Reflexión

La esperanza de Mariela y los polizones del Alithimi II

Imagen del Puerto de La Luz

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Lucas López

Lucas López

A mi alrededor, un bosque denso a cuya sombra crecen cafetales. Aquí, el Instituto Guatemalteco de Educación Radiofónica tiene un círculo de estudio: una veintena de jóvenes, ellas y ellos, tratan de avanzar en el currículo oficial para obtener algún día el bachillerato. Una vez a la semana, escuchadas las clases de audio con su material de seguimiento, se reúnen con la tutora para repasar las lecciones y avanzar. «Para irnos de aquí», contesta Mariela, una joven de unos veinte años, cuando le pregunto para qué estudia. Es una formulación rotunda de su esperanza.

Tres jóvenes, a mitad de noviembre, ocuparon el sorprendente espacio, apenas metro y medio de ancho, que quedaba sobre la pala del timón del carguero Alithini II, en el puerto de Lagos. Allí sobrevivieron los días de su viaje hasta llegar al puerto de la Luz, en Las Palmas de Gran Canaria. La nota publicada en La Vanguardia por Silvia Fernández concluye así: «Por ahora, dos de los tres polizones –no tienen consideración de inmigrantes– ya están de nuevo a bordo del petrolero, mientras el tercero sigue recuperándose en el hospital. Arriesgaron su vida para huir de la miseria y ahora regresan a ella tras un viaje a ninguna parte».

En 1942, Albert Camus publica «El mito de Sísifo»: «Juzgar si la vida vale o no vale la pena vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía». La lucha por la supervivencia parece ser la respuesta que en 1946, inmediatamente después de la guerra, da Viktor Frankl a esta pregunta en «El hombre en busca de sentido», publicación que ha salido a los medios gracias a las declaraciones de Luis Enrique García, seleccionador mundialista. Frankl parte de su propia biografía, de su estancia en los campos nazis de concentración y exterminio: «No había tiempo para consideraciones morales o éticas, ni tampoco el deseo de hacerlas. Un solo pensamiento animaba a los prisioneros: mantenerse con vida», subraya el promotor de un modo de terapia psicológica, la «logoterapia», basada en la necesidad de dar sentido existencial a la propia vida.

La suerte de los polizones del Alithini II es, al parecer, un intento de sentido condenado al fracaso. Al Igual que Sísifo, vemos cómo la piedra que empujamos cae de nuevo ladera abajo. Curiosamente, en esa certeza, la de la imposible esperanza, asegura Camus que está su victoria: «No hay destino que no se venza con el desprecio», nos dice, mientras nos invita a ver cómo Sísifo baja sonriente de nuevo a por esa piedra que nunca dejará de rodar. Los tres polizones volverán a Lagos para, seguramente, reemprender su marcha hacia el norte, del mismo modo que Mariela continuará sus estudios para, algún día, pagar a algún coyote que le garantice el paso de las fronteras y su instalación, sin papeles, al norte de Río Grande.

Aunque se publicara en 1952, «Esperando a Godot» salió de la pluma del premio Nobel irlandés, Samuel Beckett, en 1940, cuando apenas había estallado la guerra en Europa. «¿Y si finalmente Godot no viene?», se preguntan Vladimir y Estragón, los dos personajes centrales que pasan el drama poniendo toda su esperanza en la llegada de Godot. ; Beckett pone en boca de sus personajes: «Nosotros, al menos, hemos esperado, y eso no lo pueden decir todos». Unos años después, en 1956, Buero Vallejo estrena «Hoy es fiesta»: la esperanza de una comunidad de personas pobres que conquistan la azotea del edificio que había sido arrebatada por la casera. En realidad, el motivo para la fiesta celebrada, la fortuna de un billete de lotería cuyo premio recae en el vecindario, es falsa: uno de los vecinos, empujado por la penuria, timó a la comunidad con billetes fraudulentos de lotería.

Beckett y Vallejo nos ponen delante de esa esperanza en que la fortuna nos cambie la vida. En la segunda escena de la obra de Beckett, un árbol, absolutamente deshojado durante la primera parte, aparece ahora vivo y repleto de hojas. ¿Quizás llegó ya Godot, aunque no nos hayamos dado cuenta? Por su parte, Buero Vallejo, que no oculta la falsedad del billete de lotería, propone un efecto secundario como esperanza: la reconquista de la azotea.

Mariela en Guatemala, así como los, para mí, anónimos polizones de la bocina del timón del Alithini II, no son Sísifo bajando sonriente al volver a por la piedra; tampoco se parecen a los dos personajes que esperan a Godot parloteando, comentando lo que sucede, sin poner manos a la obra.; más bien me recuerdan a los personajes que se mueven en el relato realista de Vikctor Frankl y su búsqueda de sentido; es posible que, como los vecinos de Buero Vallejo, Mariela y los polizones estén comprando un billete de lotería equivocado (el bienestar occidental), pero tienen todo el afán del mundo por conquistar la azotea, su libertad, al norte de Río Grande o del Estrecho de Gibraltar.

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