Isla Martinica

El enigma de Pam

La secretaria de Estado de Igualdad y contra la Violencia de Género, Ángela Rodríguez 'Pam'

La secretaria de Estado de Igualdad y contra la Violencia de Género, Ángela Rodríguez 'Pam' / Ricardo Rubio - Europa Press

El feminismo en España está en una dura encrucijada. O se deja llevar por la fuerza de las radicales o, por el contrario, se aviene al gobierno del buen juicio. Encontrarse en el primer bando, por ahora, significa, nada más y nada menos, que disponer de una butaca de preferencia en el Consejo de Ministros, además de estar al albur de las decisiones de individuos que acreditan, como principal mérito, el haber aliviado las penas de cárcel a maltratadores y asesinos de mujeres y niños. Situarse en el segundo, también por el momento, es certificar que la lucha de la mujer por la igualdad sigue tan vigente hoy como hace un siglo, pero, desgraciadamente, ha perdido el poder de los despachos en favor de los colectivos de la identidad de género, que se han apropiado de un movimiento de reivindicación tan diverso que ha llegado hasta la misma frivolización de la condición femenina, al menos como la sustancia la nueva ley trans.

Las paradojas del Ministerio de Igualdad ya forman parte del hecho histórico de este gobierno de coalición. Un ejecutivo que, en los últimos días, ha dado sobradas muestras de agotamiento, no menos que de ausencia de criterio y unidad en la acción. Por un lado, escenifican el desacuerdo en la sede parlamentaria, pero, por el otro, a nadie parece afectar el desgarro que se evidencia en las declaraciones de los portavoces de Unidas Podemos y el propio PSOE. Hasta el extranjero ha llegado el eco de esta anomalía política, empleando unos términos ya habituales cuando se quiere definir, o quizás desprestigiar, el gobierno de una nación al sur de Bruselas. Como dijera Ortega y Gasset, dándoles completa razón a los del Norte, es esta España «cadavérica y purulenta la que se ha convertido en la España oficial».

Muchos de los ilustrados, los progresistas del pasado, hacían alarde del cultivo de la razón, pero lo que ahora abunda en la progresía es la profusión de la insensatez, el disparate y el puro caos, para suplicio del discurso racional. ¡Y son estos los que nos gobiernan! No sé si al rayar el alba, sobresaltados por la persistente pesadilla en la que habitan, quisieran trasladarla al conjunto del pueblo español. Con todo, existen mil y un enigmas en la dotación humana de un ejecutivo destinado al desencuentro desde su mismo nacimiento. Unos enigmas que, como razonara María Zambrano, en sus Notas de un método, son «una respuesta disfrazada de pregunta». Así, tenemos el enigma de una magistrada, metida a política, que ha sido incapaz de elaborar una ley –la del «sí es sólo sí»– en conformidad con la más elemental doctrina jurídica; el enigma de una Ministra de Igualdad que, cuando se dirige a otra mujer, la llama «tía», siendo esto, a su extraño parecer, el no va más de la sororidad. Sin embargo, para un servidor, el enigma de los enigmas es el de la Secretaria de Estado de Igualdad, la archiconocida Pam. No atino a encontrar la respuesta a la que se refiere la filósofa malagueña en el caso de Ángela Rodríguez. Sólo me salen preguntas, y casi ninguna de ellas obtiene un argumento convincente como respuesta. Me imagino que está donde está por méritos propios, que su currículo personal la surte de algo más que desplantes y furibundas provocaciones hacia los que no piensan como ella.

La última becerrada de la mencionada, esto es, el llegar a suscribir el insulto más rastrero hacia un contrincante político, mentándole a la madre y sugiriendo un posible aborto, no es sino la manifiesta revelación de la existencia de un currículo oculto del personaje, que en sí sería la respuesta al enigma de Pam. De esta manera, la Secretaria de Estado deambula por el Ministerio de Igualdad con un «no sé qué, que se nos mete en el corazón no se sabe cuándo, que se nos agarra no se sabe cómo, que nos incita no se sabe a qué y que nos arrastra no se sabe adónde», en las jugosas y siempre celebradas palabras de Jardiel Poncela. En definitiva, Pam es el reflejo de un trastorno emocional profundo, el quejido de una grave enfermedad del alma y, en su consecuencia, una semblanza perfecta del gobierno que la fichó. Esta es la respuesta al enigma de Zambrano.

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