovizna glacial. (Por supuesto que el acierto en los grandes premios no es sino pedestre reflejo del volumen de ventas de estas administraciones de loterías).

El año pasado dejé que fuera la lotera la encargada de asesorarme: ella procedió a sugerirme un número «que le encantaba a su abuela». Ya finalizada la compraventa, le encargué que le diera un beso a su abuela. Aunque al notificarme que lamentablemente había fallecido tres meses antes, hube de precisarle que el mío mejor fuera «un beso volado».

Pero este año es diferente. No sólo tengo un pálpito, sino que lo mío va a ser una intuición informada, trufada de argumentos bien razonados. Verán: he constatado que varios de los grandes premios recientes han recaído en jugadores ya forrados, que apenas necesitaban el dinero. Pues bien, sabedor de cuál es el municipio más rico de España, he procedido a comprar mis décimos en Pozuelo de Alarcón. Consciente también de que el país está en este momento bajo mínimos, le he encargado a la lotera un número que termine en cero. Encima le he prometido un importante pellizco del premio, como el jugador afortunado en la ruleta que no se olvida del croupier. Y tal vez se haya pasado, pues me ha seleccionado un número con la friolera de tres ceros. Y como no quiero dejarles en ascuas, y me encantaría además que pudieran participar de mi suerte, les voy a revelar el número, para que por lo menos estén a tiempo de encontrar provechosas aproximaciones. Se trata del 30600.

En buena lid he de advertirles que mis amigos no comparten mi optimismo, tal vez por el número de veces que se han visto decepcionados por la escasa puntería de mi elección, merecedora todo lo más de alguna esporádica pedrea. Bien es cierto que mis allegados suelen consolarse con que la cuantía de nuestros premios siempre les ha puesto a salvo de ser castigados por Hacienda.

Ciertamente, pero visto lo visto no les garantizo yo que este año no les toque retratarse aunque les caiga un modesto reintegro.

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