Mirando despacio

La puerta giratoria

Hoy quiero ofrecer una nueva visión de mis queridas puertas giratorias, hoy pretendo que les abandone esa mala fama que desde hace un tiempo les acompaña

Turistas en el aeropuerto de Gran Canaria

Turistas en el aeropuerto de Gran Canaria / Juan Castro

Desde niña me fascinan las puertas giratorias. Estar dentro o estar fuera de un lugar varias veces y en cuestión de segundos me sigue causando asombro. Rotar tal cual atracción de feria me parece divertido; puedo permanecer en el círculo de tres hojas hasta que el mareo haga acto de presencia. Resultan muy seguras, además les debemos agradecer que durante la época Covid evitaron más de un contagio. Sin embargo, me sorprendo al leer que tan solo el 20% de la población elige este tipo de puertas para acceder o salir de lugares públicos. Me imagino que muchos de los usuarios son políticos y altos cargos. Me entristece saber que uno de mis inventos preferidos ha adquirido una connotación peyorativa porque ciertos individuos utilizan esta puerta para lograr unos beneficios económicos. Paradójico, sin duda, que para estos sujetos sea el modo más rápido para lograr sus objetivos. En mi caso y, sobre todo, en el caso de los niños, el tiempo se detiene dentro de la triple hoja y los chicos acceden al otro lado siempre con una mirada de sorpresa y repleta de ingenuidad.

Hoy quiero ofrecer una nueva visión de mis queridas puertas giratorias, hoy pretendo que les abandone esa mala fama que desde hace un tiempo les acompaña. Desde un punto de vista técnico, la triple hoja evita que se escape el aire en los edificios aclimatados y permite además que varias personas puedan entrar o salir al mismo tiempo. Desde un punto de vista emocional, la puerta giratoria nos quiere invitar a reflexionar; la vida es movimiento y esa puerta que no para de girar nos indica que debemos estar atentos al cambio.

Hace unos días estuve en un aeropuerto y me permití permanecer durante un tiempo girando al son de la triple hoja. Personas de diferentes nacionalidades; miradas inquietas, miradas inexpresivas, miradas ansiosas, miradas ilusionadas… una puerta que nos traslada siempre hacia otro destino. Por razones de trabajo, por vacaciones, por visitas familiares… optamos por aventurarnos a cruzar al otro lado; hacia el esfuerzo, hacia lo desconocido, hacia los recuerdos quizá…

En nuestro día a día también se abren diferentes puertas ante los ojos de aquellos que están preparados para considerar el mundo como un lugar de oportunidades. Posibilidades infinitas para aquellos que se encuentran aptos para salir de la zona de confort y arriesgarse a tomar decisiones. Sin embargo, soy consciente de que algunos se encontrarán atrapados en esa puerta giratoria sin poder evitar que sus pensamientos den vueltas una y otra vez, sin hallar una salida que permita escapar de esas ideas recurrentes que les persiguen. Otros muchos se atreverán a valorar sus opciones y elegir uno de los caminos desechando los pensamientos intrusos o negativos. Es cierto que resulta necesario tomar el control de nuestra mente, está claro que somos más que nuestros pensamientos, es evidente que no debemos darles el poder de manipularnos a su antojo.

Las vacaciones nos ofrecen una ocasión perfecta para descargar ese lastre que, en ocasiones, albergamos en nuestra cabeza y que origina tantas emociones que nos impiden avanzar. Ocasión para aprender que es necesario permanecer un tiempo dentro, con nosotros mismos, para luego salir fuera a relacionarnos con el mundo. Ocasión para que al cruzar la puerta giratoria consigamos hacer vacío y desde ahí intentar percibir cualquier situación con una mirada de principiante.

Suscríbete para seguir leyendo