El mundo por de dentro

Las democracias meten miedo

El presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, participa de una reunión con gobernadores en el Palacio de Planalto, en Brasilia (Brasil), este 9 de enero de 2023.

El presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, participa de una reunión con gobernadores en el Palacio de Planalto, en Brasilia (Brasil), este 9 de enero de 2023. / EFE

Antonio Balibrea

Antonio Balibrea

El intento de golpe de Estado en Brasil con el asalto al Legislativo, al palacio presidencial y a la sede del Tribunal Supremo, es el último capítulo de los enfrentamientos entre sistemas democráticos y autoritarios. En otoño el país latinoamericano más extenso, Brasil, inclinó la balanza hacia la izquierda con la elección de Lula da Silva y la derrota de Yair Bolsonaro, el populista alumno aventajado de Donald Trump, que perdió la presidencia, aunque se niegue a reconocerlo, y haya intentado el correspondiente golpe de Estado para impedir el gobierno de Lula da Silva. Afortunadamente en la Casa Blanca ya no está Trump, sino Biden. Brasil es una democracia joven y la mayor parte de su etapa moderna la han protagonizado dictaduras militares respaldadas por los Estados Unidos. Al igual que ha sucedido en la mayoría de los países latinoamericanos la presidencia de Joe Biden ha dificultado el establecimiento y la continuidad de dictaduras militares y regímenes autoritarios. Ya lo ha hecho en otros escenarios latinoamericanos: Chile, Colombia, Perú, Bolivia, Argentina y Brasil recuperaron gobiernos democráticos y de izquierda, y algo se está moviendo en Venezuela y Cuba. Los resultados habrían sido otros, y sin duda más dolorosos, sin los demócratas en la Casa Blanca.

La siguiente pugna fue en las elecciones del «midterm» en Estados Unidos, para renovar parcialmente el Congreso y el Senado. En contra de lo que suele ser habitual y de lo que se pronosticaba, los demócratas consiguieron la mayoría en el Senado y perdieron el Congreso por pocos votos y, además, recuperaron los gobiernos de varios estados. Fue un resultado sorprendente en unas elecciones de medio mandato, teniendo en cuenta la baja popularidad de la que partía Biden. Sobre todo que los candidatos más significativos apoyados por Trump fueron derrotados. Recientemente los «trumpistas», una veintena en el Congreso, han impuesto unas condiciones al nuevo presidente de la cámara Kevin McCarthy (republicano) que se van a convertir en un chantaje permanente para los republicanos moderados, y que dificultarán gravemente los acuerdos bipartitos.

África no es una excepción en esta pugna, hasta el punto de que Estados Unidos se ha planteado recientemente una «Estrategia para el África Subsahariana» que ha discutido con la Organización de Estados Africanos en la cumbre de jefes de gobierno africanos recientemente celebrada en Washington. En Asia los frentes de batalla han sido y son múltiples. Desde Israel cuya democracia peligra con los planteamientos sionistas del nuevo gobierno de Netanyahu, a los ayatolás de Irán.

El año 2022 ha sido escenario de múltiples enfrentamientos entre regímenes autoritarios y democracias, algunos como la guerra de Ucrania todavía persisten con unas consecuencias dramáticas en todo el planeta. Otro ha pasado casi desapercibido, puede parecer anecdótico, pero es muy relevante, la conspiración de la extrema derecha alemana para dar un golpe de estado y asaltar el Reichstag –parlamento alemán–, como hiciera Hitler en su día, conocida y abortada en el último mes del año pasado.

Las democracias han demostrado una mayor capacidad de respuesta, de gestión, para conseguir la protección social de la mayoría de la población en coyunturas tan difíciles como la pandemia del covid-19, la crisis económica subsiguiente, y la lucha contra el cambio climático. En todos estos casos de conflictos entre regímenes autoritarios y democráticos, y los que vendrán, subyace un fuerte enfrentamiento entre defensores y avalistas de las energías fósiles y de las renovables, como son las democracias. Los acuerdos contra el cambio climático, sin duda, supondrán una importante variación en la relación de fuerzas en el mundo en la segunda mitad de este siglo.

Julián Besteiro, catedrático y presidente de las Cortes Constituyentes de 1931, defendió en su día la democracia como un valor central del socialismo y del marxismo (Marxismo y antimarxismo, editorial ZYX), frente a algunos socialistas y a las tesis leninistas de la «dictadura del proletariado». Él explicaba que el proletariado –la clase media y trabajadora que dicen ahora– al ser mayoritario, ganaría las elecciones normalmente, por eso en algún caso Marx se refirió a la «dictadura del proletariado», pero sólo en ese sentido. La democracia no era, ni es, una mera formalidad; sino un valor fundamental del socialismo democrático.

«¿Por qué los regímenes autoritarios tienen miedo de Europa?», se preguntaba la presidenta democristiana de la Comisión, Ursula von der Leyen, en Twitter esta semana, «nosotros no predicamos la guerra. No imponemos nuestro modelo. ¿Entonces por qué? Nuestros valores les dan miedo», era su respuesta. Algo de eso debe haber.

Suscríbete para seguir leyendo