Isla martinica

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Cuatrocientos artículos! Una cifra redonda que, en cierto modo, invita a echar la vista atrás y reflexionar sobre lo hecho, amén de establecer un sólido criterio con el que dar continuidad al compromiso contraído con el diario y sus lectores. Tal vez sea esto lo primero que deba hacer, quiero decir fijar una pauta que no contradiga o afee lo editado hasta la fecha. Es difícil analizar la labor de uno como autor sin caer en la complacencia o pecar directamente del vicio egotista. Sin embargo, me apresto a ello con el mismo estado de ánimo con el que recibí en su día el honor de asomarme a las páginas de opinión del periódico.

Adelanto que persistiré en la procura y sostén de puntos de vista alternativos a lo establecido y, evidentemente, contrarios a la insufrible corrección política; desafiantes, sin el menor género de dudas, ante la cultura woke y abiertamente opuestos a la mentalidad hipócrita de nuestros gobernantes. Renovaré mis votos con la libertad de expresión, más que maltratada últimamente, ya que decir o escribir según qué cosas todavía sigue siendo una aventura de riesgo. Persistiré en la denuncia de los males de la educación patria, pero igualmente pondré al descubierto la manipulación ideológica y el particular adoctrinamiento con el que se sirven algunos dentro y fuera del aula. Otro tanto haré con el señalamiento de actitudes o conductas que, al son del clamor progre, intentan cercenar el derecho de las personas a manifestarse con plena libertad, pues, aunque parezca innecesario su recuerdo, hay vida más allá de los dictados de la izquierda mediática. En suma, rebatiré, siempre con argumentos y en la medida de mis fuerzas, las ridiculeces de la progresía desatada, ese triste afán de negar el pensamiento y la inteligencia al oponente.

Y, por supuesto, insistiré en la asfixiante presencia de un prurito represivo en la izquierda nacional sobre los terrenos de la educación y la cultura, campos que considera como propios desde no se sabe cuándo, porque, si de veras se quiere profundizar en los valores de una democracia consolidada, es imperativo revisar lo que el falso progresismo ha provocado singularmente en estos ámbitos: desde el ninguneo de las voces disidentes hasta la pertinaz endogamia de la universidad española, pasando por el cerrilismo doctrinario de determinados centros de secundaria, para llegar a culminar con el parasitismo de los ganapanes del mundillo cultural. Se habla y habla de la represión franquista, pero ya va siendo hora de poner en el banquillo del tribunal de la historia a los mandarines de la expresión artística y a algunos señoritos con ideología zurda que dirigen las facultades como si fueran de su propiedad.

Este es el compromiso de uno con el futuro. En cuanto a lo pasado, he podido comprobar que mis modestas columnas han ido extendiendo su núcleo de referencia original hacia otras temáticas conforme iba en aumento mi sentimiento de seguridad en el medio. Así, los lectores han caído en la cuenta de una serie de intereses y preocupaciones que, con el paso del tiempo, han terminado por definir la personalidad del articulista. Pero, hay algo que no se sabe, aunque, a partir de hoy, sí que se sabrá. Además, con esta confidencia, se cierra un círculo, como si fuera el capítulo de una obra por escribir. Uno sobrelleva con la mayor dignidad posible, manteniendo un estoico silencio al respecto, el contumaz acoso de los censores de la libertad que, cegados por una supina intolerancia, no encuentran mejor diana que la que este humilde columnista les presenta a su atolondrado fanatismo. Cuesta decir lo siguiente, pero España es el lugar en el que unos cuantos -y no son precisamente devotos de la derecha intelectual- continúan en la creencia de que aún rige una dictadura de la opinión. A todos ellos, con mis mejores deseos, el brillante mensaje final de Jardiel Poncela: “pedirle a un crítico que discurra es forzar su naturaleza y plantearle un problema mental de primer orden. Y yo no soy capaz de tanta crueldad”.

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