Al azar

Los jóvenes se parten de risa al contemplar los asesinatos

Los jóvenes se parten de risa al contemplar los asesinatos

Los jóvenes se parten de risa al contemplar los asesinatos

Matías Vallés

Matías Vallés

En el momento del brutal asesinato, una tropa juvenil se carcajea a mandíbula batiente a mi alrededor. Estamos asistiendo a una proyección de Noche de paz, uno de los éxitos inesperados de las pasadas fiestas. El Papá Noel vago y borracho que protagoniza la cinta acaba de clavarle una estrella de Navidad a una de sus víctimas. Como la herida no tiene carácter mortal, enchufa el adorno a la corriente y así electrocuta a su malvado rival. La película está limitada a mayores de 16 años, esperemos que nadie por debajo de tal listón lea este comentario.

Noche de paz dista de ser un espectáculo brillante, pero la matanza que contiene libera la risotada espontánea de la audiencia, ya sé que el solo hecho de escribir estas líneas nos predispone a la cancelación cultural. En los asesinatos más irónicos de la proyección, de inmediato se escuchaban de fondo las voces alborozadas de los jóvenes espectadores, confío que mayores de 16 años. Reírse en comunidad constituye uno de los objetivos fundamentales de acudir a un cine, pero conviene recordar que se trata del mismo público que después exige un trigger warning o aviso de sensibilidades heridas, antes de someterse a una representación de Romeo y Julieta.

Ni los espectadores de Noche de paz son seres sanguinarios, ni la película va a inspirar más acciones depravadas de las habituales. Por no hablar de la alegría de comprobar, mediante las carcajadas a coro, que la pandemia no ha eliminado las armonías de la risa tribal. De hecho, el alborozo que recibía a cada nueva muerte violenta me devolvió a Nueva York a finales de los años noventa. En concreto, a una proyección de Scream 2. Los adictos de Wes Craven, que son todas las personas decentes, me concederán que la segunda película de la saga es una de las mejores obras autorreferenciales desde la segunda parte del Quijote, tan alabada por Martin Amis. Pues bien, la audiencia de un cine de Harlem se partía de risa rimada a cada navajazo. Dialogaban con la pantalla, por exigencias del guion.

Ya solo van al cine los degenerados, pero en otros tiempos lo degustaban las mismas personas que luego exigían endurecimientos de penas. La jocosa peripecia de la Noche de paz ensangrentada solo demuestra la vigencia del humor patibulario, que antaño era imprescindible para sobrevivir en clínicas forenses y redacciones. Hoy solo nos atrevemos a reírnos libremente en la oscuridad.

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