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Jesús Vega Mesa

Heraclio Quintana Sánchez, maestro del lenguaje, la música y la bondad

Las campanas de la catedral lo anunciaron muy temprano: Don Heraclio Quintana Sánchez partió a la Casa del Padre. El Padre Heraclio, como muchos lo conocían, fue realmente un buen padre. Transmitía afecto y simpatía. Escribía muy bien, estilo Azorín, y fue gran maestro de la literatura, la música y la oratoria. Cuando aún adolescente, quise entrar al Seminario, un Hermano de la Salle me animó a solicitarlo por carta. Y fue Don Heraclio, entonces vicerrector, quien me respondió y aceptó, con mucho afecto, a que formara parte del grupo que se preparaba para ingresar en el centro religioso.

Don Heraclio resultó ser un verdadero maestro y padre para los que fuimos alumnos en aquellos años de la década de los 60. Sabía música, compuso muchas canciones, entre ellas una Misa que cantamos muchas veces los seminaristas, nos daba clases de solfeo, cantaba con una gran dulzura y fue también el organista de la catedral. Con Don Heraclio aprendimos a leer a los mejores escritores de la literatura española. Pero, además, nos enseñó con mucha paciencia a escribir, a leer y a cantar. Y sobre todo, fue siempre el paño de lágrimas de aquellos que a veces nos sentíamos desanimados.

Los cuidados artículos de Don Heraclio Quintana aparecían impresos en la revista diocesana. Y además, cada día hacía un comentario enjundioso en la radio. Aunque pasaran los años, Heraclio no olvidaba nunca a los que fuimos sus alumnos y era capaz de recordar anécdotas de nuestra vida en el seminario que ya nosotros teníamos olvidadas. Los seminaristas lo admirábamos y él correspondía dedicando versos en los que nombraba a cada uno destacando sus cualidades y las anécdotas de la vida en un internado.

Heraclio nació en la capital grancanaria, pero él consideraba como propia la tierra de sus padres. Y por eso hablaba con enorme cariño de Juncalillo y Artenara. Si hago silencio puedo escuchar fácilmente la voz emocionada de mi profesor cantando los versos compuestos por su hermano José Cástor, también sacerdote: «Juncalillo, Tierra de papas y millo / y de naranjos en flor; / Juncalillo, al zoquito de tus cuevas / Quiero cantar a tu vera / A la brisa y al amor».

Heraclio, gracias por todo lo que has significado para muchas personas de nuestra tierra. Y gracias en nombre de aquel numeroso grupo de seminaristas que tuvimos la suerte de encontrarte en nuestro camino. No te olvidamos. Tú no te olvides de nosotros que te seguimos necesitando.

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