Retiro lo escrito

Azúcar

Michael Jackson, al comienzo del concierto en Tenerife, al ritmo de 'Jam'.

Michael Jackson, al comienzo del concierto en Tenerife, al ritmo de 'Jam'. / ROSLAN RAHMAN

Alfonso González Jerez

Alfonso González Jerez

No. No puede ser. Levanto la vista espantada de los periódicos. ¿Otra vez lo del concierto de Michael Jackson en Santa Cruz de Tenerife? ¿Y ahora por qué? Porque al parecer se cumplen treinta años. O cuarenta. O tal vez cincuenta. Este ritornello infinito y paupérrimo es asfixiante, agónico, inaguantable. Y siempre salen, por supuesto, tres o cuatro viejos locutores que injustamente han sobrevivido – la muerte es ciega a las culpas pero despiadada con las distracciones, como dijo Borges – para recordar la efemérides con las arterias reventando de grasas sobresaturadas y nostalgia. Porque, claro, toda esta basura reincidente es una trampa. ¿Quién diablos se acuerda físicamente de ese concierto? ¿Quién lo recordaba y se le ha olvidado? ¿Y a quién le importa? El 95% de los pibes y pibas menores de 30 años no saben ni sabrán jamás quién fue Michael Jackson. Por supuesto, puedes encontrar excepciones. Algún chiquillo pedantuelo que lo explique claramente: «Michael Jackson fue un famoso pederasta multimillonario que en sus ratos libres bailaba y cantaba y chillaba intentando borrar el color negro de su piel». Pero no es lo peor. Lo peor es que la rememoración del concierto de Michael Jackson nos conduce inevitablemente a recordar otro de nuestros grandes hitos culturales, el concierto de Celia Cruz en los carnavales. Para mí tú no eres na, no tienes las bembas colorás. Ah, aunque dudo que no lo sepan, porque forma parte de la educación de todos los niños chicharreros desde parvulitos, con esta actuación de la Reina de la Salsa conseguimos el Record Guinnes al baile más multitudinario de la puta historia. Y eso porque no nos presentamos al record de tíos y tías meando simultáneamente en una capital del Atlántico de noches rutilantes y encharcadas. Ahí hubiéramos arrasado. Aquí se mea y se vomita con un orden cívico, una seguridad policial y una libertad esfinteriana extraordinaria. Un pueblo excepcional el mío. «La negra tiene un tumbao/tiene un tumbao, tiene un tumbao/ y no camina de lao/y no camina de lao y no camina de lao…» ¿De veras que lo recuerda la gente? Yo estuve allí, empujado por una multitud magmática de un lado a otro de la plaza de la Candelaria, y no me acuerdo absolutamente de nada. Ni siquiera si Celia Cruz cantó en la plaza de la Candelaria. Seguro que era el único cargado como un erizo en esa noche mágica e irrepetible.

Y para cumplir el rito hasta el final queda el tercer acontecimiento epocal y prodigioso: la visita de los Beatles a Tenerife en los años sesenta. Esta celebración emocionada es todavía más extraña. Da igual cuando sea, se puede repetir cuando a cualquier le plazca. En los periódicos suele ser así. «¿Qué? ¿Al final sale o no sale ese fichaje del CD Tenerife?». «Pues parece que no». «Pues una página menos a Deportes y el rarito que escriba un reportaje sobre los Beatles en Tenerife». Por supuesto no se sabe casi nada sobre la visita, pero sobreviven dos o tres fotos que se publican machaconamente una y otra vez, mientras se fantasea un fisquito, qué más da, nadie va a reprochar nada. Hasta Nicolás González Lemus publicó un libro y todo plagado de algunos datos y bastantes buenas suposiciones. Ni siquiera eran Los Beatles. John Lennon no apareció por aquí. Ni peló un plátano, ni se alojó en Puerto de la Cruz ni subió al Teide. Buen tipo.

Estos tres grandes hitos –siempre expresados con la tímida, párvula grandilocuencia isleña -- forman parte de nuestra menesterosa industria de la memoria cultural en el siglo XX. Se reparará en que se trata de dos espectáculos celebrados y de un espectáculo imaginado por la visita de un grupo (casi un grupo) que apenas se escuchaba en Canarias. No recordamos y celebramos algo que hayamos hecho, sino algo que hizo gente por aquí, un estadounidense, una cubana, tres ingleses en cholas, bajo contrato o por curiosidad. No forma parte del imaginario colectivo ni Marrero Regalado, ni las arpilleras de Millares, ni el primer concierto de Los Sabandeños, ni siquiera, puestos a hablar de visitas, la de Bertrand Russell en los años treinta, conversando con Pérez Minik y Eduardo Westerdhal. La nacionalización conmemorativa del pasado, en Canarias, no está ni se la espera. ¿Identidad territorial? Sin duda. ¿Identidad cultural? Azúcaaaar.

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