Papel vegetal

¡Abajo las armas, arriba los salarios!

Una imagen de la concentración en Berlín con la Puerta de Brandenburgo iluminada con los colores de la bandera de Ucrania.

Una imagen de la concentración en Berlín con la Puerta de Brandenburgo iluminada con los colores de la bandera de Ucrania. / ANNEGRET HILSE

Joaquín Rábago

Joaquín Rábago

Obras más famosas, La Granja de los animales, unas palabras que resultan proféticas. «Las ideas impopulares pueden ser silenciadas y los hechos incómodos, mantenidos en la oscuridad sin necesidad de una prohibición oficial» (1).

El también autor de Homenaje a Cataluña se refería a su propio país, Inglaterra, pero esas palabras parecen describir perfectamente la actual situación.

No hacen falta prohibiciones, pero igual que durante la pandemia plantear un debate sobre los posibles efectos adversos de las vacunas era convertirse en insolidario, decir hoy que el continuo envío de armas a Ucrania puede conducir al desastre es estar de parte de Putin.

De parte, si no directamente a sueldo del «criminal» ruso, algo de lo que acusó el otro día en tono histérico la participante ucraniana en un debate en torno a la guerra de Ucrania a la política izquierdista Sahra Wagenknecht, una de las organizadoras de la manifestación a favor de la paz del sábado en Berlín.

Como otros intelectuales, políticos y aun teólogos que abogan por un alto el fuego y el inicio de negociaciones de paz en Ucrania, Wagenknecht, que tiene una posición minoritaria en su propio partido, Die Linke, es blanco constante de críticas en los medios germanos y de graves insultos en las redes sociales.

Intentar hablar de los antecedentes del conflicto para explicar, que en ningún caso justificar la invasión rusa, referirse a las injerencias del Departamento de Estado en la política interior ucraniana, a su papel en la llamada «revolución del Euromaidán», criticar la ampliación de la OTAN, relacionar todo ello con la invasión es estar con Rusia y contra la democracia.

No interesa hablar del pasado, tampoco del contexto. No conviene mencionar la guerra que llevó a cabo durante años  Kiev con ayuda de elementos declaradamente neonazis contra los separatistas rusófonos del Donbas.

Ni conviene explicar que Ucrania no es una nación homogénea, como tratan de presentárnosla todos los días, sino multiétnica y que las minorías y no sólo la rusa, la más castigada, sino también la húngara y la rumana están luchando por que se reconozcan sus derechos lingüísticos, ente otros.

Nada sabemos de las víctimas entre los civiles rusófonos que habitan el Donbás; sólo se nos dice que los rusos están «secuestrando» y llevando a Rusia a niños ucranianos. O  «deportándolos», palabra que evoca el Holocausto y que utilizó interesadamente una periodista alemana.

Se apela a nuestras emociones con las imágenes que se nos muestran una y otra vez de las víctimas de la brutalidad rusa en un evidente intento de impedir que flaquee nuestro entusiasmo a favor de seguir armando a Ucrania.

Porque ocurre que en Alemania, en Italia y en otros países de Occidente en los que hay, pese a todo, más debate público sobre la guerra que en el nuestro, sólo preocupado por polémicas como la del «sí es sí», no deja de crecer el porcentaje de ciudadanos que piden que se negocie y se eviten más muertes.

A uno le gustó especialmente el eslogan utilizado por un sindicato italiano que convocó recientemente una manifestación en Génova contra la carestía de la vida y a favor de la paz: «¡Abajo las armas, arriba los salarios!».

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