Crónicas de un rompesuelas

Del palacio a la mazmorra

El número 21 de la calle Juan de Quesada es un palacete que oculta secretos aún más sorprendentes que su fachada

Palacete ubicado en el número 21 de la calle Juan de Quesada.

Palacete ubicado en el número 21 de la calle Juan de Quesada. / José Pérez Curbelo

Me dirigía al rectorado cuando al pasar delante del palacete que ocupa el número 21 de la calle Juan de Quesada volví a hacer lo que siempre hago al llegar a allí, pararme un momento a admirar la belleza de ese soberbio ejemplo de arquitectura ecléctica. Por ello, pese a cumplir todos los códigos de la arquitectura exenta y ajardinada que durante el siglo pasado configuró esta vía, su curioso torreón octogonal me hace sospechar que debió suponer toda una innovación arquitectónica en la, por aquel entonces, muy tradicional Vegueta.

Seguía contemplando su fachada cuando de repente se abrió una de sus ventanas mostrando a un señor que me hizo señas para que entrara.

Siguiendo su invitación atravesé la verja de la Obra Social de Acogida y Desarrollo y cuando estaba a punto de cruzar su puerta mi anfitrión salió a recibirme amablemente:

-Buenos días –dijo dándome la mano–, me llamo Jesús García.

-Por favor –respondí–, sobran las presentaciones, ¿cómo no iba a conocer al presidente de la institución que tanto ha hecho por los más necesitados de esta ciudad?

Nada más decir aquello comprendió que no era un turista:

-Al verle admirando este palacete creí que era extranjero y me pareció imperdonable no invitarle a pasar.

-Se equivoca usted, pues aun habiendo nacido aquí, como todos nuestros conciudadanos soy un forastero en mi propia tierra, ya que a pesar de su reducido tamaño conozco mejor otras ciudades mucho más grandes como Madrid, Londres o Damasco, pese a haber vivido en ellas durante menos tiempo. De hecho cada día me sorprendo al descubrir historias desconocidas y asombrosas en cada una de sus calles, esquinas o fachadas.

-Entonces seguro que le gustará saber algunas de las que atesora este inmueble.

-Por supuesto, soy todo oídos.

-Fue encargado en 1912 por Manuel Martínez de la Vega, un militar extremeño nacido en 1868, profesor de la Academia Militar de Toledo y amigo de Alfonso XIII, que al enfermar de tuberculosis, dolencia por aquella época tan incurable que su diagnóstico equivalía a una sentencia de muerte, fue destinado a esta ciudad por consejo del médico personal del monarca como único tratamiento posible.

-¿Y se recuperó?

-Con tanto vigor que gracias a sus numerosas cualidades y virtudes continuó su meteórica carrera en el ejército hasta ascender al cargo que le permitió algo impensable en aquella sociedad, enlazar con una familia isleña del más rancio abolengo.

-¿Por qué era impensable?

-La nobleza grancanaria era tan endogámica que solo rompían su hermetismo al casar ocasionalmente a alguna hija con un militar de alta graduación e ilustre prosapia.

-¿Pero él cumplía ambos requisitos?

-De sobra, pues no sólo era comandante de artillería y descendiente de uno de los caballeros que entraron junto a Fernando el Católico en Almería durante la Reconquista, sino que tenía derecho a reclamar el título de conde de Casa Rul, creado por Carlos IV en 1804 a favor de su pariente el coronel Diego de Rul y Calero, regidor perpetuo de Guanajuato, cuya dignidad estaba vacante tras la muerte sin descendencia de su segundo titular.

-¿Y qué mano fue la que pidió?

-Pues más de una –respondió riendo.

-¿Qué quiere decir?

-Me refiero a que se casó dos veces. La primera con María Nieves Bravo de Laguna y Manrique de Lara y tras enviudar volvió a casarse con su hermana Sebastiana, ambas hijas del famoso General Bravo, Pedro Bravo de Laguna.

-¡Se casó con dos hermanas!

-Que también eran primas.

-¿Cómo es posible?

-Es muy sencillo, el padre de ambas también se había casado con dos hermanas. Primero con Sebastiana Manrique de Lara y del Castillo y al enviudar con su hermana Carmen, así que sus dos hijas eran hermanas por parte paterna al mismo tiempo que primas por vía materna.

-Pero entonces los hijos que ambas tuvieron con Manuel Martínez de la Vega también eran hermanos y primos.

-Efectivamente, lo cual demuestra a qué grado de endogamia llegó la aristocracia canaria.

-¿Y para cuál de ellas mandó construir esta casa solariega?

-Se la encargó a Fernando Navarro para su segunda esposa y desde su construcción fue escenario de todo tipo de ceremonias galantes como la boda que se celebró la noche del lunes doce de abril de 1926.

-¿Aquí? –pregunté extrañado al ver que como mandaba la tradición no se habían casado en una iglesia.

-Sí, la hija pequeña, Carmen Martínez de la Vega y Bravo de Laguna contrajo matrimonio con el capitán de artillería Antonio Quiles Sanz en una ceremonia oficiada en la capilla familiar. Al enlace asistió lo más granado de la aristocracia isleña, pues desde hacía cuatro años el padre de la novia había sido nombrado general, ocupaba la jefatura de la comandancia de artillería de Gran Canaria y había recibido numerosas condecoraciones. Allí estaban, entre otros, Salvador Manrique de Lara, alcalde de Las Palmas, Fernando del Castillo, conde consorte de la Vega Grande y Francisco de Quintana y de León, décimo marqués de Acialcázar y exsenador por las Islas. Hace años los descendientes del matrimonio me mostraron unas fotos de la ceremonia en la que la novia vestía un magnífico traje de seda cuya cola sostenían tres primas suyas.

-¿Y cómo es que este palacete acabó convertido en sede de la Obra Social?

-Tras la muerte de Martínez de la Vega en 1930, su viuda e hijas marcharon a vivir a Madrid, así que más tarde sirvió como hospital, consultorio de la Seguridad Social, local de ensayo para una murga y hasta sede de una organización independentista.

-¿Cuándo lo adquirieron us- tedes?

-En 1996 y gracias a las donaciones pudimos restaurarlo con tanto esmero que incluso logramos volver a cubrir su fachada con una réplica exacta de los azulejos que tuvo hace más de un siglo, fabricados por la misma empresa de cerámicas de Manises.

-¿Qué fue de su esposa e hijas en la capital?

-Su viuda le sobrevivió mucho tiempo, pues murió en 1956 con ochenta y tres años. En cuanto a la hija que tuvo con cada una de sus esposas, María de las Nieves, tercera condesa de Rul, tuvo como marido a Manuel de Aguilar y López, profesor y posterior director de la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, mientras que Carmen perdió al suyo en uno de los episodios más sangrientos y desconocidos de nuestra historia contemporánea, el túnel de la muerte de Usera.

-¿Qué es eso?

-Así es como se conoce al asesinato de al menos setenta personas en el Madrid republicano durante la Guerra Civil.

-¿Qué sucedió?

-Como bien sabrás, la sublevación militar de julio de 1936 sorprendió a muchos de sus partidarios en plena zona republicana y no todos consiguieron pasar a la rebelde. Huyendo de las represalias, algunos lograron refugiarse en distintas embajadas, mientras que el resto tan sólo pudo esconderse en sótanos o buhardillas. Para hacerlos salir de sus escondites, varios milicianos republicanos se hicieron pasar por quintacolumnistas del otro bando y comenzaron a difundir el rumor de que estaban facilitando la evasión de sus ‘camaradas’ a la zona franquista a través de un túnel situado en el barrio de Usera. La noche del traslado les comunicaban que debían llevar consigo cuanto tuviesen de valor para sobornar a algunos soldados de guardia, así que los pobres ingenuos que cayeron en la trampa fueron conducidos a la entrada del supuesto túnel, situada en los sótanos de un hotel, donde tras despojarlos de todas sus pertenencias y encarcelarlos, fueron interrogados, torturados, ejecutados y arrojados a fosas comunes.

-¿El joven capitán de artillería que se casó en este palacete fue uno de ellos?

-Sí, e incluso no me extrañaría que entre las pertenencias que como salvoconducto llevaba consigo aquella noche de 1937 se encontraran algunas de las numerosas joyas que él y su esposa recibieron como regalos de boda esa otra noche de 1926 en la que este palacete se convirtió en el centro de la alta sociedad grancanaria.

-¡Debió haber sido horrible!

-Pues fue aún peor de lo que imaginas, ya que durante dos largos años, su esposa no supo que había sido de él. Si estaba muerto, encerrado en una cárcel o había logrado escapar de Madrid, hasta que una vez acabado el conflicto hallaron los cadáveres.

-¿Y dónde reposan?

-En la cripta de un colegio de monjas de Usera.

Aquello era tan increíble que me despedí de mi atento anfitrión y salí del palacete convencido de tres cosas. Primero, que acababa de conocer a una de las personas más amables de esta ciudad, segundo, que cada palmo de Las Palmas oculta miles de historias que merecen ser rescatadas del olvido y tercero, que para acabar como los Romanov, asesinado en una mazmorra tras contraer matrimonio en un palacio, tan sólo debe abandonarte la suerte en el lugar y el momento menos indicado.

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