Isla Martinica

El Ignatius de Las Ramblas

El 23 de febrero de 1981 era un día señalado en rojo en mi agenda escolar, puesto que debía realizar un importante examen de Filosofía, una materia que ya me apasionaba por entonces. El profesor, a la vista de los acontecimientos, decidió suspender la prueba y dejarla para una fecha posterior. En cierta manera, se hizo cargo de la situación y anticipó una respuesta acorde con la gravedad de lo que se estaba viviendo en el interior del hemiciclo. Guardo en mi memoria lo sucedido con notable frescura, aunque hayan transcurrido unas cuantas décadas desde la intentona golpista. Por la noche, recuerdo que todos estábamos expectantes ante el desenlace de la asonada. Al punto, del televisor emergió una figura impecablemente uniformada que paró los pies a los alzados en armas y, al día siguiente, la vida pareció recobrar la normalidad.

Desde aquel febrero, en el que la democracia pasó con nota su primera reválida, hasta hoy mismo no ha habido más que palabras de elogio por lo logrado por una sociedad, como la española, que supo plantar cara a los enemigos de la libertad. Sin embargo, esta imagen de superación y entrega por un ideal de convivencia ha venido a resquebrajarse con las recientes declaraciones de Xavier Trías y Vidal, concejal de Junts per Catalunya y, a la sazón, pírrico ganador de los últimos comicios municipales celebrados en la capital condal. Según el médico y político, la descripción que abría este artículo adolece de un vicio en su origen, toda vez que el responsable final de la tentativa de ruptura democrática fue el Partido Socialista de Felipe González. Que conste que este que firma jamás ha sido devoto de ninguna formación, y menos aún la señalada, pero lo expuesto por el fallido candidato a la alcaldía de Barcelona me parece, cuando menos, falto de argumento, por no decir abiertamente disparatado.

Confieso que, cada vez que releo la noticia, por más que me disuada de ello, no puedo evitar una sensación extraña, que se apodera de mí y de todo lo que creía cierto, muy parecida a estar en presencia de la figura de Ignatius J. Reilly, el personaje principal de La conjura de los necios, la fantástica novela póstuma de John Kennedy Toole, en la que un ser incomprendido, como el propio político catalán, lucha denodadamente con el fin de que su particular visión de la realidad sea compartida por el mundo entero. Ya digo, una sensación fuera de lo normal, por momentos tan vívida e intensa, que el eco de las palabras de Trías no hace sino avivar. En mi imaginación, el renovado Ignatius de las Ramblas emerge de entre las sombras en busca de algún incauto que le preste oídos. Porque, a fuerza de pensar sobre la cuestión, resulta que el concejal de Junts pone en duda la memoria colectiva de toda una generación y hasta la historiografía producida en los últimos años. Es como si aquel examen de Filosofía, que me disponía enfrentar, hubiese sido un sueño, como si lo vivido en aquel aciago febrero fuera una completa pesadilla. En definitiva, como si uno no hubiera estado allí. Con todo, Xavier Trías ya forma parte de un patrimonio muy especial, el del desmedido afán por hacerse notar o, si se prefiere, ese plus ultra tan español que nos hace ir de la proeza a la necedad sin término medio.

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