Un carrusel vacío

La guagua azul

El autobús azul

El autobús azul

Marina Casado

Si pudieras visitar durante un día una época distinta a la actual, ¿cuál sería?

Hace poco nos planteamos mi hermano y yo esta cuestión. Yo respondí inmediatamente que aquel Madrid de la II República anterior a la Guerra Civil, para conocer a mis admirados poetas de la Generación del 27, asistir a sus tertulias, tratar de ganarme su amistad. Me imaginaba del brazo de Luis Cernuda caminando por la Gran Vía, dispuestos a entrar en alguno de esos cines históricos en cuyos esqueletos hoy están construyendo tiendas de ropa: los Avenida, el Palacio de la Música… A la salida, iríamos a casa de Vicente Aleixandre, por Metropolitano, y escucharíamos a Federico García Lorca tocar Nana de Sevilla al piano. He fantaseado tantas veces con vivir esos sencillos acontecimientos…

También me hubiera hecho gracia, no obstante, viajar al año 1967, a Los Ángeles, cuando el Verano del Amor y el nacimiento de los hippies y la aparición de tantos álbumes míticos –siempre he defendido que 1967 es el gran año del rock–, desde el colorido Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de los Beatles y sus históricos «rivales», los Rolling Stones, con Their Satanic Majestic Request, pasando por Surrealistic Pillow (Jeffersson Airplane), The Piper At The Gates Of Down (con el malogrado Syd Barrett aún como compositor de Pink Floyd); hasta llegar a grandes bandas hoy injustamente arrinconadas, como Love, que publicó su Forever Changes, o el que, en mi modesta opinión, es uno de los álbumes más redondos y elaborados de historia: Days Of Future Passed, de los Moody Blues, acompañados por la Orquesta de Londres. Y tantos otros: Bob Dylan, Jimi Hendrix, The Byrds, The Kinks, The Beach Boys… Incluso el Happy Together de The Turtles es de ese año.

Y los dos primeros discos de The Doors, esa banda capitaneada por un poeta con ínfulas de filósofo y cuerpo apolíneo, coronado por una melena de desordenados rizos: Jim Morrison. El joven que, tristemente, pasó a formar parte del llamado «Club de los 27» en 1971. Como Brian Jones unos años antes, o Jimi Hendrix, o Janis Joplin. Todos fallecidos en extrañas circunstancias –relacionadas con las drogas– a los 27 años. Pero en 1967, Jim Morrison estaba en su mejor momento. Efectuaba danzas chamánicas en el escenario, rompía corazones y tomaba con frecuencia la guagua azul que le llevaba a Venice Beach, en Los Ángeles. Yo habría querido acompañarlo, escucharlo recitar poemas con esa voz oscura y humeante.

Llevamos fantaseando con los viajes en el tiempo desde hace muchos años. Ya en 1895, el británico H. G. Wells publicó su novela de ciencia ficción La máquina del tiempo, aunque en la cultura popular han prevalecido más las aventuras de Marty y Doc en el DeLorean, el coche gracias al cual Marty pudo viajar a la época en la que sus padres eran adolescentes. Desde siempre, nos atrae la idea de poder modificar el pasado. El tiempo es esa barrera infranqueable que soñamos con derribar. Sin embargo, las últimas investigaciones manejan la hipótesis de que, en algún momento, sí podremos viajar en el tiempo, pero será hacia el futuro, guiándonos por la teoría de la relatividad de Einstein y las leyes de la gravedad, algo con lo que ya jugó Christopher Nolan en su película Interstellar (2014).

Esa idea de viajar hacia el futuro no nos satisface demasiado a los nostálgicos, para los que «cualquier tiempo pasado fue mejor». Aunque esto no sea del todo cierto. Siempre me acuerdo de mi película favorita de Woody Allen, Medianoche en París, en la que Gil, el protagonista, cumple su sueño de viajar a los años veinte y allí conoce a una chica, Adriana, que reniega de su época y sueña, a su vez, con una anterior. La moraleja de la película es que, para algunas personas, resulta inevitable idealizar el pasado, sea cual sea, e infravalorar el presente, pero esto constituye un error, en cierta medida. Porque es en el presente donde debemos buscar la felicidad.

Continuando con la conversación sobre las épocas que visitaríamos, mi hermano confesó que se decantaría por la de Jesucristo. No porque sea religioso, sino para ver con sus propios ojos quién fue realmente Jesús de Nazaret y qué hizo, y cuánto de verdad y de invención hay en las Sagradas Escrituras. ¿Por qué se convirtió en leyenda? Sin duda, se trata probablemente de la figura más importante y enigmática de la cultura occidental y, sin embargo, nunca se me hubiera pasado por la cabeza la respuesta que dio mi hermano. Como buen hombre de ciencias, enfoca la idea de viajar en el tiempo desde la curiosidad y la lógica, más que desde el romanticismo o la ensoñación. Yo continúo imaginando viajar en la guagua azul junto a Jim Morrison.