Piedra lunar

Tipología de la crónica

Archivo - Una mujer señala el valor de mercado de una escritura de compraventa de una hipoteca, a 30 de mayo de 2022, en Madrid (España).

Archivo - Una mujer señala el valor de mercado de una escritura de compraventa de una hipoteca, a 30 de mayo de 2022, en Madrid (España). / Eduardo Parra - Europa Press - Archivo

Jose A. Lujan

La pertenencia a un colectivo que nos define como es la Junta de Cronistas nos lleva de manera recurrente a reflexionar sobre nuestra tarea. Toda actividad que implique una dedicación intelectual debe de estar cimentada en fundamentos teóricos que ayuden a delimitar su singularidad y eviten el totus revolutum. En el cuerpo material que constituye un ejemplar de periódico, ya sea en soporte papel o en pantalla digital, los géneros y los subgéneros periodísticos han de estar suficientemente definidos. La pluralidad expresiva que se muestra en un ejemplar de prensa nos da idea del rico panorama social y comunitario en los que estamos insertos.

La lectura mañanera de las llamadas «hojas volanderas», acompañadas de una sabrosa taza de café, nos pone en aviso de como camina el mundo en su deambular por el cosmos, delimitado en su forma de globo terráqueo, con unos espacios distribuidos en lo que se dio en llamar naciones y que son los solares en los que se asientan las comunidades humanas, con sus conductas personales o colectivas que son el soporte de nuestra existencia vital.

El cronista se halla zambullido en medio de esa vorágine, y cada sección tiene sus propios agentes comunicativos en la escala que abarca desde la noticia, elaborada con urgencia y con el frescor del acontecimiento, hasta el texto escrito con el sosiego y la perspectiva que implica el análisis y la oferta de una creatividad extendida en un tiempo reciente.

El considerado cronista oficial no es un gacetillero ni un periodista. Es la persona que, desde su cargo honorífico, nombrado por las instituciones locales, trata de narrar acontecimientos contados de forma cronológica a partir de relatos sobre hechos, personajes, y paisajes, con testimonios de protagonistas y testigos, sin obviar la investigación realizada en documentos y archivos. En este sentido, el cronista se convierte en poseedor de unas llaves con las que abre el arcano del pasado o metafóricamente «el sepulcro del Cid». En este sentido, emanan crónicas con las que se configura el variopinto devenir de una comunidad.

En nuestras reflexiones planteadas en comisiones de trabajo de la Junta de Cronistas de Canarias, hemos llegado a acuerdos que nos han ayudado a fundamentar la tarea que desarrollamos. No cabe duda de que partimos de una clasificación de contenidos para afianzar el camino que transitamos. Así pues, el cronista oficial está en disposición de desarrollar, como subgénero primordial, la crónica histórica, cuyos referentes son los datos documentados o los aconteceres emanados de una investigación oral, suficientemente contrastada.

En la amplia tipología, podemos reseñar la crónica biográfica, la crónica social, el mundo de las tradiciones, los aspectos etnográficos, las costumbres de antaño, unas vigentes y otras periclitadas. Todas constituyen una narrativa que atrae al lector para que el pasado que según algunos autores constituye un «país extraño», se convierta en fundamento de la configuración de una comunidad en la que nos encontramos inmersos.

En este sentido, tenemos en nuestras manos el libro escrito por Serafín Quintana Rivero (Tejeda, 1933), que titula «Tejeda, entre roques y riscales, recuerdos de anteayer», con prólogo de Serafina Suárez, cronista oficial de Tejeda, en el que refiere múltiples acontecimientos del pasado que están en su experiencia vital y que conserva en su memoria. Lo que valoro de este manual no son los hechos en sí, que pueden ser emulaciones de otras comunidades rurales de Gran Canaria. Mi evaluación personal de este libro está en que el autor no describe los acontecimientos desde la distancia, sino que se involucra a nivel personal por lo que surge una prosa que emana de su sensibilidad interior. El narrador-autor participa de todos los hechos que ha vivido, y que ejemplifica y pone de manifiesto el principio metodológico del cronista que es el «presentismo», o también el «yo estuve allí», con lo que logra plasmar las vivencias y costumbres de una época, sin nostalgias y sin halagos innecesarios. Desfilan por sus páginas múltiples personajes a los que el autor se refiere con cercanía de conocimiento. El acto de pisar las uvas para luego convertirlas en mosto queda expresado de esta manera: «Nos hacían lavar y adecentar las piernas, y metidos en aquella tanqueta, íbamos destripando los racimos.»

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