Opinión | Observatorio

Inmaculada González-Carbajal

Los errores son maestros de vida

Los errores son maestros de vida

Los errores son maestros de vida / Inmaculada González-Carbajal

Me gustan algunos concursos que ponen a prueba el acervo de conocimientos generales. Me asombran algunas personas que saben de todo, ya sea deportes, literatura, música moderna o clásica, historia, pintura, etc., y reparo en que la edad media de la mayoría está por encima de los cuarenta, sino de los cincuenta y más años. Y también observo que, con demasiada frecuencia, jóvenes por debajo de los treinta, todas y todos licenciados en carreras superiores, con sus másteres y su manejo de varios idiomas, muestran en estos concursos una ignorancia supina respecto a conocimientos generales de áreas diversas; eso sí, no he visto sonrojo alguno al toparse con el muro de su limitación.

En un concurso, en el que los participantes deben enfrentarse a cinco personas que han mostrado su extenso saber después de pasar por diferentes programas y haberse llevado sustanciosas sumas de dinero, aparece una chica muy contenta consigo misma que se muestra optimista ante el reto y empieza con mucho ánimo. En la primera fase, consigue un modesto resultado y, para la segunda, decide apostar a la mínima, lo que le permite arrancar con una notable ventaja; pero en cuanto empiezan a hacerle preguntas, la muchacha no responde ni una y aquello se termina en un suspiro. La joven sale del plató y manifiesta que está muy orgullosa de sí misma, siente que la experiencia le ha permitido ganar en confianza y se va muy contenta porque «ha hecho las cosas muy bien». Al escuchar estas declaraciones, me pregunto: «Pero, ¿qué ha hecho bien?, si le han dado como para el zorro y no ha acertado ni una». En otra ocasión, sale una chica de 25 años, licenciada en Filología y conocedora de varios idiomas, y ante aquella gente sesuda, hace gala de todo lo que sabe. La muchacha muestra también un optimismo desmedido, que interpreto derivado de una mezcla de ignorancia y de un exceso de confianza en sí misma, fruto de estos tiempos modernos en los que nos hemos pasado al otro extremo, pareciendo que la seguridad en uno mismo se contrapone a la percepción de los límites. Por supuesto, la chica no puede pasar de la segunda pregunta y debe enfrentarse a sus contrincantes…, pero no pasa nada, que el optimismo no decaiga. No arriesga demasiado y parte con bastante ventaja de tiempo, pero éste se agota pronto ante la incapacidad para responder a cuestiones de conocimiento general, salpicado de otras de carácter más cultural, y, por supuesto, queda derrotada en un suspiro. Cuando sale del plató, la joven manifiesta estar muy contenta consigo misma, porque «ha estado muy bien». De nuevo mi sorpresa ante la incapacidad de reconocer su derrota y su bochorno, sobre todo porque había empezado con muchas ínfulas ante aquellas personas que, además de doblarle la edad, le daban cien vueltas en conocimientos y humildad.

Sorprende que jóvenes bien preparados, con estudios universitarios y que hablan varios idiomas, tengan carencias tan llamativas en cultura general. Es evidente que algo está pasando con los planes de estudio que cada vez más limitan el acceso a una buena formación en algunas materias, sobre todo las que tienen que ver con las Humanidades. El estudiante que terminaba un bachiller hace unas décadas, poseía unos conocimientos generales de literatura, historia y arte que hoy día no poseen, y el problema es que se puede tener formación en un área de conocimiento y ser un completo ignorante en muchos aspectos. Además, esta carencia va pareja a la escasa afición por la lectura, herramienta indispensable para alimentar una formación permanente, algo que no sólo nos aporta cultura, sino que también nos permite disfrutar y generar un criterio propio.

Otra cosa me llama la atención de los hechos narrados más arriba: la incapacidad para asumir errores, para reconocer los límites y para asumir el fracaso. Hoy en día, no se lleva asumir los errores ni pararse en uno mismo, ponderar los límites y valorar si estamos capacitados para cualquier cosa que se nos ocurra. Por supuesto, la incapacidad para asumir errores la encontramos en todos los ámbitos de la sociedad, y los políticos dan sobradas muestras de ello cada día, porque son los adalides de esta actitud narcisista; si alguien comete un error, lo más probable es que le eche la culpa al otro, y esta conducta se ha generalizado como un funcionamiento habitual en nuestra sociedad. Así que no podemos pedir a los jóvenes que lo hagan, porque no forma parte de su educación. El problema es que la falta de autocrítica y la ausencia de reconocimiento de los propios límites y errores a lo único que nos lleva es a la ignorancia.

Los errores son maestros de vida y oportunidades para ser más humildes, algo muy sano para uno mismo y para los demás. La persistente tendencia a eludir la asunción de los errores nos impide aprender grandes lecciones para hacer mejor las cosas y también para ser mejores personas, y dado que no se lleva aceptar los errores, la consecuencia es el incremento de la ignorancia, tanto en lo personal como en lo colectivo.

En el momento actual, la sociedad no es más culta, a pesar de la abundante información, en todos los órdenes, y la facilidad para llegar a ella; quizás, como dice Rosa María Calaf, «la sociedad actual no está informada; está entretenida». Y tampoco es más culta a pesar de todos los medios que permiten la educación generalizada en las últimas décadas. El paso por las aulas no garantiza nada, menos en estos tiempos en los que no se puede pedir a los estudiantes que se esfuercen, ya que, tanto niños como jóvenes, viven en una atmósfera contaminada por la mentira de que todo ha de ser divertido, de que el esfuerzo no ha de estar presente en el aprendizaje y que cualquier cosa que se haga, aunque sea un disparate o una estupidez, está bien hecha porque la haces tú… y tú lo vales; así que reconocer que algo se hace mal no está en el guion de este modelo de educación instalado en el tuétano de la sociedad.

Dado que la ignorancia es muy atrevida, no nos extrañemos de estos tiempos de osadías banales e inútiles, no de esas que suponen un reto para la persona que sabe de dónde parte y tiene claro a dónde quiere llegar, a veces buscando un bien para la colectividad. Las primeras pueden ser peligrosas para el individuo y, en muchas ocasiones, también para la sociedad.

Asumamos nuestros errores para aprender y para reconocer nuestros límites; es una actitud que nos vuelve más humanos y nos ancla a la tierra, nos hace más humildes.

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