Retiro lo escrito

Entrismo independentista

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

Al mediodía de hoy sábado está convocada en Los Cristianos, al sur de Tenerife, una manifestación que bajo el lema Canarias ya no es un paraíso reclamará «un cambio de modelo» y que está planteada no solo como un acto de denuncia, sino como una llamada de atención a los partidos políticos a una semana de la celebración de las elecciones autonómicas y locales. Entre los organizadores figuran dos veteranas fuerzas ecologistas (Ben Magec y ATAN) y varios colectivos y plataformas, como Salvar La Tejita y Salvar el Puertito. El objetivo es reunir como mínimo dos mil personas después de las «importantes victorias» obtenidos en los últimos años por «una ciudadanía hastiada por la destrucción del territorio y el encarecimiento de la vida».

Canarias ya no es un paraíso. Seguramente. Pero, ¿cuándo ocurrió tal desgracia? Hace un siglo, en 1923 digamos, ¿todavía era un paraíso Canarias? Ese país miserable y hambriento, con pésimas conexiones con el mundo y entre las islas, con tasas de analfabetismo espeluznante y una esperanza de vida de menos de sesenta años y en el que una pulmonía, una apendicitis o incluso una infección bucodental podía matarte, era un jardín paradisiaco? Sospecho que la inmensa mayoría de los isleños de hoy –incluidos los manifestantes– no sobreviviríamos más de tres días en cualquier paraíso virginal. Para una sociedad desarrollada el bienestar colectivo no consiste en mantener un conjunto de ecosistemas milagrosamente intactos, sino en preservar y en su caso revisar con el voto instituciones, normativas y reglas legitimadas democráticamente, en crear y potenciar servicios públicos universales, en garantizar las comunicaciones y la movilidad, en que empresas competitivas ofrezcan buenos salarios y las pensiones de jubilaciones permitan una vejez digna. El país está agobiado por problemas estructurales, límites físicos y simbólicos, desfallecimientos, contradicciones. Ciertamente necesitamos del turismo, pero ya no es garantía de un progreso económico y sus efectos negativos –agresiones medioambientales, gentrificación, desigualdad, lastre a la diversificación económica– son obvios. Pero ningún canario quiere volver a 1923. Si quieren, más provocadoramente, ningún canario quiere volver a 1993. El paraíso siempre ocurrió antes, en un pasado mítico o mitificado. O todavía más tajantemente, como dijo Borges, no existen más paraísos que los perdidos.

En lo que puede llamarse, un poco escenográficamente, el movimiento ecologista canario, se está produciendo un fenómeno nuevo. Ocurre sobre todo en Tenerife, donde la urbanización de lujo Cuna del Alma ha sido descrita como una catástrofe apocalíptica, cuando la central del Salto de Chira supone una destrucción mucho más amplia y brutal en el barranco de Arguineguín y no causa de la mitad de las protestas y el revuelo que el sur tinerfeño. La novedad en el resistencialismo ecologista es el entrismo independentista. Para los más jovencitos o más despistados se conoció como entrismo una técnica de algunos troskistas que se infiltraban en grandes partidos socialistas o socialdemócratas para controlar sus agendas, reconducir sus estrategias, inyectar sus retóricas. El término hizo fortuna. Los independentistas –algunos procedentes de Azarug y de plataformas más recientes– han encontrado en la protesta ecologista un nicho para difundir sus propuestas y agitar sus banderas, y han impulsado acciones supuestamente micropolíticas, como acercarse a una reunión de hoteleros, hacerse para por periodistas y en el momento oportuno lanzar insultos y denuestos. En la manifestación de hoy han impuesto que entre las reivindicaciones figure una ley de Residencia, que jamás ha formado parte de las reivindicaciones de las grandes organizaciones ecologistas y medioambientalistas isleñas. Tribalizar y trivializar un ecologismo independentista y milenialista: apenas nos faltaba eso.

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