Tropezones

Encuentros con la Ley II

Archivo - Coche de la Policía Nacional

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Lamberto Wägner

Lamberto Wägner

El lector que haya tenido la paciencia de imponerse sobre mis anteriores encuentros con la ley recordará que el último fue a raíz del robo de mi vehículo a las puertas del club de tenis Gran Canaria, fulminantemente recuperado por la Policía Nacional en cuestión de horas.

Pero resulta que el siguiente incidente con la autoridad también guarda relación con dicho club. A lo largo de los años no sólo me aficioné a la práctica del tenis, sino que incluso, aprovechando la presencia de Manolo Santana impartiendo unos cursos en el club, me apunté a sus clases para obtener el correspondiente diploma. El curso iba de cómo enseñar a jugar al tenis a principiantes, y se basaba en un original enfoque utilizando la mano izquierda, o la diestra en el caso de los zurdos, claro. Y saqué el título de monitor nacional, con licencia APE. Aunque dicha licencia me facultaba para la enseñanza del tenis, que no cunda el pánico, nunca llegué a perpetrarla en plan profesional. Pero sí que llegué a poner a prueba mis recién adquiridos conocimientos, cuando un socio transeúnte, un comisario de policía, me desafió públicamente, asegurando que antes de haber culminado 10 partidos conmigo sería capaz de ganarme un set. Como no veía muy viable tal proeza, me avine a aceptar el desafío, al que iba aparejada una invitación a una opípara cena si el retador no salía airoso de su empeño.

Por supuesto que el comisario no consiguió su propósito, pero sí por el contrario haberse beneficiado de 10 clases a cargo de monitor nacional diplomado, con lo que la cena, pese a ser en un restaurante de postín, le salió regalada.

Como no es justo mencionar sólo los encuentros con la ley, no voy a omitir otro caso, donde esta vez me encontraba al otro lado de la misma, sobreviniendo todo un desencuentro.

Por una serie de razones, que en este contexto no vienen al caso, el Ayuntamiento me incoó un expediente de disciplina urbanística por la construcción, presuntamente ilegal, de un garaje en mi vivienda habitual. Por una intromisión de una vecina agraviada y presiones espurias en el consistorio, el tema se alargó, como ya creo haberlo explicado en otra reseña, hasta conseguir la anhelada licencia al cabo de casi 10 años.

Pero a lo que iba, a lo largo del cansino trámite se suscitó la necesidad de una exacción cautelar a mi cargo, para hacer frente a posibles responsabilidades económicas. Y como el Ayuntamiento tenía constancia del vehículo de mi propiedad, un Volkswagen Polo por el que pagaba religiosamente el impuesto municipal, le faltó tiempo para cursar una orden de embargo e intentar privarme de paso de tan básico medio de transporte.

Y se dio la circunstancia de que se me comunicó tal embargo escasos días antes de iniciar mi viaje a Suecia para mis vacaciones de verano. No me dio tiempo por ello ni a hacer frente a un pago cautelar a todas luces injusto, ni a ocultar mi vehículo de la voracidad recaudadora de mi ayuntamiento durante mi ausencia en Suecia.

Así que opté por cobijar mi coche en el garaje del hotel Santa Catalina, donde solía estacionarlo cuando iba a jugar al tenis, una atención del hotel para con los socios del club.

Y afortunadamente quedó meridianamente claro que la policía municipal no tenía ni de lejos ni la iniciativa de la Policía Nacional ni su certera puntería.

Porque da la casualidad de que el garaje del hotel Santa Catalina, como todas las dependencias hoteleras de tan prestigioso establecimiento… son de propiedad municipal.

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