Tropezones

Desahogos

Lamberto Wägner

Lamberto Wägner

Me percato que hace ya bastante tiempo que no me desahogo despotricando de las pequeñas miserias que nos inflige el quehacer cotidiano. De modo que voy a aprovechar mi reciente vuelo a Madrid para poner en solfa la profesionalidad de algunos organismos y personajes implicados.

De entrada ya en el mostrador de facturación, al presentar mi documento de identidad he de aclarar que la discrepancia en el orden de mis apellidos extranjeros es debida a que al expedirme mi ayuntamiento el certificado de residencia, se empeña en confundir mi nombre de pila con el de mi apellido.

Como embarco temprano y disfruto de tarjeta VIP, me dispongo a hacer uso de ella para desayunar en la sala habilitada para «Very Important Persons». Por supuesto que las salas VIP ya no son lo que eran, y a riesgo de ser tachado de esnob, dejaré aquí constancia de que el acceso es franco para cualquiera que no tenga tarjeta pero que esté dispuesto a pagárselo. Y no descarto que por dicha concesión me tocara compartir bufé con un individuo vestido de playa, con camiseta y pantalón corto que colijo pensaba embarcar para Fuerteventura, perfectamente equipado para disfrutar de sus playas sin pérdida de tiempo.

Ya sirviéndome el café me dispongo a poner la taza, que he tenido la torpeza de llenar demasiado, sobre el platillo correspondiente, que para mejor asiento de la misma tiene un pequeño rebaje donde ha de encajar. Pues bien, resulta que el rebaje no coincide con el diámetro de la taza, con lo cual la mitad de mi café se derrama sobre el platillo. Ya sé que me quejo de vicio, y que esta contrariedad no deja de ser bastante insignificante, como lo es también que bajo el invitador rotulito «tortilla de papas con cebolla» esta brilla por su ausencia en la salamandra correspondiente. Según me confiesa el personal «porque sólo se sirve a la hora del almuerzo». Bueno pues para evitar mi anticipada salivación, digna de los perros de Pavlov, podían haberse guardado el rotulito de marras hasta la hora del almuerzo.

Ya acomodado en mi sillón, se me brinda por una de las pantallas de TV el telediario matutino, lo cual es de agradecer, ya que desde la pandemia la sala VIP no dispone de prensa diaria. Pero hete aquí que ahora el parte de la pública TVE me está desvelando los resultados de la reciente encuesta del CIS sobre la intención de voto de los partidos políticos nacionales. ¡Pero lo que no cree pertinente comentar el locutor es que los pronósticos de dicho organismo público van totalmente a contrapelo de todas las demás encuestas presentadas en los medios no oficiales ni afines al gobierno!

Y ya en la puerta de salida asignada a mi vuelo, y debidamente reseñada también en mi tarjeta de embarque y en las pantallas ad hoc, me encuentro con que no se termina de formar la cola que cabría esperar tan cerca de la hora prevista. Por lo que abordo a la funcionaria que hace de can cerbero al acceso, que me advierte de un cambio de puerta de salida. Y al indagar sobre la nueva numeración, exclama con una inexplicable euforia «¡No tengo ni idea!». Por lo que me toca sonsacarle a otra compañera el perentorio aviso que es su obligación conocer y notificar a los pasajeros afectados, y en particular a este cascarrabias a punto de perder su avión.

Bueno, ya ejercido mi derecho al pataleo, la verdad es que estas simples pautas de terapéutico desahogo me han reconfortado en vistas a las renovadas pejigueras que sin duda me depara la capital.

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